El conocimiento es poderoso, se puede usar para hacer el bien y ayudar a quien te rodea o se puede usar para dañar a los demás o colocarse por encima de ellos. El conocimiento de Torá en ese sentido es mucho más poderoso, porque puede volver a las personas dependientes de aquel que conoce a fondo las escrituras. Por eso es fundamental que aquel que estudia se cuide mucho de ser siempre humilde, saber que el conocimiento que adquirió le vino de alguien más y que puede aprender algo de todas las personas que lo rodean. La siguiente historia nos muestra la importancia de la humildad.
El rabí y el trono. Bradley R. Bleefeld.
Cuando el rabí Judá se le pidió que asignara un juez y un maestro para el pueblo de Simonía, señaló al erudito rabí Leví Bar Sissi para el empleo.
La gente del pueblo estaba tan excitada ante la inminente llegada de su nuevo rabí, que construyeron un estrado y pusieron encima una silla elevada para, luego, ponerse todos a su alrededor y reverenciarle.
Tras la gran bienvenida que le brindó la ciudad, acomodaron al rabí Leví Bar Sissi en el estrado, donde se iba a celebrar la audiencia y, una vez sentado, los vecinos del pueblo comenzaron a hacerle preguntas. Pero, por desgracia, después de escuchar las tres primeras preguntas, resultó que no tenía respuestas que ofrecerles. Aquel fue un momento muy embarazoso para él. Si bien, en condiciones normales, hubiera podido responder a cada pregunta con bastante facilidad, aquel día su mente estaba completamente en blanco. Lo único que podía decir era:
– Lo siento, pero no puedo responder a esas tres preguntas. ¿Hay alguien más que tenga alguna otra pregunta?
¡Ay! La multitud, decepcionada, se dispersó, y el pobre rabí se vino abajo desesperado.
A la mañana siguiente, fue a visitar a su mentor. A la primera ojeada, el rabí Judá supo que el rabí Leví Bar Sissi estaba profundamente preocupado.
– ¿Qué ha hecho el buen pueblo de Simonía para provocarte esta aflicción? – preguntó.
– Querido maestro – se lamentó el rabí Leví -, la gente de Simonía me hizo tres preguntas, pero las tres respuestas escaparon de mi mente. No me lo puedo creer. Aunque conocía todas las respuestas antes de llegar a la población, una vez allí, fui incapaz de razonar la más mínima respuesta.
– ¿Cuáles fueron las preguntas? – preguntó el rabí Judá.
Sin vacilar, el rabí Leví Bar Sissi enumeró de corrido cada una de las preguntas, añadiéndole a cada una de ellas una brillante respuesta.
– Conoces muy bien las respuestas – dijo el rabí Judá -. ¿Cómo es que no las expusiste ayer en Simonía?
– Maestro, cuando las personas del buen pueblo de Simonía me subieron al estrado y me sentaron en aquel asiento elevado, fue como si estuviera en un trono. Me sentí tan abrumado por la veneración del pueblo que las respuestas se escaparon de mi cabeza.
Y, en su sabiduría, el rabí Judá dijo:
– Que esto te sirva de ejemplo a ti y a todos los que aspiran al liderazgo rabínico en sus comunidades. Si te consume el orgullo y has perdido la humildad, el conocimiento te abandonará.
Fuente Talmúdica: Bereshit Rabbah 81
Fuente: Párabolas del Talmud
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