Estamos acostumbrados a pensar que sólo a través del estudio de Torá podemos alcanzar la perfección y la sabiduría. Sin embargo, no todos los caminos del hombre cruzan las mismas veredas, no podemos imaginar que una misma forma de vida será benéfica para todas las personas del mundo. El Talmud celebra la diferencia y por eso nos recuerda que es importante tomar nuestras propias decisiones y construir el camino que creemos propicio para nosotros. Finalmente cuando escuchamos a los ángeles hablar, lo que dicen no siempre se refiere a nosotros. Esperamos les guste.
Rabí Bradley R. Bleefeld . En busca de sabiduría y riqueza
Ilfa y Yojanán eran compañeros de estudios de la Torá, y se dedicaban al aprendizaje de la aplicación de la ley. Desgraciadamente, sus estudios les llevaban tanto tiempo, que no conseguían satisfacer sus necesidades económicas, y, para superar su indigencia, los dos estudiosos decidieron meterse en el mundo del comercio.
Yendo de viaje a una población cercana para establecer un trato, se detuvieron a descansar junto a un muro en ruinas. Dos ángeles auxiliadores les observaban, y charlaban entre ellos acerca de su cometido; pero estaban tan cerca que el rabino Yojanán pudo escuchar su conversación
– ¿Por qué no le damos un golpe a este muro y matamos a estos dos hombres indignos? – le dijo un ángel a otro. – Merecen morir por sus pecados; han abandonado sus estudios para sacar provecho del comercio.
– Déjalos estar – respondió el segundo ángel -. Aún con todo, creo que uno de ellos tiene todavía mucho que alcanzar, y merece misericordia.
Impresionado por los comentarios de los ángeles, Yojanán le dijo a su compañero de viaje:
– ¿Has oído lo que yo acabo de oír?
– No he oído nada – respondió Ilfa.
Y Yojanán pensó: “Dado que soy yo el que lo ha oído y no Ilfa, evidentemente, seré yo el que todavía tiene mucho que alcanzar”.
– He decidido que voy a volver y voy a continuar con mis estudios – dijo Yojanán -. Que se sepa, amigo mío, que no es por mí, sino por alguna otra razón, que siempre habrá pobreza en la tierra.
Y así, el rabí Yojanán prosiguió con sus estudios, mientras Ilfa siguió con su carrera comercial. Muchos años después, Ilfa visitó la población donde había estudiado Torá, y donde ahora rabí Yojanán era el jefe de la escuela. Allí los estudiosos le dijeron:
– Quién sabe, Ilfa. Quizás, si te hubieras quedado, serías tú el maestro de esta escuela, y no Yojanán.
Este comentario le molestó tanto a Ilfa, que subió a un barco, trepó hasta la punta del mástil y proclamó:
– Si alguien me hace alguna pregunta sobre las enseñanzas del rabí Hiyyá o del rabí Josías y no soy capaz de responderla correctamente, me ahogaré en las aguas.
Un anciano se adelantó y le hizo una pregunta verdaderamente difícil sobre la ley de herencia, y, sin la menor vacilación, Ilfa respondió con toda brillantez. Su explicación fue tan astuta y adecuada, que todos terminaron por admirar su erudición.
Fuente Talmúdica: Ta’anit 20 b
Fuente: Parábolas del Talmud
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