IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Las noticias nos han sorprendido con un nuevo ataque en Inglaterra. Nuevamente, una camioneta se ha lanzado contra un grupo de transeuntes y ha dejado un saldo de diez heridos, dos de ellos en estado crítico. Una persona murió en el lugar, aunque no se sabe si como consecuencia del ataque, ya que se había desvanecido previamente y ya estaba recibiendo primeros auxilios, según ha aclarado la policía de Londres.
Lo desconcertante de este nuevo ataque –el tercero en su tipo en un mes– es que no ha sido perpetrado por musulmanes extremistas contra la población en general, sino por un inglés contra la población musulmana de Londres. Las víctimas iban saliendo de una mezquita después de terminar los rezos.
Evidentemente, se trata de una venganza, consecuencia de los atentados ya referidos, en los que extremistas musulmanes atropellaron y luego acuchillaron a transeuntes ingleses en dos eventos ya definidos como “terroristas” por las autoridades inglesas.
Muchos analistas han señalado que, probablemente, Inglaterra esté viviendo el inicio de la primera intifada musulmana en su territorio, ya que los ataques de los extremistas están siguiendo paso por paso el modelo de ataques de la más reciente ola de violencia palestina en Israel: atropellamientos y acuchillamientos al azar, generalmente vinculados en el mismo evento.
La diferencia está, por supuesto, en la respuesta de la sociedad y del gobierno.
La primera diferencia está en que el gobierno israelí decidió (y mantiene la decisión) enfrentar el terrorismo como lo que es: terrorismo (valga la redundancia), mientras que el gobierno inglés mantiene la clásica tendencia europea a buscar la corrección política. Esto se manifiesta, concretamente, en la determinación israelí a identificar el problema como algo generado por un grupo específico (palestinos musulmanes), y la determinación inglesa (y generalizada) a no querer relacionar a las comunidades de refugiados musulmanes con los actos de violencia. El razonamiento es simple: se pretende evitar brotes de islamofobia, suponiendo que hablar abiertamente de la relación “refugiados musulmanes-violencia” incitaría a la población local a tomar medidas unilaterales y factiblemente violentas contra cualquier msuulmán, indiscriminadamente.
Sorprendentemente, los resultados han sido todo lo contrario: pese a más de 300 ataques palestinos durante la última ola de violencia, en Israel no se ha dado un brote de islamofobia que se traduzca en ataques al azar contra la población musulmana en general, y palestina en particular. Por el contrario: la gente tiene perfectamente ubicado que el extremismo violento palestino no es representativo de todos los árabes o todos los musulmanes, y gracias a ello los más de 300 ataques palestinos no se convirtieron en un estallido de violencia masiva, como seguramente era su objetivo final.
En contraste, apenas con el segundo ataque islámico extremista en Londres, un londinense ya ha tomado la decisión de lanzar un ataque indiscriminado contra musulmanes pacíficos que salían de sus rezos en una mezquita. Una situación que nunca se dio durante la llamada “intifada de los cuchillos” en Israel.
A muchos les sorprenderá, pero esto demuestra que el israelí es más asertivo en su perspectiva del problema de la violencia terrorista. Y es lo lógico: si el gobierno y los medios masivos de comunicación ingleses (y europeos, en general) se rehúsan a llamar las cosas por su nombre, lo único que se puede esperar es que el público en general nunca llegue a tener claro qué es lo que está sucediendo. Y ese es uno de los mejores combustibles para la violencia extremista.
Otra diferencia importante es la capacidad de reacción de la sociedad en el momento del ataque. En muchos de los ataques perpetrados por palestinos, fueron ciudadanos israelíes de a pie los que lograron detener el ataque liquidando a los terroristas. Por eso, en ningún ataque en Israel se vieron resultados similares a los de los ataques en el Puente de Londres. En el último ataque, murieron ocho personas y hubo 48 heridos, cifras inimaginables en Israel.
¿En qué radica la diferencia? Sonará odioso, pero la realidad es que la población israelí está capacitada para identificar y, si es posible, eliminar a los terroristas.
Se trata de algo que ya debe definirse como un asunto cultural: si por una parte la sociedad israelí siempre ha sufrido los embate del terrorismo, por otra su gobierno nunca se ha rehusado a llamarlo “terrorismo”, y menos aún a identificar a sus promotores y ejecutores. Es decir, a los terroristas.
Pero la sociedad europea en general, e inglesa en este caso particular, han optado por la corrección política. Suponen que minimizando o incluso ocultando el perfil terrorista, así como el hecho de que son ataques originados en comunidades musulmanas, evitarán el enojo o la radicalización de estos mismos atacantes. Una absurda situación que más o menos consiste en “me odias y me quieres matar, pero te defiendo para ver si me dejas de odiar y dejas de intentar matarme”.
En el fondo, subyace una absoluta incomprensión de las dinámicas del terrorismo. Europa tiene grandísimos especialistas en asuntos internaciones, sociología, seguridad, servicios de inteligencia, etcétera. Y, sin embargo, no han logrado educar a sus poblaciones del modo adecuado para enfrentarse a la amenaza del terrorismo, ni han podido establecer políticas eficaces para disminuir los riesgos.
El error capital es no entender que el terrorismo tiene agenda propia. Europa siempre ha fluctuado en una perspectiva falaz en la que, en mayor o menor grado, se asume que el terrorismo es sólo una reacción. Es decir, que todo depende de lo que haga o deje de hacer Europa (o Israel), y que será “corrigiendo nuestra conducta” como lograremos que los terroristas dejen de atacarnos. Algo así como “si no les damos motivos para odiarnos, no nos atacarán”.
