Enlace Judío México.-La decisión del presidente de EE.UU, Donald Trump, de postergar el traslado de la embajada de su país en Israel de Tel Aviv a Jerusalén consigue dos cosas. La primera, decepcionar a muchos israelíes por no cumplir su promesa electoral. La segunda, y quizá más importante, enviar justo el mensaje equivocado a los palestinos.
Lo que los palestinos y otros árabes ven con este mensaje es que el presidente de EE.UU. se doblega ante las presiones y amenazas.
Este mensaje de debilidad y renuncia socava la credibilidad no sólo de Trump, también la de EE.UU, haciéndolo parecer un país que cede ante la amenaza de violencia.
En general, es la exhibición de poder de Trump lo que hace que lo respeten tanto palestinos y árabes. Los árabes admiran y respetan a figuras así porque han estado gobernados durante décadas por tiranos y dictadores despiadados como Sadam Husein. Pero también respetan a los líderes que mantienen sus promesas, aunque estén en desacuerdo o se opongan a ellas.
La decisión de Trump de demorar la reubicación de la embajada se produce tras las repetidas amenazas de la Autoridad Palestina (AP) y algunos árabes respecto a que “sumiría a la región entera en la violencia y las matanzas”. Estas amenazas empezaron durante la campaña electoral de Trump y aumentaron tras su llegada a la Casa Blanca.
El presidente de la AP, Mahmud Abás, y sus cohortes en Ramala encabezaron la campaña de intimidación. Llegaron incluso a amenazar con revocar su reconocimiento del derecho de Israel a existir si Trump se atrevía a cumplir su promesa.
El pasado mes de enero se publicaron unas declaraciones en las que Abás decía que el traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén provocaría que los palestinos se retractaran de su reconocimiento de Israel.
“Escribí una carta el presidente Trump pidiéndole que se abstuviera de efectuar el traslado. Le dejé claro que ese traslado no sólo impediría a EE.UU. desempeñar un papel legítimo en la resolución del conflicto, sino que destruiría la solución de los dos Estados.”
El muftí de Abás, jeque Mohamed Husein, advirtió a Trump de que el traslado se vería como una “agresión no sólo contra los palestinos, sino contra todos los árabes y musulmanes”. El secretario general de la OLP, Saeb Erekat, se unió al coro de amenazas advirtiendo a Trump de que llevar la embajada a Jerusalén “sumiría a Oriente Medio en la violencia y el caos”.
A las amenazas palestinas les acompañaron las de varios regímenes árabes y clérigos islámicos. También ellos advirtieron a Trump de que el traslado desencadenaría una oleada de violencia y pondría en peligro los intereses de EE.UU en Oriente Medio. El ex muftí de Egipto, jeque Alí Yumah, dijo que llevar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén “constituiría una grave escalada y amenazaría los intereses de EE.UU. en la región”. Otro destacado clérigo islámico egipcio, el jeque Ibrahim Reda, advirtió de que “desencadenaría una ola de tensiones en la región y constituiría una agresión contra los árabes y musulmanes”.
Que los palestinos lancen esas amenazas no es ninguna novedad. De hecho, Mahmud Abás y sus colegas lanzan advertencias siempre que no consiguen lo que quieren. Es una de sus tácticas preferidas contra Israel.
Así, los palestinos solían advertir de que si Israel construía la barrera de seguridad en la Margen Occidental, provocaría violencia y anarquía. En realidad, la barrera de seguridad produjo justo lo contrario: detuvo los atentados suicidas contra Israel y ha salvado vidas no sólo judías sino árabes, que también caían en la oleada de terrorismo lanzada por los palestinos durante la Segunda Intifada.
“Los palestinos advierten” es uno de los resultados más populares en las búsquedas de Google.
Más recientemente, los palestinos advirtieron a Israel de que no introdujera un nuevo currículum en las escuelas árabes de Jerusalén afirmando que esto conduciría a la “judaización” y la “israelización” de la ciudad. El mes pasado salieron con otra advertencia: esta vez, que si Israel no atendía las demandas de los presos palestinos en huelga de hambre, habría una “nueva intifada”.
Tras cuarenta días de huelga, los presos recularon y terminaron su ayuno, aunque Israel no cumplió la mayoría de sus demandas.
Todo esto se suma a las amenazas diarias que Abás y muchos palestinos han estado profiriendo durante los últimos dos años a cuenta de las visitas de judíos al Monte del Templo. Apenas pasa un día sin que los palestinos lancen otra amenaza al respecto.
Los palestinos se afanan en convencer al mundo de que las visitas cotidianas y pacíficas de grupos e individuos judíos al Monte del Templo son parte de una “conspiración” israelí para destruir la mezquita Al Aqsa y “profanar” los lugares religiosos islámicos. También han advertido de que las visitas provocarían una “guerra religiosa” entre los judíos y los musulmanes que conduciría a una “gran explosión” y un “terremoto” en Oriente Medio.
