Hay que rescatar el Ladino, la lengua de los judíos sefaradíes

Enlace Judío México / Sarah Aroeste- El ladino, la lengua de los judíos sefardíes, también representa una cultura que ha sobrevivido cientos de años y que aún es relevante hoy en día. Y más gente tiene que saber por qué.

El ladino es una lengua panmediterránea que atraviesa fronteras geográficas, lingüísticas y culturales. Conocido también como judeoespañol, el ladino es un híbrido del dialecto que los judíos de la Península Ibérica desarrollaron después de su expulsión de la región en el siglo XV. Al dispersarse, tomaron el español castellano que habían hablado y lo combinaron con fragmentos de lenguas de los países en los que terminaron asentándose. En este español medieval, puedes escuchar palabras entretejidas de portugués, francés, italiano, griego, turco, hebreo árabe y más. Hoy, la UNESCO enlista al ladino como una lengua en peligro.

Yo crecí escuchando la lengua de la familia de mi abuelo, que eran originarios de Monastir (hoy conocido como Bitola), Macedonia y Salónica, Grecia. Mi familia, como muchas otras que escapaban de la Inquisición española, encontró refugio en el Imperio Otomano. Su eventual viaje a América, sin embargo, no es tan diferente del de muchas otras historias de inmigrantes. Escapaban de la guerra, en este caso, de las Guerras Balcánicas. Cuando llegaron a América quisieron volverse americanos. En casi todo dejaron atrás el viejo país, con excepción de algunas canciones tradicionales y recetas familiares especiales. Crecí aferrándome y amando tales cosas porque eran lo único que tenía. El lenguaje, tristemente, no fue transmitido debido a que mi familia trabajó duro para dominar el inglés.

Al interesarme en la historia de mi familia, entendí que existía un serio hueco, al no poseer una exposición al ladino como una lengua viva. Seguramente, si yo, una orgullosa judía sefaradí, tenía problemas en acceder a mi propia cultura, entonces otros que no poseían mis antecedentes jamás la conocerían. Así que me cuestioné por qué era tan importante resguardar un idioma al borde de la extinción.

Perder un idioma es perder una cultura, y nos afecta a todos, no solamente a aquellos que han nacido con la herencia sefaradí. El ladino es la lengua nativa hablada por miles y miles de personas a lo largo del Mediterráneo durante siglos. Era la lengua nativa de mi abuelo y, hasta la Segunda Guerra Mundial, era la lengua mayoritaria en ciertas ciudades europeas como Salónica.

Cuando el Holocausto destruyó gigantescas franjas de hablantes de ladino, quedaron muy pocos hablantes que perpetuaran la cultura. Pero anterior a la Segunda Guerra Mundial, el evento más significante que alteró el paisaje de la demografía judía europea fue la Inquisición española. En los más de 400 años entre ambos eventos, la vida sefaradí, incluído el lenguaje ladino, ayudó a darle forma a la cultura europea y mundial. Los judíos sefaradíes que escapaban de la Inquisición trajeron consigo la imprenta a los otomanos, la filosofía y el arte, y se comunicaron e incorporaron diferentes culturas a lo largo de la ruta desde España hasta el Medio Oriente (y donde quiera que se asentaran).

A través de siglos de desplazamiento geográfico y deculturación, el ladino, por medio de la música, de la narración, de los rituales festivos y más, sirvió como un vínculo que mantuvo viva a la vida sefaradí. A veces me asombra que las mismas canciones tradicionales en ladino con las que crecí, fueron cantadas por otros más que crecieron en Sarajevo, en Sofía, en Rodas o en Izmir.

Pero el Holocausto dio un golpe cultural enorme al ladino y a su habilidad para sobrevivir. Poca gente está consciente de que Grecia, donde alguna vez habitaron muchos hablantes de ladino, tuvo el porcentaje más alto de población judía exterminada durante la Segunda Guerra Mundial. Más del 80% de la población judía fue asesinada y la mayoría de ellos eran hablantes de ladino.

A pesar de esto, los hablantes de ladino y sus descendientes todavía estamos unidos por nuestra historia cultural compartida. Aunque en un número reducido ahora, los hablantes de ladino (que se estima son aproximadamente 150 mil con conocimiento básico) están luchando por mantenerlo vivo. Es verdad que nadie nacerá de nuevo hablando ladino como su primer idioma, pero eso no significa que no valga la pena preservarlo. El ladino posee siglos de historia y de belleza, pero también significa algo muy importante para hoy. Puede aún mantener una profunda relevancia.

El idioma mismo, como un híbrido de muchos dialectos, encarna la compaginación de culturas en el mundo globalizado de hoy. ¿Qué otra lengua mezcla hebreo, árabe, turco, francés y más? El ladino no es sólo un idioma sefaradí. O un idioma judío. Es un lenguaje mundial que nos pertenece a todos, y es hoy un método para acercarnos a todos. Con ritmos del mundo árabe de los judíos se asentaban en el Imperio Otomano, o con la lírica que suena a español antiguo para cualquier hispanohablante, el ladino tiene una calidad universal que es difícil de ser igualada por otros idiomas. El ladino conecta a los árabes y a los judíos; conecta a los hispanos y a los judíos y conecta a los judíos consigo mismos.

Así como el idish ha tenido un renacimiento en las últimas dos décadas, de la misma manera el ladino está teniendo su momento. Pero debemos aprovechar la oportunidad antes de que sea demasiado tarde. Tenemos que asegurarnos que los académicos puedan enseñar el idioma en las universidades (por el momento se enseña en cuatro universidades en los Estados Unidos y en el extranjero), que la música y las ferias de libros estén abiertas a incluir a artistas y autores ladinos, que la digitalización de la literatura ladina sea apoyada (por ejemplo, en la Universidad de Washington, Seattle), que los departamentos de español en escuelas seculares incluyan la historia judía de la Inquisición española en sus lecciones y mucho más.

La preservación no es solo sobre dar una mirada al pasado: tenemos que ser creativos en la forma en que vemos hacia el futuro para que la cultura siga moviéndose hacia adelante. El ladino bien vale el esfuerzo.

Fuente: The Forward

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