El argentino que fue ministro de Hitler y murió en el anonimato

¿Quién fue Ricardo Darré? Para millones de argentinos, nadie. Y esta pregunta, un acertijo. Sin embargo, su nombre, sus hechos y su leyenda –esos desconocidos, la vida de ese fantasma– no sólo lo instalan en la lista negra de los hombres más peligrosos del nazismo cuando el Tercer Reich parecía lograr su delirante sueño de reinar en el planeta por mil años: fue decisivo en la organización criminal y en la ideología de ese flagelo. Pero encontrarlo y despojarlo, capa a capa, hasta llegar a la verdad, tardó muchos años, obligó a varios y largos viajes, y en gran medida dependió del azar.

El hombre que lo logró fue el historiador y escritor argentino Carlos De Nápoli (1950–2011), apasionado buceador de las relaciones non sanctas entre nuestra nación y el nazismo, como lo prueban sus libros Los científicos nazis en la Argentina, Nazis en el Sur, y el que desenterró la borrosa figura que generó esta nota: Darré – El ministro argentino de Hitler, editado por el sello Vergara.

De Nápoli empieza a darle vida en la Patagonia. Su nombre: Ricardo Walther Oskar Darré. Nacido en el barrio de Belgrano el 14 de julio de 1895 a las cinco de la tarde en una casa que ya no existe: 11 de septiembre 769, esquina Maure. Hijo de Richard Oskar, alemán de ascendencia francesa, y madre argentina, Emilie Lagergrende, sangre sueca y alemana. Familia de buen pasar.

Los primeros datos lo encuentran en la Patagonia, donde vivió hasta los 10 años. Es un chico inquieto y, para algunos, extraño. Ama a los caballos. Los monta en pelo, como los indios, a los que odia por el color de su piel, como más tarde odiará a judíos, negros, gitanos, homosexuales…

Lanza con destreza sus boleadoras. Las esferas son piedras de un aerolito que cayó en el Chaco y que le regalaron sus padres, de modo que las imagina con poderes cósmicos, y las completa con un hacha vikinga que arroja con increíble puntería. Pero esa etapa salvaje se cierra cuando sus padres lo mandan a Alemania para que empiece su educación.
Estudia en Heidelberg, en Wimbledon y otras dos escuelas teutonas, y aprende y domina el inglés, el francés y el alemán: puertas abiertas de par en par hacia su extraño futuro.

En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial. Él tiene 19 años, se alista voluntariamente, lo hieren más de una vez, pero sobrevive. Tiene una fuerte vocación: la agricultura, las granjas, la cría de animales. Tanto, que retrasa sus estudios de filosofía: logra el doctorado recién en 1929, a los 34 años, y a sólo cuatro de encontrarse con su asombroso destino de dos caras: místico y criminal. Que inicia en Artamans, un grupo juvenil völkisch (étnico alemán) que impulsa, vagamente, sin un programa claro, el retorno a la tierra: una de las semillas del nazismo y su creencia (o invención política de Hitler) de que la raza aria provenía directamente de los dioses nórdicos y estaba llamada a predominar, eterna, en el mundo.

Darré se encarama en esa fantasía, en 1926 escribe un artículo, Blut und Boden (Sangre y Suelo), y dos años después, el libro Das Bauerntum als Lebensquell des nordischen Rasse (El campesino como fuente de vida de la raza nórdica). En principio, una posición loable: métodos naturales para tratar la tierra, conservación de los bosques, más espacio en las granjas de crianza de animales. Casi un precursor de la filosofía verde.

Pero en el verano de 1930 ya es un nazi convencido y activo. Tanto, que maquina un plan para crear una aristocracia racial alemana (con desprecio y odio hacia todo “impuro”) basada sobre la procreación selectiva entre hombres y mujeres perfectos, rubios, de ojos celestes, y desechando –exterminio, claro– a todos los demás, salvo a los especímenes europeos de esas características capturados durante la teoría de tierra arrasada: el plan de Hitler para reinar en el planeta.

