IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Hemos celebrado Shavuot, y con ello, un aniversario más de la entrega de la Torá al pueblo de Israel en el Monte Sinai.
Según la tradición judía, ese fue el máximo momento de revelación divina que haya experimentado el ser humano. Nunca en la Historia, seres mortales de carne y hueso habrían estado en un contacto tan cercano a D-os mismo, al punto de escuchar su voz.
Pero sucede algo extraño con esto: la anécdota que parece sencilla. Estrambótica, pero sencilla: D-os baja del cielo y le da leyes a su pueblo. Incluso, es un relato arquetípico que aparece en muchas religiones y mitologías. Lo que no sucede en otras religiones y mitologías es la complicada discusión que se ha generado en torno a lo que dice la Torá y el Judaísmo sobre la Torá y el Judaísmo.
Empecemos por la pregunta más elemental con la que, en cierto modo, inicia el problema: la Torá narra no sólo el evento en Sinai, sino todo lo sucedido al pueblo de Israel durante los siguientes cuarenta años. Y eso incluye muchos de sus grandes fallos y tragedias (el episodio del becerro de oro, la rebelión de Koraj, la muerte de los dos hijos mayores de Aarón, el error de Moisés que le impidió entrar a la Tierra Prometida, y la propia muerte de Moisés). Surge la pregunta: ¿todo eso le fue revelado a Moisés en Sinai? ¿O son detalles que Moisés fue agregando sobre la marcha? En ese último caso ¿son parte de la Torá?
De allí se puede continuar con todos los problemas que pueden derivarse de la lectura literal del texto de la Torá: ¿la Creación realmente se hizo en seis días literales, o ese dato es simbólico? ¿Realmente hubo gigantes en la Tierra? Si es así ¿quiénes fueron sus padres? ¿Hay que apedrear hasta la muerte a quienes violen el Shabat o a las adúlteras? ¿Por qué el pueblo de Israel tardó cuarenta años en recorrer lo que las tropas egipcias sólo tardaban seis días? Etcétera.
No son preguntas recientes. La evidencia documental demuestra que hacia los siglos II y I AEC, este tipo de cuestionamientos ya había provocado la aparición de cuatro tendencias judías radicalmente antagónicas: Saduceos, Fariseos, Apocalípticos y Helenistas. ¿Cuáles eran sus posturas respecto al cómo entender el texto de la Torá?
Para los Saduceos sólo valía lo que estaba explícitamente escrito, y rechazaban cualquier posibilidad de adecuar su comprensión. En contraste, los Fariseos consideraban que el texto escrito de la Torá no era toda la Torá, sino que había un complemento oral heredado de generación en generación desde Moisés; dicho complemento permitía entender de qué modo la Torá se podía acoplar a la realidad circundante. Los esenios apocalípticos tenían una visión extrema: la Torá (y el resto de la Biblia) encerraban una especie de mapa codificado que daba detalles sobre el “inminente” fin de los tiempos, y este podía entenderse por medio de revelaciones especiales dadas por ángeles (por supuesto, sólo a los miembros de la secta de Qumrán). Finalmente, los Helenistas veían en la Torá la más alta revelación ética y filosófica posible, e intentaban hacer el esfuerzo por entenderla en el contexto “moderno” en el que se desenvolvían (es decir, la cultura helénica); por ello, fueron muy dados a interpretar la Torá de manera alegórica.
Las circunstancias históricas hicieron que las posturas de los Saduceos y los apocalípticos desaparecieran. Durante la primera guerra contra los romanos, Jerusalén y su Templo fueron destruidos, y con ello quedó anulado el eje rector de la vida saducea. Sin el Templo y sin el control de la religión centralizada en Jerusalén, los sobrevivientes de esta secta (que fueron varios, numéricamente hablando) pronto se asimilaron a las posturas fariseas y con ello el Saduceísmo, en tanto ideología, desapareció. Por su parte, los esenios apocalípticos se comprometieron hasta el final con el levantamiento armado, y la abrumadora mayoría de ellos murió en combate. En términos prácticas, la secta se extinguió en el año 73, y a ningún grupo judío posterior le interesó retomar sus puntos de vista extremistas.
En términos generales, las dos ideologías que sobrevivieron ilesas a la catástrofe fueron las de los Fariseos y los Helenistas. Los Fariseos tenían dos escuelas en el momento de la guerra: la de Hillel y la de Shamai. Los seguidores de Shamai fueron fervientes nacionalista que, por lo mismo, se involucraron en la sublevación armada y, al igual que los Qumranitas, prácticamente desaparecieron después del año 70. En cambio, los de Hillel fueron pragmáticos y aunque también tenían un fuerte sentimiento anti-romano, entendieron que la guerra era suicida y se mantuvieron al margen. Gracias a ello, a su líder Yojanan ben Zakkai se le permitió reabrir una academia en Yavne, y eso garantizó la sobrevivencia del Judaísmo Fariseo.
