SALVADOR LLOPART
“Creo que todo gira alrededor de los Norman de este mundo”, dice Joseph Cedar, director de Norman, el hombre que lo conseguía todo, cuyo título original, en inglés, es mucho menos resolutivo y más descriptivo: La moderada ascensión y la trágica caída de un ‘arreglador’ de Nueva York.
Así es: estamos ante la historia, más bien triste, de un personaje que vive de ser ese amigo que es amigo de aquel otro que puede arreglar lo tuyo. Un comisionista. Pero de calle, sin comisiones fijas ni contactos verdaderos. Un búscate la vida que un día regala unos zapatos al futuro primer ministro de Israel, y ese futuro primer ministro no lo olvida… Del todo.
Norman Oppenheimer, judío de Nueva York. Complejo en su simplicidad y absolutamente insondable en su superficialidad. Una contradicción, una paradoja. Un misterio. Un desafío, en fin, para cualquier actor, y además el papel de su vida para Richard Gere, el protagonista absoluto de este Norman que se ha estrenado esta semana…
Su Norman, señor Gere, ¿es una especie de caricatura…?
Lo es, pero mi trabajo como actor es que deje de ser eso, una caricatura y se convierta en alguien con dimensiones humanas, uno de nosotros. Digamos que tengo que conseguir que la idea que representa se haga carne, y encaje entre los seres humanos.
Estamos ante un hombre sin pasado, sin historia, vacío…
Es un enigma, sí. Incluso para mí mismo. Y creo que también lo es para él, tal como yo lo entiendo. Es un personaje de sí mismo, siempre representando un papel.
¿Cómo se afronta un enigma semejante?
Puedo decir que ha sido uno de los personajes más fáciles y, a la vez, más difíciles de mi vida. No sabemos nada de él, dónde vive, cómo es su casa, qué amigos tiene, nada.
Y entonces…
No importa, porque todo eso, en su caso, resulta irrelevante.
¿Dónde se encuentra el punto de enganche humano con un personaje semejante?
Me siento radicalmente diferente de él, sí. Pero reconozco su capacidad de sufrir la derrota sin inmutarse, de asimilar la humillación, de absorber el desprecio; de, en definitiva, transformar todos esos sentimientos negativos en algo positivo, en movimiento. Cómo digiere la negatividad y la convierte en optimismo: eso es Norman para mí.
Norman ejerce de judío en el mundo judío de Nueva York. ¿Cómo se aproxima un actor a la realidad judía?
Vivo en Nueva York desde que tenía veinte años. En esencia, Nueva York es una ciudad judía. Al cabo del tiempo, cualquiera que vive allí, como yo, acaba por captar esa esencia judía. La forma de ser judío forma parte de la ciudad, y digamos que haces tuya la cultura judía por ósmosis.
¿Y qué es el judaísmo para Norman? Un personaje muy poco religioso, por otra parte.
Precisamente, es lo que hablábamos antes. El judaísmo, para él, es la experiencia de miles de años del pueblo judío, un pueblo que en el pasado no podía permitirse el lujo de estar enfadado. Norman sabe que no está dentro de nada, pero no quiere quedarse fuera. Sabe que si hay que prescindir de alguien, prescindirán de él, el primero. Por eso sonríe. Siempre. Desea que se le considere imprescindible; sentirse esencial. Nunca será un Yago (no deseará a Desdémona ni maquinará contra Otelo, no).
No sabemos nada de su vida tampoco.
Es que no tiene. Vive con lo puesto, es un poco como la metáfora del judío clásico, siempre temeroso de la expulsión como les ha pasado a los judíos en tantos sitios, como aquí, en España. Si consigue cosas, se hace imprescindible. Eso es lo que importa…
El filme de Cedar habla también de la política de Israel.
Los judíos de Israel son otra cosa. Viven más en tensión, más alerta. Norman, como judío de Nueva York, vive ajeno a todo lo que no sea él mismo.
¿Qué representa el papel en su carrera? ¿Una culminación?
Un personaje más. Un ejercicio de mi imaginación. Un trabajo.
Fuente: La Vanguardia
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