Nadie está completamente solo en este mundo, siempre va a haber alguien que lo quiera, lo ayude o lo acompañe, aunque sea un solo momento del año. Y así como no estamos solos, las cosas que podemos lograr en buena compañía son mucho mayores y de mejor calidad a las que podemos hacer con nuestras propias manos. La siguiente historia del Talmud nos muestra la importancia de la amistad y la dependencia que como humanos tenemos de los que nos rodean. Esperamos les guste
Manos sanadoras. Bradley R. Bleefeld.
El rabí Yojanán se sentó junto a la cama de su amigo enfermo, el rabí Hiyyá.
– Veo que estás sufriendo – le dijo a su doliente compañero -. Dame la mano.
Los dos hombres se tomaron de las manos e instantáneamente el rabí Hiyyá se curó.
No mucho después, el mismo rabí Yojanán se puso enfermo, y su amigo, el rabí Hanina, fue a hacerle una visita. Y, en cuanto el rabí Hanina tomó su mano, el rabí Yojanán se curó de inmediato.
El relato sobre la sanación de los rabíes se difundió de pueblo en pueblo y cuando la gente oía lo que había sucedido, solían preguntar:
– Pero, si el rabí Yojanán tenía el poder de curar con sus manos, ¿por qué no pudo curarse a sí mismo?
Y los rabíes respondían:
– Por lo mismo que aquel que está en prisión no puede liberarse a sí mismo de su reclusión. Normalmente, el enfermo requiere de médico que cure su enfermedad.
Fuente talmúdica: Berajot 5 b
Fuente: Párabolas del Talmud.
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