¿Quiénes son los alemanes para Primo Levi? Claro, los verdugos. Pero esta definición no le bastaba. Quería comprender todos los matices del Mal que encontró en Auschwitz también por ese impulso de químico en la investigación “naturalista”, esa curiosidad por el género humano que lo acompañó hasta en el campo de exterminio, en cierto modo “salvándolo” y abriéndole después el camino a la escritura. Así, desde el momento en que se perfila la posibilidad de publicar “Si esto es un hombre” en Alemania occidental, cosa que ocurrirá en 1961, consciente de que con su libro está colocando a un pueblo “frente a un espejo”, la pregunta sobre quiénes son realmente, fuera de la “cuadrilla de los grandes culpables”, “aquellos que creyeron, que no creyendo callaron”, se hace más acuciante todavía.
SUSANNA NIRENSTEIN
El último capítulo de Los hundidos y los salvados (1986), “Cartas de alemanes”, el epistolario intercambiado por un lado con los lectores de la patria de Thomas Mann y por otro con el odiado nazismo, ya ha dado testimonio de su deseo cognoscitivo. Pero ahora una misiva totalmente inédita encontrada por Martina Mengoni, una estudiosa que le ha dedicado a Primo Levi dos doctorados en la Escuela Normal Superior de la Universidad de Pisa, rastrillando casi todos los archivos disponibles en el mundo (salvo el familiar, ahora cerrado), junto con otro precioso material, abre una nueva puerta hacia esa cuestión. Publicada en el ensayo “Primo Levi e i tedeschi” (Primo Levi y los alemanes) editado en Italia por Einaudi en la colección bilingüe italiano/inglés Lezioni Primo Levi, a los fines interpretativos la carta parece más inocua de lo que es. Pero Martina Mengoni se encarga de clarificar “el caso”. Y nos cuenta todo.
El hallazgo
Veamos en primer lugar a quién está dirigida y por qué es tan significativa. Todo parte de la amistad surgida en el año 1966 entre Levi y Hety Schmitt-Maass, de Wiesbaden. Esta señora, expulsada de su escuela por la posición anti Reich del padre, entonces periodista y asesor de cultura, toma contacto con él después de haber leído en versión alemana “Si esto es un hombre”.
Levi confía en Hety, y dado que su ex marido había sido químico de IG Farben (la firma del establecimiento, la planta Buna, en Monowitz-Auschwitz, donde Levi trabajó como químico durante el cautiverio), le pide rastrear al Doktor Pannwitz (el directivo ante quien rinde el célebre “examen de química” descripto en Si esto es un hombre) y a Ferdinand Meyer, el jefe de laboratorio civil. Pannwitz –“los ojos, el cabello y la nariz como deben tenerlos todos los alemanes”– murió. Meyer, en cambio, al ser contactado, después de haber leído el volumen, aparece. Le escribe que se acuerda bien de él y de los otros prisioneros de la planta Buna, le pide noticias, indica la necesidad de una “superación del pasado” (Bewältigung), le dice que en aquella época llevaba una especie de diario. Y Levi le responde el 12 de marzo de 1967. Emocionado de estar “por primera vez en comunicación con alguien que se encontraba del otro lado de la barricada, aun contra su voluntad, como lo creo en su caso”.
“Lo más sorprendente”, comenta Mengoni, “es que el ex deportado acepta la propuesta de Meyer: superar el pasado. ¿Por qué lo hace? En mi opinión es una movida ajedrecística. Hubiera podido ponerse en el pedestal de la víctima y ser más agresivo. Decide abrirse porque quiere saber, comprender, obtener la mayor información posible, quiere leer Auschwitz con los ojos de su interlocutor”. Sin embargo, sus preguntas son muy tímidas: “Sí, le dice a su ex jefe de laboratorio que ha conservado un buen recuerdo (le había conseguido una navaja de afeitar y un par de zapatos, por ejemplo). Que está de acuerdo también en que se encuentren. Que tiene mujer y dos hijos. Que uno de los compañeros, Goldbaum, murió de hambre y de frío. Lo apremia saber si cree que ha hecho una descripción válida del doktor Pannwitz en el libro. Si en aquel entonces la empresa empleaba a los prisioneros porque pensaba salvarlos. Pregunta qué se sabía de las ‘instalaciones’ de Birkenau. Expresa gratitud de que Meyer recuerde los nombres”.
Exacto, no hay nada rudo, nada audaz. ¿Era esa por lo tanto su posición de fondo hacia los alemanes, una condonación de los pecados? Jean Améry, el filósofo austro-belga judío recluido en Auschwitz, suicidado en 1978, que leía con Hety las cartas en copia, creía y escribió que sí, y que a él esa actitud de perdón no le gustaba. Pero según Martina Mengoni, no es ese el punto. El punto, reafirma, es el ansia de conocimiento de Levi, la voluntad de mantener la relación mencionada e incluso pedirle a Meyer que le mande el “diario”, del cual no obstante no tenemos rastro.
Que no quisiera “salvar” a los alemanes aparece bastante claro sin embargo en “Vanadio”, cuento de 1974, el último de El sistema periódico. A primera vista y hasta hoy, un recuerdo. Por lo demás, ¿Primo Levi no es el testimonio de la verdad por excelencia? Pero ahora que conocemos la carta a Meyer, la interpretación es completamente distinta. “Vanadio”, una obra perfecta, parece contar un hecho casi idéntico al narrado recién, en el que Meyer se convierte en un tal Müller y la vinculación responde a un claro recurso narrativo. Pero sobre todo a Müller no se lo mira con respeto, y el episodio del informe está redondeado (¡Léanlo! Figura como apéndice del ensayo) de manera negativa (como también lo dice Hety): la carta del alemán se vuelve “pedante”, sin tener nunca el coraje de atribuir Auschwitz a quien se debe, está colmada de auto absolución.
Müller piensa incluso que Levi le debe la vida,contesta que emplearon a los prisioneros para protegerlos, que, a dos pasos del crematorio, “nunca tuvo conocimiento de algún elemento que pareciese destinado a la matanza de judíos”; es “contradictorio”, “ofensivo”, y si habla de “superación del pasado” Levi lo entiende como “redención del nazismo”. Y lo considera “ni infame ni heroico”, “un ser humano típicamente gris”, lo cual muestra por primera vez el camino para la elaboración de esa zona gris que en Los hundidos y los salvados tendría tanta importancia.
¿Qué pasó entre 1966 y 1974 para hacer cambiar tanto el punto de vista de Levi? Para Mengoni, además del hecho de que el escritor tuviera en ese momento una concepción de sí mismo mucho más literaria y dedicada a la ficción, en los años 70 se desencadenó en él el temor de que pudiera reaparecer un fascismo, y esa idea lo volvió más rígido. Opinión respetable. ¿Cómo no pensar sin embargo que ese fuera su verdadero, y gravitante, punto de vista sobre Meyer, a quien le había dirigido tantas palabras gentiles? ¿Cómo no pensar cuántos planos puede haber habido en un hombre que atravesó la peor de todas las experiencias del mundo?
Fuente:cciu.org.uy
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