En busca del yo perdido. Capitulo XIII

RUMBO AL IGNORADO ORIENTE

Para el Yo Pundonoroso, acostumbrado a las reglas claras, la actitud de Alter era ambigua. Por un lado, se lamentaba por la pérdida del Yo Esencial y Luminoso y por el otro humillaba a los Yoes Fragmentarios que lo conforman, como cobrándole el agravio de haber quedado sólo, sin su par opuesto.

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Le había sugerido a Simón vagar sin rumbo, como los piadosos Jasidim para alcanzar la revelación de su verdadera vocación. Ni siquiera lo había estimulado a hacerlo. Pasivo por este lado y demoledor por el otro.

Alter al fin alentó a Simón Narfeld a salir de Polanco.

Por cerca de cuarenta años, sus labores y su vida familiar lo llevaron por los rumbos norte y poniente de la Metrópolis, desinteresándose por el sur y el poniente de la misma.

Una mañana lo animó a dirigirse al sur, al Paseo de la Reforma. Pronto estuvo frente al Auditorio Nacional. Le costó trabajo darse cuenta de que la antigua estructura había sido modificada. Las escalinatas de la entrada le eran desconocidas, lo mismo que los techos encristalados del frente, los volúmenes a la izquierda y los juegos de agua. Lo recordaba muy grande pero no tan majestuoso. Le impresionó también la descomunal bandera, a la derecha, en el campo Marte.

-¿Qué ha pasado? – Se preguntó el Yo Memorioso.

Una multitud, moviéndose en desorden al pie de la edificación salía del subsuelo, subía o bajaba por las escalinatas o se dirigía a los camiones, que en fila esperaban ser ocupados.

Narfeld cuyos Yoes Curioso y Nostálgico hicieron aparición, se dirigió a la fila de autobuses, abordó uno. Minutos después reconocía al viejo Lago de Chapultepec lleno de lanchas.
– Está plagado de botes. – Comentó Nostálgico.

– Sí, – Confirmó Memorioso – Cuando nos escapábamos de la escuela y veníamos “de pinta”, se veían muy pocas lanchas.

– Se han multiplicado. Vean esos botes de pedales. – Dijo Curioso – y todos parecen de plástico. Ya no son de madera.

– Ves de lo que te has perdido, Simón, metido en tu agujero rodeado de fierros y en casita sin llegar acá. Dijo Alter, abrazando como una sombra a los Yoes

– ¡Sigamos adelante! ¡De seguro te vas a maravillar!
El autobús pasó al lado de la reja de los colosales leones de bronce y enfiló por el original Paseo de la Reforma.
– No hay ni flores ni biznagas en el camellón central – Observó, Memorioso – Sólo escollos de cemento.

– ¿Dónde está el Cine Chapultepec? Se lamentó Nostálgico. – ¿Y los palacetes porfirianos? Nuestra palomilla se reunía en el Sanborns. ¿Los demolieron para construir esas moles insípidas de cristal? Cambiaron la glorieta al frente de la Diana.

– Miren cuantos edificios modernos y ¡Qué altos! – Intervino feliz Curioso – Y esas como esculturas modernas y esas bancas. Al fin nos modernizamos.
Continuaron por el Paseo reconociendo construcciones y descubriendo las nuevas. Llegaron al “Caballito”.
– ¿Dónde está el Caballo del Rey de España, que hizo? ¿Quién? – Preguntó Nostálgico.

– ¡Tolsá! – Respondió Memorioso.

– Si, ese – ¿Qué, también lo han demolido?

– Han acabado con toda la belleza de la Reforma. Han destruido sus palacios aristocráticos y casas y lo han agringado – Se quejó Nostálgico.

– ¡Al fin entramos al primer mundo! Miren esas altas estructuras. Nos tardamos pero llegamos. Son torres dignas del Paseo de la Reforma. No casitas de rancho con tejados de lámina. – Comentó Curioso, siempre en pos de novedades.

– Eran mansardas de estilo francés – Corrigió Memorioso.

– Si, mansardas dignas de un palacio. No tejados de rancho. – Confirmó Nostálgico. Herido por el comentario de Curioso.

– Pues prefiero lo moderno a lo trasnochado. Estamos en el siglo XXI. Ya no hay lugar para afrancesamientos y demás florituras nostálgicas.

-Repuso Curioso.
Alter, oculto en la ominosa sombra, se relamía de gusto. No tenía para que intervenir si los minúsculos Yoes pleiteaban entre sí. Mientras lo hiciesen el caos se apoderaría de Simón y quizás el gran Yo, ya no podría aglutinarlos… Si apareciese.

¿De qué se alegraba el viejo?

El camión entró por la Avenida Juárez. Los Yoes no la reconocieron. ¡Todo estaba transformado! El Hotel del Prado, el Regis, el conjunto Alameda ¿Dónde estaban? Todas las construcciones eran nuevas, desconocidas, Memorioso y Nostálgico casi lloraron. Los restaurantes, los cines, los aparadores que tantos momentos de gozo les dieron en su juventud, aquellos fines de semana por las noches, habían desaparecido. Las damas elegantemente ataviadas se habían esfumado.

