Con este texto inauguramos la serie “Crónicas Judías de México”.
Antes de quitarse la ropa, los socios que visitan el baño de hombres del Centro Deportivo Israelita tienen que rendirle cuentas a Chava, el encargado de las toallas. Cada quien lo hace a su manera: algunos lo saludan con un “Príncipe” o “Mi Rey”, otros le piden el resultado del último partido de futbol y otros más le dejan sus cosas para guardar o su teléfono a cargar- inclusive vi alguna vez a un joven de diecisiete años articulando con Chava un complicado saludo “gangsta”.
ALAN GRABINSKY PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO- Chava se lleva parejo con todos, nada lo intimida: les pregunta por sus familiares, por su salud, se ríe de sus chistes y los hace sentir como en casa. Con un metro y medio de estatura, ojos rasgados, frente amplia, da la pinta de oriental. Pero es más bien de Oaxaca. De San Miguel Chuchutla, un pueblo mixteco a siete horas en autobús de la ciudad de México, para ser exactos.
Su nombre es José Ortiz Salvador, nació el 17 de Marzo de 1941, el más pequeño de seis hermanos. Su papá, Inocencio Ortiz, murió de pulmonía cuando apenas tenía seis años, y a partir de entonces su mamá, Catalina Salvado, cuidó de la familia. Chava vivió con ella hasta los cuarenta años, sembrando maíz, frijol y trigo para subsistir, pero fue forzado a emigrar por la mala situación económica. Al poco tiempo de su traslado a la Ciudad de México su madre murió y Chava, que se sentía solo, se casó con una chica de su pueblo nueve años menor que él. Tuvieron dos hijos, uno ya está casado, con cuatro hijos y tiene un negocio de lonas; el otro trabaja como electricista, y está soltero.
Entró al Deportivo el 27 de Marzo de 1981 — se acuerda de la fecha exacta— por un amigo que trabajó ahí. Estuvo en el área de jardinería sin horario fijo, pero después de un año obtuvo un puesto en baños. Después trabajó en el área de los vapores, siete años. Luego estuvo limpiando casilleros y pasillos hasta que, hace cuatro años, lo pusieron como encargado de las toallas, el perfil más público del área.
Ahora Chava tiene el turno de la tarde, y sale de su colonia, Tierra y Libertad, cuarenta minutos antes para llegar al Deportivo a las 3:00 y salir a las 10:30 de la noche; se encarga de reportar las cosas perdidas, prestar llaves para casilleros y entregar toallas limpias a los que las necesiten.
Mi corta entrevista con él fue constantemente interrumpida por el flujo de gente: cada dos minutos un socio nuevo le pedía algo. Por lo general los que por ahí pasaban se me quedaban viendo raro: uno no acostumbra ver a un reportero en una zona donde se exhiben las carnes. Sin embargo, al ver que estaba escribiendo sobre él, un socio que se estaba desvistiendo se me acercó y, mientras se ponía su traje de baño, me dijo que Chava era “lo máximo”.
En sus 35 años de servicio Chava ha visto a la clientela renovarse. Muchos de los socios que conocía se han muerto, y otros, que eran niños, son ahora adultos. Chava calcula que al día pasan trescientas personas por aquellos baños. El Deportivo tiene 15,000 socios: si hiciéramos un estudio estadístico, seguramente concluiríamos, orgullosamente, que es la persona que más traseros judíos ha visto en la Ciudad de México.
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