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lunes 23 de diciembre de 2024

¿Un Estado Palestino o una tiranía islamista?

Enlace Judío México.-Tanto Naciones Unidas y la Unión Europea como los grandes medios de comunicación dan la impresión de que el principal obstáculo para la coexistencia en Oriente Medio es que vivan judíos en Judea y Samaria. Pero ¿han observado realmente estos conocidos observadores lo que está ocurriendo en las áreas donde gobierna la Autoridad Palestina, que dos tercios de los países del mundo quieren convertir en otro Estado árabe-islámico?

GIULIO MEOTTI

Hace poco, uno de los novelistas palestinos más brillantes, Abad Yahiya, vio cómo su cuarto libro, Crimen en Ramala, era confiscado por la Policía palestina en la Margen Occidental. La orden provino del fiscal general palestino, Ahmed Barak, que sentenció que el libro era “una amenaza contra la moral”. El editor fue arrestado y se emitió una orden judicial para detener a Yahiya.

La novela gira en torno al asesinato de una joven palestina en Ramala, y sigue las vidas de otros tres jóvenes, entre los que hay un homosexual y un bebedor. La obra aborda tabúes palestinos como el fanatismo, el extremismo islámico y la homosexualidad. El joven gay que la protagoniza acaba yéndose a vivir a Francia.

El presidente de la Unión de Escritores Palestinos, Murad Sudani, atacó a Yahiya y pidió un castigo ejemplar, como el aplicado a Boris Pasternak y otros novelistas soviéticos. Según Sudani, la novela de Yahiya “quebranta los valores nacionales y religiosos”. “Mi libertad como escritor termina donde empieza la libertad del país”, añadió. Así que los escritores palestinos deberían comportarse como los ingenieros de almas soviéticos; éstos estaban al servicio del comunismo; aquéllos deben estarlo del extremismo islámico y la guerra palestina contra Israel.

Yahiya fue amenazado también en las redes sociales. Gasán Jader, usuario de Facebook, escribió en su página que “habría que matar” a Yahiya. Al parecer, Yahiya debería tener el mismo destino que el escritor argelino Tahar Djaut, asesinado por islamistas en 1994. El editor de Yahiya, Fuad Aklik, fue arrestado en una biblioteca “de manera humillante”.Según las informaciones, la Policía ha entrado en quinientas bibliotecas y librerías de la Margen Occidental para incautar todos los ejemplares de la novela.

La suerte corrida por Yahiya recuerda a la de muchos otros súbditos de la Autoridad Palestina:

Walid al Huseini es un bloguero palestino que pasó diez meses en la cárcel por el mismo delito por el que fueron asesinados los periodistas de la revista Charlie Hebdo: “Blasfemia”. Como el gay de la novela de Yahiya, Walid vive ahora en Francia, protegido y amparado por la libertad europea.

Haidar Ganem, activista por los derechos humanos, tuvo menos suerte. Lo mataron a tiros unos extremistas islámicos.

Mohamed Dayani, profesor que llevó a sus alumnos de visita educativa a Auschwitz, tuvo que dimitir para salvar la vida tras meses de campaña de amenazas de muerte, disturbios en los campus e intimidaciones. Rompió el tabú de la negación palestina del Holocausto. “Arriesgué mi trabajo para exponer la hipocresía en que vivimos”, declaró a Haaretz. “Decimos que estamos a favor de la democracia, pero ejercemos la autocracia; decimos que estamos a favor de la libertad de expresión y la libertad académica, pero prohibimos a la gente que las ejerza”.

Muchos activistas palestinos cristianos también han sido ultimados.

Podríamos seguir con la lista de intelectuales palestinos que han pagado un alto precio por atreverse a decir la verdad a Abás y a su círculo corrupto sobre muchos asuntos: la coexistencia con los judíos, el laicismo, la libertad sexual, la libertad de conciencia, los derechos humanos o contar la verdad sobre el Holocausto.

Famosos escritores israelíes como David Grossman, Amos Oz y Abraham Yehoshua, los peaceniks más mimados por los periódicos occidentales, en vez de culpar a su propio país, deberían preguntarse a sí mismos qué significa el caso de Abad Yahiya para el conflicto árabe-israelí, y si deberían denunciar a la Autoridad Palestina.

Lo que le ha pasado con la novela de Yahiya contiene el verdadero motivo de que hayan fracasado las negociaciones entre israelíes y palestinos. Las negociaciones no tenían que ver con unas pocas viviendas en Judea y Samaria. Su fracaso es consecuencia del abismo entre una sociedad abierta –Israel– y un régimen cerrado –la entidad palestina–; entre una democracia basada en los principios liberales occidentales y una autocracia mafiosa basada en una dictadura islámica resuelta a destruir al Estado judío.

Y ese abismo es de sólo cuatro kilómetros de ancho: la distancia entre la ciudad palestina de Tulkarem y la ciudad israelí de Netanya.

Con la actual Autoridad Palestina, un Estado palestino haría una limpieza étnica de judíos, como hizo Jordania cuando atacó y capturó Jerusalén en 1948. Estaría encabezado por posibilitadores del Holocausto como Hamás, o por negacionistas como Mahmud Abás. Destruiría la libertad de conciencia de periodistas y escritores. Mandaría al exilio a los cristianos y a los homosexuales (cientos de gays palestinos viven dentro de la valla de seguridad de Israel). Torturaría a los presos árabes. Seguiría aceptando financiación de Irán y de extremistas islámicos suníes bajo la premisa de “Califato o muerte”. Impondría la sharia (la ley islámica) como única fuente de Derecho. Condenaría a muerte a la gente por “ateísmo” o “apostasía” (léase conversión al cristianismo). Seguramente, obligaría a las mujeres a llevar burkas o hiyabs como en Arabia Saudí. Homenajearía a los terroristas e infanticidas que asesinaron a 1.500 civiles israelíes en la Segunda Intifada. Aboliría las elecciones democráticas. Llenaría las bibliotecas de libros antisemitas y antioccidentales. Prohibiría beber alcohol en público y mandaría a funcionarios de paisano a parar a parejas jóvenes para pedirles el certificado de matrimonio, como en Irán.

¿Cómo se describiría ese Estado, si no como un régimen nazi? ¿Y cuál es el único país que habría de cargar sobre sus espaldas con la creación de dicho Estado? ¿El único Estado judío? ¡Por supuesto!

 

Fuente:es.gatestoneinstitute.org

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