Por las amplias aceras pululaba un gentío vestido de forma ordinaria. Mujeres y hombres, jóvenes o adultos, la mayoría con pantalones de mezclilla o de jeans. Casi todos con mochilas en la espalda, morrales y bolsones colgados del hombro, otros con bolsas y petaquillas en las manos.
– Todos los humanos con bolsas – Exclamó Nostálgico.

– Mamíferos con bolsas igual a marsupiales – dijo Memorioso.

– Humanos con bolsas igual a humanos marsupiales. Se regocijó Curioso, Alter festejó la ocurrencia.

– Menos mal que la Alameda sigue igual – Dijo Nostálgico.
El autobús se estacionó frente al Palacio de las Bellas Artes y todos los pasajeros descendieron.

Simón y su séquito, invisible también, gozaron unos minutos de la perspectiva del palacio y su nueva plaza que disimula su hundimiento. Del Correo, del edificio del Guardiola, de la Casa de los Azulejos y la Torre Latinoamericana.

El torrente humano cruzó la Avenida Lázaro Cárdenas. Simón y los suyos se sumaron a él y entraron a la calle Madero transformada en paseo peatonal. Nadie lo objetó. Nostálgico se quejó del gentío. Añoraba la distinción de la Calle Plateros.

Pasó frente a Sanborns y al Palacio de Iturbide, pero no entró. Siguió lento viendo con curiosidad los aparadores. Embobado llegó a la calle Bolívar y se sintió tentado a virar a la izquierda rumbo a la Escuela Superior de Mecánica y Electricidad, ESIME. Allí estudió dos años antes de que su padre lo sacara para aprovechar lo aprendido en aulas y talleres, en el negocio de la Avenida México- Tacuba, frustrando su carrera. Recordó las grises paredes del plantel que tanto lo deprimían y desistió de ir.
Cruzó la calle Bolívar.

Memorioso recordó a sus condiscípulos y amigos Samy Goldsmith, el Gringo, Perico Argüelles el Gachupín Anarquista, el Rojillo Manolo Campa y el Camionero Chava Ordóñez, quién se casó estando en segundo año de la vocacional. Su padre era cacique político en Tlaxcala. Propietario de flotillas de camiones y autobuses, de allí el apodo de su hijo.

Cuando éste le comunicó que debía casarse, el padre le preguntó: “Chava” ¿Quieres casarte o coger?”

Chava ¡Debía! casarse con Camelia, la hija de un magistrado de la Suprema Corte. El enlace convino a ambas familias y se efectuó en la iglesia de la Profesa en Madero e Isabel la Católica. Estando frente a ésta, Simón, empujado por el cansancio y sus Yoes, entró a rememorar y descansar en una de las bancas.

Recordó lo raro e incómodo que se sintió al llegar a una boda católica. Vio el templo cargado de floreros, rutilantes decoraciones doradas o de cristal, velas olorosas a parafina, cebo e incienso. Le impresionó la cúpula, las altas columnas con capiteles dorados, los altares con diversas decoraciones, las figuras de santos hieráticas policromadas y con elegantes túnicas, aureolas y coronas de oro. El púlpito dorado fulguraba, él y sus compañeros de clase, trajeados, se sentaron casi en la última fila.

Durante la boda ofició (según se supo) el nuncio papal. En la misa, cuando todos se hincaron, los estudiantes permanecieron de pie. El prelado dijo la homilía que duró más de tres cuartos de hora. El público, los políticos, funcionarios y los magistrados de la Suprema escucharon pacientemente de rodillas. Mientras, los muchachos salieron a tomar el aire y regresaron, las “fuerzas vivas” seguían postradas. Después de los abrazos y felicitaciones, todos se dirigieron al Casino Español, a media cuadra sobre una alfombra roja franqueada por floreros colmados de camelias.

En el trayecto Argüelles, hijo de Comeduras, hizo una pantomima de la misa, que Simón no comprendió y los demás festejaron.

Durante la cena, en el comedor del Casino, Narfeld se llevó la máxima sorpresa cuando les sirvieron los platillos: Ostiones Rockefeller, Sopa de Jaiba y Filete Mignon, Relleno de Jamón de Cerdo, Rodeado de Tocino, alimentos todos vedados a los judíos. Aunque él se consideraba laico y nada religioso, no los tocó por no constituir parte de su dieta habitual y por respeto a la memoria de los millones que se dejaron sacrificar por conservar su fe y sus tradiciones. No terminó de decir: “No puedo comer esto” cuando sus amigos arrebataron sus platos y dieron cuenta a ellos. Él comió pan y tomó refrescos, esperando el pastel de bodas, y el café.

Cerca de la media noche salieron y se apresuró a esperar un camión que lo llevara a su hogar, en la colonia Portales.

Con esos recuerdos abandonó Simón la Profesa. No encontraría allí su Yo.

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