En ese momento concreto, los Helenistas lo tuvieron más fácil: dado que no aceptaban la premisa de que el Judaísmo tuviera que estar en conflicto con la modernidad helénica, eran abiertos opositores al nacionalismo anti-romano que se levantó en armas. Por lo mismo, fueron protegidos por las autoridades y tropas romanas, así que prácticamente salieron ilesos de ese primer conflicto. Sin embargo, su fortuna no duró demasiado: entre los años 114 y 117 la comunidad judía de Alejandría (la más importante del Judaísmo Helenista) se vio involucrada en severos disturbios, y sufrió las consecuencias de ello. A partir de ese momento, el Judaísmo Alejandrino comenzó su lento declive, y finalmente se exinguió cuando la intolerancia cristiana obligó a los últimos judíos de esa ciudad a emigrar. Hacia el siglo IV, prácticamente no quedaba ninguno.
Pero los judíos helenistas no se extinguieron. Al igual que los Saduceos, fueron asimilándose al Judaísmo Rabínico, heredero de la tradición farisea. La única diferencia es que lo hicieron entre uno y dos siglos después.
Gracias a ello, en el Judaísmo Rabínico se consolidó una perspectiva respecto a la Torá cuya base era la farisaíca, pero que fue notablemente enriquecida por muchas ideas helenistas.
En dicha perspectiva se consolidó la idea de que la Torá era lo mismo un texto escrito que una tradición oral (idea que en su momento rechazaron los Saduceos, pero que a los Helenistas no les causó mayores disgustos). Por supuesto, los resabios del Saduceísmo (ínfimos, pero no por ello inexistentes) siempre mantuvieron reservas a esta creencia. Sin embargo, fue hasta el siglo VIII que dicha oposición cobró forma en el movimiento Karaíta, una disidencia originada en un conflicto familiar en la comunidad judía de Bagdad, pero que permitió que reapareciera la postura fundamentalista que sólo reconoce el valor de lo escrito.
Desde entonces, el Judaísmo Rabínico ha sido frecuentemente criticado por su idea de que hay una Torá Oral. La idea es que por medio de esta especie de “Torá paralela”, la tradición Fariseo-Rabínica habría desvirtuado el sentido original de la Torá Escrita.
¿Por qué el Judaísmo Rabínico defiende este concepto como algo básico para la fe del pueblo de Israel? Sencillo: porque la propia Torá Escrita nos demuestra que la Torá Oral es una parte vital de la revelación dada por D-os a Moisés.
Y demostrarlo es fácil.
El error de quienes rechazan el concepto de Torá Oral consiste en creer que hay una diferencia absoluta entre lo Oral y lo Escrito, y que lo Estcrito corresponde al texto conocido de la Torá, y lo Oral a todo lo que sea comentario o tradición.
Falso: la Torá Oral está presente en cada página de la Torá Escrita.
Un ejemplo: las primeras ordenanzas que aparecen en la Torá Escrita son “fructificad y multiplicaos”, y fueron dadas al ser humano desde el inicio de la Creación. Pregunta básica: ¿Eso es Torá Escrita o Torá Oral? Cualquiera contestaría de inmediato que es Torá Escrita, pues es muy claro que está escrita en Génesis 1:28.
Pero no. La realidad es que esa ordenanza es de la Torá Oral. Si nos atenemos a la cronología bíblica, entre Adán y Moisés hubo unos tres mil años de diferencia. Eso significa que D-os dio esa ordenanza de manera oral a Adán, y Adán y sus descendientes la transmitieron durante 3 mil años de manera oral hasta que Moisés la puso por escrito.
Como puede deducirse, esto no sólo aplica a Génesis 1:28, sino prácticamente a todo el contenido de la Torá correspondiente al Génesis.
Dicho en otras palabras: en realidad, Génesis es parte de la Torá Oral, porque todo ese conocimiento fue transmitido oralmente desde su origen hasta que, miles o cientos de años después, Moisés lo puso por escrito.
La única alternativa para descartar esta realidad es apelar a que toda la historia de los patriarcas habría sido olvidada, y D-os se la “recordó” a Moisés en Sinai.
Pero es imposible. Éxodo 13:9 nos dice que, al salir de Egipto, Moisés tomó los huesos de José y los llevó consigo para enterrarlos en donde estaban enterrados Abraham, Itzjak y Yaacov, porque así lo había pedido el propio José antes de morir (Génesis 50:25).