Pero eso es falso. Es, en concreto, la pésima herencia de lo más torpe e irreal del marxismo mal entendido, que reduce el ya de por sí cuestionable concepto de “lucha de clases” a algo tan absurdo como “los únicos que generamos dinámicas sociales somos los hombres blancos, y los orientales se limitan a reaccionar a nuestros estímulos”.
El extremismo islámico tiene proyectos propios, definidos no por “la opresión capitalista llegada de occidente”, sino por su propia comprensión del mundo, originada en una postura extremista religiosa.
Se ha demostrado en el caso de Israel: no importa qué política aplique el gobierno judío; el terrorismo siempre buscará atacar y matar judíos.
Durante décadas completas, los gobiernos europeos –y a ratos, también el estadounidense– se dedicaron a presionar exclusivamente a Israel, bajo la lógica de que estaba en manos del Estado Judío lograr la solución al conflicto con los palestinos, por medio de hacer concesiones. A los palestinos, por su parte, se les solicitaba prácticamente nada. Por el contrario: ríos de dinero fluyeron ininterrumpidamente durante años para “ayudar a los refugiados”.
Como suele suceder en cualquier sociedad democrática, la alternancia política en Israel puso en el gobierno tanto al ala “moderada” (dirigida por el Partido Laborista), como al ala “dura” (dirigida, principalmente, por el Likud).
Sorprendentemente (es un modo de decir; en realidad, es lo más lógico) durante los gobiernos “moderados” de laboristas como Ehud Barak, Shimón Perés o Ehud Olmert, la violencia palestino no sólo no se detuvo, sino que incluso llegó a sus momentos más violentos.
Justo cuando en el año 2000 Ehud Barak ofreció a los palestinos las concesiones más amplias jamás propuestas por un gobierno israelí, que Yasser Arafat no sólo se negó a culminar la negociación, sino que incluso regresó a Ramallah para organizar la Segunda Intifiada, el episodio de violencia palestina más extremo que haya habido, cuyo saldo final después de cinco años de enfrentamientos fue de alrededor de 1,500 israelíes y 5,500 palestinos muertos.
En contraste, bajo el gobierno del “halcón” Netanyahu, el episodio de violencia palestino más grave (la llamada “intifada de los cuchillos”) dejó un saldo de casi medio centenar de israelíes y algo más de 300 palestinos muertos.
Las cifras, frías y molestas, pero contundentes, nos señalan que la estrategia de Netanyahu para controlar la violencia palestina ha sido más eficiente y eficas que la de Ehud Barak, punto por punto.
¿En qué radica el éxito? Antes que nada, en que a la violencia no se le deben hacer concesiones. Se le debe combatir y eliminar si es necesario.
Europa se rehusó a entenderlo durante muchos años, y hoy vive enfrentando la molesta realidad de que los extremistas musulmanes, lejos de agradecerlo y comportarse decentemente, salen a las calles a atacar.
Obviamente, la población no sabe qué hacer. En Israel, la mayoría de los ciudadanos ha pasado por el servicio militar (hombres y mujeres), y un alto porcentaje va armado. Sorprendentemente, y en contra de lo que se insiste respecto a la supuesta relación entre “ir armado-ser violento”, se trata de una sociedad sorprendentemente disciplinada y controlada, que en general ha recurrido a sus armas sólo en casos verdaderamente graves. Por ello, los ataques palestinos rara vez tuvieron varias víctimas mortales a la vez. Generalmente, el atacante apenas estaba comenzando su agresión cuando varios ciudadanos ya lo habían detenido o eliminado.
Es irreal suponer que una sociedad como la inglesa pueda hacer algo así. El atentado de ayer, en el que un inglés atacó árabes indiscriminadamente en evidente venganza, demuestra que si un alto porcentaje de ingleses anduviese armado en la calle, la situación se saldría de control.
Inevitablemente, ha aparecido la burla en muchas páginas de internet, con posts o imágenes que señalan que los israelíes combaten el terrorismo con acciones concretas, directas y contundentes contra los terroristas, y que los europeos combaten el terrorismo con ositos de peluche, flores y velas.
¿La consecuencia? Inglaterra, en este momento, va perdiendo. Y de la peor manera posible: dos atentados que han seguido, punto por punto, lo que podemos llamar “la escuela palestina”, pero obteniendo muchas más víctimas (porque esos terroristas saben que los ingleses no están remotamente preparados como los israelíes para enfrentar estas eventualidades), y algo acaso más grotesco, inútil y nocivo: la reacción de un vengador que ahora ha lanzado un ataque terrorista contra la comunidad musulmana.
Todo eso es el perfecto caldo de cultivo para que los extremismos sigan consolidándose. Justo lo que no está sucediendo en Israel.
La intifada llegó a suelo inglés. Su gobierno y su sociedad no están listos para enfrentarla. Si esta ola de violencia continúa, podremos ver en la vida real qué es lo que hubiera pasado en Israel, si sus gobernantes hubiesen aceptados las tontas políticas sugeridas por la Comunidad Europea o la administración Obama, siempre obsesionados con exigir que Israel hiciera más concesiones, más concesiones, más concesiones.
En realidad, lo que querían es que Israel se rindiera.
Y ahora los que parece que se están rindiendo son ellos.
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