Rusia ya intervino en una elección en Estados Unidos: la historia secreta

Enlace Judío México.- El 3 de junio de 1961, John F. Kennedy y Nikita Kruschev se reunieron en Viena. Allí, el presidente soviético le reveló una información que hoy vuelve a tener relevancia en medio de las investigaciones por la supuesta injerencia rusa en la elección que ganó Donald Trump.

ALBERTO AMATO

Donald Trump está en problemas. Un fiscal especial investiga si tuvo contactos con espías rusos que perjudicaron a su rival, Hillary Clinton, en las elecciones de noviembre pasado.

La investigación avanza mientras, por su lado, Vladimir Putin niega todo contacto de sus muchachos con los de Trump.

Es difícil creerle a Putin, que fue jefe de la KGB: esos chicos no son expertos en decir la verdad.

Y la verdad es que no es la primera vez, y tal vez no sea la última, que un presidente americano se vale de agentes rusos, ni que un jerarca ruso intenta influir en las elecciones de Estados Unidos.

Lo nuevo es que Trump lo hizo, de eso es sospechoso, para hacerle una zancadilla a Hillary y borrarla del escenario político.

Pero hace cincuenta y seis años, americanos y rusos tejieron una tela de araña parecida, aunque con intenciones diferentes.

La historia es esta.

En junio de 1961 y a pocos meses de asumir como presidente, John Kennedy concertó una entrevista con el entonces primer ministro de la URSS, Nikita Khruschev. Estaba en juego el destino de Berlín, sin el muro todavía, y en buena parte el destino de Europa, a la que Khruschev miraba con ambición.

En Washington, Robert Kennedy, hermano del presidente y procurador general, equivalente a ministro de Justicia, contactó a un funcionario de la embajada soviética, Georgi Bolshakov, que figuraba como editor en idioma inglés de la revista Soviet Life, que se repartía en Estados Unidos.

Bolshakov era un espía. Kennedy, el presidente, lo había sabido por la CIA
“¿Quién es ese tipo?”, preguntó cuando tuvo noticias de su existencia a través de su hermano. Y la CIA le había contestado: “Es un mayor, o coronel, de la inteligencia militar soviética”.

La inteligencia americana reveló algo más, y más interesante. Bolshakov no era sólo un espía. Era además amigo personal de Aleksei Adzhubei, editor en jefe del diario “Izvestia” de Moscú, que era a su vez yerno de Khruschev.

Hablar con Bolshakov era hablar con el Kremlin.

El soviético era un tipo gregario, irreverente, simpaticón, que había hecho buenas relaciones con periodistas americanos, algunos de ellos muy cercanos a los hermanos Kennedy, como Charles Bartlett y Frank Holeman, del The New York Daily News: los dos le contaban a Bobby Kennedy todo lo que hablaban con el ruso, y Bobby se lo contaba a su hermano presidente.

Antes de la cumbre en Viena, Bobby entrevistó a Bolshakov para saber con qué se iba a encontrar su hermano cuando se viera cara a cara con Khruschev.

Habían pasado pocas semanas de la desastrosa invasión mercenaria a Cuba, apañada por Washington, y Kennedy temía que Khruschev lo tomara por un chico inexperto y manipulable, como en realidad sucedió.
Por supuesto, Bolshakov no dijo nada de esto porque, además, Khruschev era impredecible. Pero sí arregló con Bobby que, en Viena, presidente y primer ministro se vieran al menos una vez a solas, sólo con los traductores.

Kennedy y Khruschev se reunieron el 3 de junio en la residencia del embajador americano en Austria, H. Freeman Matthews.

El encuentro, que iba a terminar al cabo de cuarenta y ocho horas en una amenaza mutua de guerra nuclear, empezó de lo más cordial, simpático y gentil.

Khruschev llegó un poco tarde y Kennedy corrió para abrirle la puerta del auto. El soviético fue más rápido y cuando Kennedy llegó se encontró con la mano tendida del ruso en el que fue el apretón de manos más fotografiado de la historia hasta ese momento. Cuando los fotógrafos pidieron otra más, Kennedy le dijo al traductor ruso Alexander Akolovsky: “Pregunte al primer ministro: va a estar todo bien para mí si está bien para él”. Khruschev sonrió y tendió la mano otra vez.

Junto a ellos estaba el canciller soviético Andrei Gromyko, un tipo de piedra que no sonreía nunca y al que llamaban “Míster Nyet”.

Kennedy le dijo a Khruschev que su mujer, Jackie, decía que Gromyko debía ser una buena persona”. Khruschev casi muere de risa: “¿En serio? Alguna gente dice que Gromyko se parece mucho a Richard Nixon…”.

Después de mencionar a Nixon, a quien Kennedy había derrotado en noviembre de 1960, llegó la confesión de Khruschev: “Nosotros –dijo a Kennedy– fuimos decisivos para que usted le ganara las elección a ese hijo de puta de Nixon”. Extrañado, Kennedy le preguntó qué había hecho. Y Khruschev dijo: “Liberamos al piloto de ustedes después de las elecciones, para que Nixon no pudiera decir que él sabía cómo hablar con los rusos”.

Hablaba de la liberación en Berlín de Francis Gary Power, piloto de un avión espía U2 que había sido derribado sobre la URSS en mayo de 1960, y que fue canjeado por un espía soviético, como revela el film de Steven Spielberg “Puente de espías”.

Khruschev, un sobreviviente del stalinismo más feroz, él mismo acusado de provocar la hambruna que mató a millones de personas en Ucrania en los años 30, no era un ejemplo de delicadeza ni de diplomacia. Sin embargo, admitió mucho más de lo que hoy parece dispuesto a admitir Putin, un tipo que manejó a los espías soviéticos y rusos y que tampoco se detiene mucho a preguntarse cómo germinan las semillas. En su interés por influir en el electorado de Estados Unidos ni siquiera es original: Khruschev lo hizo primero.

El espía Bolshakov siguió en sus funciones de “editor”, y con su estrecha relación con los hermanos Kennedy.

Un año después de Viena, durante la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, ayudó a abrir un canal directo de diálogo con Moscú, a través del que los hermanos Kennedy dialogaron a espaldas del Departamento de Estado, de la CIA y de la Junta de jefes militares.

Digamos que fue uno de los factores decisivos que contribuyó a que el mundo no volara en pedazos.

Pero esa es otra historia apasionante de aquella época irrepetible.

Trump carga con la sospecha de haber hecho intervenir a Rusia en la política interna de Estados Unidos. Pero Putin, con su interés por influir en el electorado americano, ni siquiera es original: Khruschev lo hizo primero.

 

 

 

Fuenta:infobae.com

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