La exposición ‘El Estado del engaño: el poder de la propaganda nazi”, en el Museo Nacional del Holocausto en Washington, EE.UU., 4 de febrero de 2009
¿Argentina fue refugio de los nazis? ¿Hitler estuvo en el país sudamericano? ¿El Gobierno de Juan Domingo Perón encubrió a los jerarcas del fascismo alemán? Todas estas preguntas ―y más― han circulado a lo largo de la historia. La cultura popular, representada incluso en películas de Hollywood, ha ubicado al país sudamericano como un territorio amigable al cual migraron muchos partidarios del nazismo alemán tras perder la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, existe una parte de verdad y otra gran parte de mito. El descubrimiento de reliquias con simbología nazi en las afueras de la capital argentina hace algunos días reavivó el debate. El historiador de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Damián Finucci, dialogó con RT para tratar de esclarecer los hechos.
Nazis en Argentina, antes de la guerra
Finucci comenzó explicando que la presencia de partidarios del nazismo no se dio solo luego de la caída de Berlín en 1945. “Durante gran parte de la década de 1920 y 1930 Argentina recibió 70.000 inmigrantes alemanes”, contó. Si bien no eran todos partidarios de Adolfo Hitler, “hubo una decisión política que tuvo el partido nazi para lograr el apoyo de ciudadanos alemanes en el extranjero”.
Los nacionalsocialistas buscaron “influenciar a la sociedad civil”. Se editaron publicaciones afines y se construyeron “alrededor de 200 escuelas en el país donde se reproducía directamente la cultura nazi”, ya que eran privadas y “se encontraban al margen de la institucionalidad oficial argentina”.
Como hecho más significativo el historiador recordó el acto de 1938 en el estadio Luna Park de la Ciudad de Buenos Aires, “donde participaron 15,000 personas para celebrar la anexión de Austria” por parte de Alemania. “Dentro de ese evento se llevó a cabo una liturgia nazi donde hasta el Himno Nacional Argentino fue saludado con el brazo en alto”, remarcó Finucci.
La guerra y los salvoconductos
El experto recordó que Argentina “mantuvo la neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial hasta pocos días antes de que termine”. No obstante, hizo hincapié en que la relación del país “con los jerarcas nazis” hay que pensarla sin dudas “en relación a la política de apoyo que llevó a cabo el Partido Nacionalsocialista durante las décadas de 1930 y 1940”. En todo el mundo “fue construyendo la posibilidad de tener salvoconductos”.
En distintos países sudamericanos se formaron antes de la guerra “grupos nazis que luego fueron la base de las operaciones para recibir no solo a jerarcas, sino también a ciudadanos alemanes en general”.
Finucci enumeró los casos más famosos, como el de Adolf Eichmann, “que llegó al país gracias al apoyo del Vaticano”. También “se cree que Josef Mengele estuvo en Paraguay y Argentina, pero apareció muerto en Brasil”. Erich Priebke “se refugió en Argentina, particularmente en Bariloche, donde llegó a constituirse como un ciudadano ilustre del pueblo y fue juzgado muchos años después”. Finalmente, Klaus Barbie, “que fue jefe de la Gestapo en Lyon”, se instaló en Bolivia, donde “incluso se ha planteado que participó en los grupos de tareas que terminaron capturando y asesinando a Ernesto ‘Che’ Guevara”.
¿Nazis o técnicos?
Si bien es un dato objetivo que estos líderes nazis arribaron a la Argentina, Finucci encuentra una explicación menos conspirativa y más racional. En ese sentido, citó a Raanan Rein, un historiador israelí que plantea que “en realidad hubo una política de todos los países de buscar técnicos, ingenieros y diversos científicos formados en Alemania”. Sucedió en EE.UU., también la Unión Soviética y “Argentina se sumó a esta tendencia”.
Sin embargo, el historiador remarcó que “mediante esta política se encontraron muchas veces con criminales de guerra, pero que dado el andamiaje nazi y producto de la concentración en la imagen de Hitler, no eran tan conocidos”.
Ese fue el caso de Eichmann. “Fue secuestrado y encarcelado en la Alemania ya reconquistada por los Aliados, sin embargo logró escapar en gran medida porque no lograron comprobar su identidad”, explicó.
Peronismo y nazismo
Una de las explicaciones que se han dado respecto a la llegada de nazis a la Argentina se asienta en una mirada que ha calificado a los primeros gobiernos de Juan Domingo Perón (1946-1955) como afines a esta doctrina. Para Finucci, eso “reviste todo un debate que es más diverso y difícil de precisar de forma taxativa”.
Volviendo a la mirada de Raanan Rein, el historiador afirmó que Perón “no tuvo una fascinación con los nazis y tampoco una vinculación con ellos”. Sino que, “como parte de esta política internacional de querer captar mano de obra calificada”, el Gobierno argentino fue “uno más” de los que logró “atraer a estos científicos y técnicos”.
De hecho, bajo el Gobierno peronista “se logró una mayor visibilización de la comunidad judía en Argentina”, que llegó a tener cierta influencia. Tal es así, que cuando se creó el Estado de Israel en 1948, “Argentina fue uno d los primeros países en enviar un embajador a Tel Aviv”.
¿Y dónde está Hitler?
Por último, el especialista se refirió a las versiones que sostienen que el Hitler no murió en Berlín, sino que huyó y se refugió en América del Sur. Pensar si estuvo en Argentina o Paraguay “es entrar en un terreno de especulación donde empiezan a jugar los documentos de los servicios de inteligencia”, opinó.
Finucci apuntó que el periodista Abel Basti dio cuenta de un documento de 1944 “donde se dejaba entrever la posibilidad de un escape de Hitler a la Argentina”. Además, Basti escribió un libro con entrevistas y citas de documentos desclasificados de agencias de inteligencia que darían cuenta de que esto se llevó a cabo.
El historiador consideró que no es “fundamento suficiente” para probar que Hitler “estuvo en este país o cualquier otro”, aunque “sin duda deja abierto el debate sobre cuál fue el desenlace final”. Desde su perspectiva, “seguir de cerca los estudios de los documentos desclasificados ayuda a pensar pero no puede servir como elemento probatorio”. Es que suponer “inocentemente” que los documentos de organismos de inteligencia “van a dar elementos certeros” implicaría “negar la intencionalidad que tienen esas agencias para confundir y crear historias alternativas”.
Fuente: RT
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