Sin embargo, en ese vasto staff criminal de uniformes negros, águilas, cruces de hierro y siglas aterradoras (SS, por caso), Darré aparece en segundo plano: ministro de Alimentación y Agricultura y director de la Oficina de la Raza y Reasentamiento, ocupada en convencer a los grandes terratenientes para que cedieran parte de sus propiedades para crear nuevas granjas. Un burócrata nazi, en fin.

Pero sólo en apariencia, como fue descubriendo el autor del libro, Carlos De Nápoli, a través de un largo periplo –en años, en kilómetros y en testigos– con amigos, y penetrando en algunos de los más cerrados misterios urdidos por Hitler y sus secuaces en el Nido de las Águilas, su refugio montañés, y en el bunker de Berlín.

Porque detrás de ese burócrata obsesionado por las granjas latía un monstruo no menor que Mengele, Himmler, Borman, Göring, Goebbels…
Tanto, que le daba órdenes a Heinrich Himmler, el jefe de las SS, al que consideraba apenas “un criador de pollos”. Cierto: ese fue su oficio antes de la guerra.

Y qué monstruo. En su Oficina de Raza y Reasentamiento (RuSHA) fundó una sección de bodas para confirmar la ascendencia racial de las mujeres de los oficiales SS. Había que ser absolutamente pura –cosa casi imposible en ningún individuo: quién puede conocer sus ancestros nacidos hace siglos, sus andanzas y sus mezclas–, o la pareja sucumbía como tal.

Si Hitler, como todo tirano, inventó un enemigo mortal para agitar el odio en las masas –el judío–, Darré se encargó de prohibirles ser dueños de tierras. De allí a la Noche de los Cristales Rotos, los guetos, las deportaciones y el Holocausto, sólo hubo que dejar correr el tiempo. Y Darré tampoco fue ajeno a ese proyecto.

Pero su obra más delirante fue la creación de la Lebensborn, una institución destinada a unir a jóvenes mujeres nórdicas con miembros de las Waffen SS para lograr la raza aria impoluta.

El matrimonio no era obligatorio. La única exigencia era que el hombre fecundara a la mujer para que la reproducción de seres perfectos alcanzara la proporción geométrica. Es decir, máquinas de dejar su semilla, y máquinas de parir. Desde luego, si algún retoño naciera con algún defecto físico, el programa de Eugenesia e Higiene Racial se ocupaba de hacerlo desaparecer.

El director de ese engendro fue Himmler. Pero su mentor, Darré.
Que no se detuvo en ese punto: ordenó raptar a niños de los países europeos invadidos que, por su aspecto, eran tenidos por arios puros (Polonia fue uno de los casos más notorios), y entregarlos a familias de las SS.

Darré creció sin pausa hasta lo más alto: general de las SS, y como ministro, uno de los más altos miembro del gabinete de Hitler. Poco se sabe de su vida privada. Dos matrimonios. El primero, en 1922, con Elena Teresa Alma Staadt. Dos hijas. Divorcio en 1927. Muy poco después, boda con Charlotte Freiin Von Vittinhoff-Schell.

Según De Nápoli en el final del libro, “sé que Darré tuvo participación activa en la fuga de nazis hacia Sudamérica por orden expresa de Hitler. No es casual que a Córdoba y la Patagonia llegara la mayor cantidad de nazis prófugos. Sin embargo, el enorme secreto de esas acciones dificulta la tarea de descubrir que hizo Ricardo Darré entre 1942 y 1946, cuando fue juzgado en Nüremberg”.

Absuelto de los cargos más graves –los referidos al genocidio–, en 1949 fue condenado a siete años de prisión, pero lo excarcelaron un año después. Murió en Munich el 5 de septiembre de 1953, devastado por un cáncer de hígado. El telón final sobre su alcoholismo.

Fuente: Infobae

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