Es cierto que la incitación palestina por las visitas al Monte del Templo han resultado en una ola de ataques con cuchillos y atropellos contra israelíes, pero no ha estallado ninguna guerra religiosa y los países árabes e islámicos no parecen excesivamente preocupados por este asunto.
Estas visitas, por cierto, se vienen produciendo desde 1967. Durante la Segunda Intifada se suspendieron por motivos de seguridad, pero se reanudaron hace un par de años. También vale la pena señalar que los turistas cristianos siguen visitando el lugar sagrado, algo que no parece molestar a Abás y sus amigos de la AP.
Israel ha aprendido a vivir con las incesantes amenazas y advertencias palestinas. Pero la comunidad internacional sigue tomándoselas en serio, ignorando el hecho de que al hacerlo está enviando constantemente el mensaje equivocado a los palestinos. Claudicar ante las amenazas de violencia sólo envalentona a los extremistas y allana el camino a más violencia y derramamiento de sangre.
Por qué trasladar la embajada de EE.UU. a Jerusalén destruye la llamada solución de los dos Estados resulta un misterio.
Cuando la embajada de EE.UU. se traslade –si es que definitivamente ocurre–, se establecerá en la parte occidental de la ciudad, no en Jerusalén Este, que los palestinos reclaman como su futura capital. De esto sólo se puede inferir una cosa: que los palestinos también ven la zona occidental como parte de su futura capital.
Las amenazas palestinas y árabes de violencia y caos en la región suenan ridículas ante la situación de muchos países árabes, como Siria, Irak, Egipto y Libia, donde los musulmanes lleva seis años matándose entre sí –y a los cristianos–.
La agitación en el mundo árabe –incluidas las recientes tensiones que rodean a Qatar– es completamente ajena a las políticas estadounidenses y al conflicto israelo-palestino. Pese a la miopía de los líderes árabes y los clérigos islámicos, la sangre ya derrama a un ritmo alarmante en los países árabes.
Las matanzas en Siria, Irak y Libia proseguirán, al margen de que Trump se lleve o no la embajada de EE.UU. en Israel a Jerusalén.
Una cuestión más que debería ser de sumo interés para EE.UU: cuando los palestinos y los árabes hablan de la posibilidad de que dicho traslado perjudique los intereses de EE.UU. en la región y desencadene “la violencia y el derramamiento de sangre”, están efectivamente amenazando con lanzar ataques terroristas contra ciudadanos e intereses estadounidenses.
Por eso la decisión de Trump de no trasladar la embajada es interpretada en el mundo árabe como una rendición ante el terrorismo.
Desde el punto de vista árabe, demuestra que EE.UU agacha la cabeza bajo la amenaza de la violencia.
¿Alguien cree de verdad que a las masas árabes y musulmanas, que tienen que enfrentarse al desempleo masivo, las dictaduras y el terrorismo, les importa realmente si EE.UU traslada su embajada de Tel Aviv a Jerusalén?
Los palestinos estaban esperando que las masas árabes y musulmanas estallaran por las visitas de los judíos al Monte del Templo, pero la mayoría se han mantenido indiferentes. De hecho, en realidad los palestinos no les importan; hace mucho que dieron la espalda a sus hermanos palestinos, que hoy dependen casi totalmente de los fondos estadounidenses y europeos.
Trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén no conducirá a más anarquía. A los cristianos de Egipto e Irak no los están matando a causa del conflicto israelo-palestino. Los sirios no están siendo sistemáticamente masacrados por causa del conflicto israelo-palestino. La organización terrorista Estado Islámico no está descuartizando a civiles inocentes en el mundo árabe y algunos países occidentales porque esté molesta por las visitas al Monte del Templo o la construcción en los asentamientos.
Los palestinos y los árabes han suspirado aliviados al conocer la decisión de Trump de postergar el traslado de la embajada. Ahora se están frotando las manos de satisfacción y diciéndose que las amenazas de violencia funcionan cuando incluso alguien como Trump sucumbe ante ellas.
A ojos de muchos árabes y musulmanes, Trump ya no es el líder fuerte que temían hace unos meses. Más bien, les ha demostrado que también él es demasiado susceptible al chantaje y la intimidación. Y cuando Trump cede, la credibilidad de EE.UU se resiente. Si Trump hubiese seguido adelante y cumplido su promesa de trasladar la embajada, se habría ganado el respeto de muchos árabes y musulmanes, que le habrían visto como un auténtico líder.
Tengamos en cuenta lo que pasó cuando Trump ordenó atacar Siria con misiles como respuesta a la matanza continuada –incluso utilizando gas venenoso– por parte del régimen de Asad contra civiles inocentes. Numerosos árabes y musulmanes usaron las redes sociales para felicitar a Trump por su muestra de coraje. Si Trump honra sus promesas, se ganará todavía más respeto en el mundo árabe e islámico.
Fuente:es.gatestoneinstitute.org
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