¿Se imaginan, en La Meca, en un ángulo del patio de la mezquita donde los fieles dan vueltas a la Kaaba, que se anunciara una exposición sobre la historia de la cruz cristiana? Lo que ocurre estos días en la plaza de San Pedro, que alberga una muestra sobre la historia de la menorá, el candelabro de siete brazos, símbolo del judaísmo, demuestra cuánto ha evolucionado el catolicismo y el papado en particular, una religión y una jerarquía que predican el diálogo interreligioso y la tolerancia.
EUSEBIO VAL
En Arabia Saudí, obviamente, sería imposible hoy una exposición equivalente a la que se ha organizado en el Vaticano. Más aún, las iglesias cristianas y los lugares de culto de cualquier otro credo que no sea el musulmán están prohibidos. Nadie sabe cuán lejos está el día en que esta situación cambie. Las sociedades de mayoría islámica y el mundo entero lo agradecerían.
La exposición “La Menorá. Culto, historia y mito”, puede verse en dos sedes, con el mismo boleto de 7 euros. El grueso de la muestra está en el Brazo de Carlomagno –un espacio de los Museos Vaticanos-, en el lado sur de la plaza de San Pedro. Algunas de las obras se exponen en el Museo Hebreo de Roma, situado debajo del Templo Mayor, la principal sinagoga de la ciudad.
Nunca antes había habido una colaboración cultural de esta naturaleza. No deja de ser extraordinario que, en el centro mundial del catolicismo, los fieles sean invitados a entrar a una exposición dedicada al logo por excelencia de la religión hebrea, el candelabro que –según el libro del Éxodo- Jahvé mandó forjar a Moisés, en oro puro (35 kilos), para recordar los siete días de la Creación.
La menorá, como recuerda en un video el rabino jefe de Roma, Riccardo Di Segni, tuvo una historia azarosa. La original fue colocada en el templo de Salomón, en Jerusalén, en el siglo X antes de Cristo. En el 586 antes de Cristo la ciudad fue destruida y saqueada por los babilonios de Nabucodonosor, que se llevaron el candelabro y éste probablemente fue fundido para aprovechar el oro. Un segundo templo y una segunda menorá fueron víctimas, esta vez, de las tropas romanas del general Tito, en el año 70 después de Cristo. El candelabro llegó a Roma como trofeo de guerra. Lo atestigua el bajorrelieve en el Arco de Tito, en el Foro Romano. Fue una humillación trágica para el pueblo judío. La menorá volvió a desaparecer tras la invasión de los bárbaros, en el siglo V. Su destino se convirtió en leyenda. Algunas teorías apuntaron que fue a parar al lecho del Tíber o de otro río, que quedó en los sótanos de la basílica de San Juan de Letrán, que la custodiaron en secreto en el Vaticano, hasta nuestros días. Lo cierto es que nunca más volvió a aparecer.
Para los judíos, en especial para los romanos, que viven en la ciudad sin interrupción desde antes de Cristo y que se consideran sus habitantes más genuinos, el desagravio llegó en diciembre 1947. La ONU acababa de aprobar la partición de Palestina y la futuro nacimiento del Estado de Israel. Para festejarlo se organizó una ceremonia justamente en el Arco de Tito. Los rabinos, durante siglos, habían prohibido a los judíos pasar por debajo del arco, símbolo de la opresión de su pueblo. Pero esta vez si lo hicieron. Había judíos de Roma y de otros países de Europa, supervivientes de la Shoah. Cantaron el himno sionista, Hatikvah (la esperanza), y desfilaron por debajo del arco, de oeste a este, de Roma a Jerusalén, al contrario de lo que habían hecho 19 siglos antes, cuando llegaron a la ciudad como prisioneros y esclavos, llevando sobre sus hombros la menorá. El candelabro de siete brazos –en la versión plasmada en el Arco de Tito- se convirtió después en el símbolo oficial del Estado de Israel.
Ha sido una emocionante experiencia, como periodista, asistir al acontecimiento de la exposición romana, no tanto por los objetos que se ven como por la historia que hay detrás. Uno de los grandes privilegios que me ha dado este oficio ha sido poder conocer en persona a supervivientes directos de la Shoah y escuchar su testimonio. Me sucedió durante mi estancia en Washington, en un viaje a Israel –durante la visita de Francisco al memorial de Yad Vashem, en el 2014-, varias veces en Roma y también en el antiguo campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, en Polonia, el año pasado. Son impresiones que no se olvidan.
La muestra sobre la menorá es otro desagravio para la comunidad judía romana. Juan Pablo II abrió el camino con su visita al Templo Mayor, en 1986. Ese día se dirigió a los judíos como los “hermanos mayores” de los cristianos. Siguieron su estela Benedicto XVI y Francisco, que también estuvieron en la sinagoga y repitieron la fórmula de “hermanos mayores”. El diálogo continúa y no se detendrá, por el bien de todos. No hay alternativa a la convivencia pacífica entre religiones.
Fuente:lavanguardia.com
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