La capital de Israel, Jerusalén ¿pertenece a Israel?

Queridos amigos, la capital de Chile, Santiago, ¿pertenece a Chile? ¿Y Paris a Francia, Londres a Inglaterra, Buenos Aires a Argentina, Lima a Perú?

EDUARDO HADJES

Al leer estas preguntas, cualquiera podría suponer que quien formula estas preguntas o es un ignorante o se volvió loco, pero, ¿saben una cosa, salvo Israel, el resto del mundo, está convencido que Jerusalén, la capital de Israel, la que el 24 de Mayo de 2015, cumplió 50 años desde su unificación, no pertenece a Israel.

En Noviembre de 1947, las Naciones Unidas (ONU) votaron la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe. Esto, debía materializarse a partir del 14 de Mayo de 1948, en que Inglaterra y sus soldados, debían retirarse totalmente de lo que se salvó de Palestina luego del despojo que hizo el Imperio Británico, al robar 5/6 partes del territorio entregado por la Liga de las Naciones, Palestina, para que lo administrara hasta la creación de un Estado Judío, regalando lo que no le pertenecía a un Rey que le sobraba en Arabia, dando origen al Reino Hachemita del Jordán, hoy conocida como Jordania.

En esta resolución, nunca se mencionó un Estado Palestino. Sí uno árabe.

Todos ya sabemos lo que aconteció ese glorioso 14 de Mayo de 1948. Los judíos, respetando el acuerdo de la ONU, proclaman el nacimiento del Estado de Israel. Por su parte, los árabes, desconociendo dicho acuerdo, no crean el Estado Árabe y, agravando más aún su desconocimiento al acuerdo internacional, atacan al naciente Estado de Israel, anunciando fanfarronamente, que van a destruirlo, matando a todos los judíos ahí radicados y que los sobrevivientes serían arrojados al mar.

¿Algún país o la ONU reaccionaron ante tal desacato? No, rotundamente no.

El mundo, convencido que la Liga Árabe (L.A.) y sus poderosos y bien armados ejércitos no tendrían mayor problema en cumplir su palabra, cobardemente, esperaron sin inmutarse, pese que se anunciaba que 780,000 judíos, a partir de ese instante israelíes, serían masacrados. ¿Quién se iba preocupar por un montón de judíos? El horror y asombro frente al descubrimiento de la salvaje y despiadada masacre de 6,000.000 de judíos en los campos de exterminio nazi, no fueron suficientes como para actuar frente al nuevo genocidio que tan bombásticamente se anunciaba por los integrantes de la L.A.

Se inicia la invasión árabe en la “Guerra del 48” en que sus ejércitos se pasean por las tierras asignadas al Estado Judío, hasta que Israel recibe el armamento de un barco checo, comprado no a precio de oro, sino de diamantes, y el mundo asombrado, ve cómo cambia radicalmente la situación. Los improvisados pero imparables israelíes, inician un avance arrollador, logrando recuperar parte del territorio inicialmente ocupado por los distintos ejércitos pertenecientes a la L.A.

Ante esta inesperada y asombrosa realidad, los países musulmanes, con el poder que les da sus petrodólares, logran que la ONU decrete un Alto al Fuego.

Israel acata la resolución, aun cuando sólo va en detrimento de sus intereses, quedando en poder árabe la Franja de Gaza, bajo el dominio egipcio y parte de lo destinado a Israel y al no creado Estado Árabe, incluido Jerusalén viejo.

En este extenso territorio, se instala Jordania, sin que nadie proteste ni trate de establecer el Estado Árabe.

Para no apartarnos del tema que nos convoca hoy, vamos a centrarnos en Jerusalén, que la parte nueva, queda bajo el dominio del naciente Estado de Israel y la parte antigua, histórica y tradicional, queda bajo el mando de Jordania y su formidable ejército, la Legión Árabe, cuya oficialidad, en su gran mayoría, son ingleses.

Se prohíbe la presencia de judíos en toda la ciudad. Se destruyen todas las Sinagogas, cerca de 50, salvándose sólo 2, que por ser lugar de oración y de estudio pasan por ser simples casas. Los barrios judíos son ocupados por árabes y se aplican las leyes y costumbres jordanas.

Las violaciones a las resoluciones de la ONU son ignoradas tanto por éste organismo como por los países que lo conforman. No acatan la partición, no crean el Estado Árabe y no cumplen con el estatus de Jerusalén.

Esto último se refiere a que en la Partición, el año 1947, se había acordado que la antigua Jerusalén quedaría bajo un estatuto especial, al ser declarado un cuerpo separado, una zona internacional en que debían ser respetadas todas las etnias y religiones.

Este estatus se mantuvo, ante la indiferencia mundial, hasta la Guerra de los 6 Días, en que el 7 de Junio de 1967, el ejército israelí logra liberar Jerusalén, unificándolo y declarándolo la Capital indivisible del Estado de Israel.

A partir de ese instante y hasta hoy, los ojos del mundo no se apartan de Jerusalén. Los jordanos la ocuparon, sin tener ningún derecho sobre la misma y el mundo estuvo indiferente. No se permitió el ingreso de judíos, ni siquiera para ir a rezar al Muro de los Lamentos, el lugar eterno más sagrado para el judaísmo y a la ONU y al mundo no le importó. Se establecieron mezquitas en algunas iglesias cristianas y se destruyeron las Sinagogas y la indiferencia fue total.

Se unificó la ciudad y se declaró la Capital de Israel y el mundo reclamó. Se permitió el libre ingreso de judíos, musulmanes, cristianos y de la religión que sea y el mundo reclamó. Se protege las Mezquitas, El Domo de la Roca y de Al-Aksa y el mundo reclama. Se proclama que esa es y seguirá siendo la Capital Eterna del Estado de Israel y el mundo lo ignora, al punto que ningún Estado, hasta el momento en que escribo este comentario, ha mudado su Embajada a Jerusalén y, no conforme con esto, tiene la tupe de poner en duda que Jerusalén es y será, pese a la oposición mundial la Capital indivisible del Estado de Israel.

Una conclusión de lógica elemental: si los árabes desconocieron primariamente los acuerdos de la ONU, violaron todo lo que les convino y nadie reclamó, con qué moral se pretende cuestionar al Estado de Israel por reestablecer a Jerusalén como su Capital, cuando 3,000 años o más de historia, lo abala con su realidad histórica indesmentible, independientemente de lo que diga y resuelva la UNESCO.

David ben Jaim

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