Evidentemente, esto se hizo antes de que Israel llegara a Sinai. Es decir, antes de la recepción de la Torá Escrita. Luego entonces, si Moisés y el pueblo de Israel sabían que tenían que llevarse los huesos de José, es porque conocían la historia de José. Y si conocían esa historia, lo más verosímil es que también conocían la de Yaacov, Itzjak y Abraham.
¿Conocían las historias de la Creación y el Diluvio, las dos más importantes en el Génesis antes de la historia de Abraham? Seguramente. Todas las culturas de la zona y de la época tenían sus propios relatos de esos eventos, y todos eran relativamente similares (especialmente los del Diluvio).
Entonces queda claro que durante miles o cientos de años, estas historias fueron transmitidas oralmente en el antiguo Israel. Moisés sólo las puso por escrito. Eso nos obliga a considerar que la Torá Escrita apenas apareció 3 mil años después de que D-os le diera la primera Mitzvá (ordenanza) a Adán. Por lo tanto, todo el contenido de la Torá anterior a Moisés (esto es, básicamente, el libro del Génesis) fue originalmente Torá Oral.
Con ello queda demostrado el vínculo indisoluble entre la Torá Oral y la Torá Escrita.
Esta condición se confirma a lo largo de los demás libros de la Torá, ya que está claro que no fueron escritos de golpe, sino paulatinamente. Después del evento en Sinai, Moisés siguió recibiendo revelaciones de D-os y las fue poniendo por escrito conforme se fueron dando.
La frase más repetida es “y habló D-os a Moisés y le dijo…”. Es decir: todo comienza con la oralidad. Sólo hasta después lo que es oral se pone por escrito.
Oralidad y Escritura en la Torá son una y la misma cosa.
En el Judaísmo de los siglos II AEC a I EC, los únicos que estuvieron perfectamente conscientes de ello fueron los Fariseos, y después de ellos, el Judaísmo Rabínico entero.
El Judaísmo es una religión en donde no cabe la posición fundamentalista que apele a que todo debe someterse única y exclusivamente a lo que está escrito. Ante todo, el Judaísmo ha sido y es un diálogo con D-os, y por eso Torá Oral y Torá Escrita son una y la misma cosa.
Entenderlo es fundamental para saber cómo se aplica en nuestros días el texto de la Torá Escrita (valga la redundancia, porque como ya vimos, también está el Texto de la Torá Oral). Como puede corroborar cualquiera que lo lea, es un texto antiguo hecho para gente de hace 3 mil años que vive en condiciones semi-nómadas. Habla de sacrificios animales en un santuario portátil que se mueve en el desierto, y aplica castigos durísimos por situaciones que hoy en día nadie juzgaría como dignas de –por ejemplo– la pena capital.
Para eso está la Torá Oral: para enseñarnos cómo se discute ese contenido, cómo se obtiene la sustancia esencial de esas normas que podrían parecer anacrónicas, y cómo nos ayudan hoy por hoy a mejorar nuestro modo de vivir.
Los únicos tipos de Judaísmo que entendieron esto desde la antigüedad fueron el Fariseo, principalmente, y el Helenista. En términos finales, curiosamente fueron los únicos que sobrevivieron. Los otros dos –Saduceos y Esenios Apocalípticos– quedaron atrás.
¿Coincidencia? No. La Torá dice que las ordenanzas de D-os son para vivir, no para morir.
La máxima demostración sobre quién tuvo la razón en esas antiguas controversias, las contesta una realidad objetiva incuestionable: quién sigue vivo.
La Torá es la que ha mantenido con vida al pueblo de Israel.
Pero siendo más específicos, hay que decir que la Torá Oral es la que mantuvo con vida al Judaísmo Rabínico, heredero de los Fariseos principalmente, y de los Helenistas en menor grado.
Y si alguna vez usted, querido lector, tiene la tentación de rechazar el concepto de Torá Oral, sólo recuerde que el libro del Génesis es, por definición, eso mismo: Torá Oral. Así que todas las Mitzvot (ordenanzas) que obtenemos de ese libro y de los capítulos del Éxodo previos a la revelación en Sinai (un total de 24) son, originalmente, Torá Oral.
En gran medida, a eso se refirió el profeta Jeremías cuando dijo que llegaría un día en que la Torá sería algo vivo en el corazón del ser humano, y no sólo un texto escrito en tablas de piedra.
La base siempre es, por supuesto, lo que está escrito. Pero la Torá que puede llegar al corazón sólo es la oral, porque esa es la base del epicentro de nuestra fe:
Escucha, oh Israel: el Señor nuestro D-os, el Señor es uno.
No dice “lee”. Dice “escucha”.
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