IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – La correcta interpretación de la Biblia ha sido un tema de extremo debate a lo largo de los siglos. Incluso, en sus versiones más absurdas, es un debate que ha llegado a la violencia física. A veces, hasta a la guerra.
Pero, aunque parezca mentira, las aportaciones de las ciencias bíblicas (que han tenido su mejor desarrollo en los últimos 250 años) nos permiten, hoy en día, tener una idea bastante clara de lo que esa colección de libros significa en realidad. Todo se deduce de una pregunta elemental: ¿quién la escribió, para quién se escribió, y en qué circunstancias se escribió?
En otras épocas, se creía que estas preguntas eran falaces porque la Biblia habría sido escrita por muchos autores a lo largo de mucho tiempo.
Pero eso no es del todo exacto. Hoy sabemos que la Biblia que tenemos en las manos pasó, en realidad, por un proceso muy específico de elaboración y compilación, y entonces podemos contestar esas tres preguntas con más precisión de la que pareciera posible.
En principio, la idea de que la Biblia fue elaborada por muchos autores a lo largo de mucho tiempo es correcta. Los antiguos israelitas fueron coleccionando una gran cantidad de escritos, muchos de los cuales eran reconocidos como “sagrados”. Por supuesto, no los tenían integrados en una colección “portátil” como lo es la moderna Biblia, ya que en las épocas antiguas los documentos importantes se elaboraban en tablillas de arcilla que eran coleccionadas en depósitos resguardados por el clero o por los reyes. Se han recuperado decenas de miles de este tipo de tablillas provenientes de las culturas sumeria, acadia, hitita, egipcia, mitania, asiria, babilónica, israelita y cananeas.
La moderna arqueología ha demostrado que el antiguo pueblo israelita gozaba de un elevado nivel de alfabetización, gracias a que se han recuperado lo que podríamos llamar “bibliotecas personales” que, en este caso, eran muy singulares. Se componían de lo que llamamos “óstracas”, es decir, documentos escritos con tinta en utensilios de alfarería o cerámica (ollas, vasos, jarras, etc.).
En la actual Biblia podemos encontrar rastros de lo que fue esa antigua colección israelita de escritos sagrados. Sabemos que, lógicamente, la base era la Torá. Pero esta se organizaba de un modo diferente, por una sencilla razón: estaba redactada –como ya se mencionó– sobre tabletas de arcilla. Por lo tanto, todo lo que podríamos llamar “el código legal” (contenido actualmente, principalmente, en el Levítico y en algunas partes de Éxodo y Números) debió ser un núcleo de tablillas bien diferenciable de la narrativa histórica (lo que encontramos en el Génesis y en el Éxodo).
Pero también circulaban libros de algunos profetas. Se mencionan textos de los profetas Samuel, Iddo, y Natán. Se mencionan también las Crónicas oficiales de los reyes de Judá (que no son las Crónicas que tenemos en la Biblia), y los Hechos de Salomón. Se mencionan otros libros cuyo formato y contenido desconocemos casi por completo, como el Libro de Yashar o el Libro de las Guerras del Señor. Por supuesto, de estas épocas data la primera recopilación de Salmos de David, y seguramente ya se tenía una colección de Salmos escritos por diversos levitas.
Es decir: era una colección relativamente parecida a la que tenemos. Primero el código legal, relatos históricos, una sección profética, y literatura poética o sapiencial.
Cuando los reinos israelitas fueron invadidos y destruidos por los asirios y babilonios, todo este patrimonio se vio profundamente afectado. Mucho de él, simplemente fue destruido.
Por eso no es del todo exacto decir que “la Biblia está integrada por muchos libros que fueron escritos por muchos autores a lo largo de mucho tiempo”. Hubo un tiempo en que hubo algo muy parecido a nuestras Biblias y que, en efecto, era eso. Pero esa colección no es la que tenemos en las manos. Lo que tenemos es otra cosa.
Después del exilio en Babilonia, Ezra el Escriba se puso al frente de una profunda revolución espiritual cuyo resultado fue una nueva forma de organizar y entender la religión judía. Uno de los más importantes logros de Ezra fue la restauración de las Escrituras Sagradas.
La tradición judía posterior preservó en su memoria este mérito indiscutible del que, fuera de toda duda, ha sido el más importante escriba del antiguo Israel.
En el Talmud se dice que la Torá estuvo a punto de perderse, pero “Ezra nos la devolvió”. Y en la literatura apocalíptica post-bíblica, en un apócrifo conocido como IV Esdras, se cuenta que cuando los judíos regresamos de Babilonia, todos los libros sagrados se habían perdido. Ezra recibió una visión en sueños, y al día siguiente se trasladó a un bosque con un grupo de escribas. Allí, en un lugar señalado por la revelación en sueños, encontró un cáliz con un líquido “con el color del fuego”. Lo bebió, entró en trance y comenzó a dictar. Cada escriba anotó lo que escuchó, y milagrosamente en esa sesión fueron restaurados los libros sagrados del pueblo judío.
Por supuesto, la referencia del Talmud es muy escueta y el relato apócrifo es legendario, pero en los dos subyace un evento histórico: efectivamente, Ezra tuvo que sentarse junto con sus escribas a restaurar las dañadas escrituras sagradas del pueblo judío.
El resultado fue la Biblia, tal y como la conocemos. Faltaban algunos libros por escribirse, pero el molde básico quedó definido por Ezra, sobre todo en sus dos secciones más importantes en materia de contenido: la Torá y los Profetas.
Ezra fusionó el código legal recuperado de las antiguas escrituras con mucho material narrativo, probablemente recuperado de lo que sobrevivió de libros como Yashar o Las Guerras del Señor. De ese modo, integró la versión de la Torá que a nosotros nos resulta común, conformada por Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Luego, recuperando lo más que pudo de los antiguos libros de Samuel, Natán, Iddo, y otros videntes menores, debió integrar lo que son los libros de I y II Samuel, I y II Reyes y Rut. Por supuesto, recuperó, restauró y editó lo que sobrevivía en mejores condiciones de la literatura profética, y de allí se obtuvieron los actuales libros de Isaías, Jeremías, Ezequiel, Amós, Oseas, Miqueas, Sofonías, Nahum, Habakuk y Abdías (después de agregaron los libros de Hageo, Zacarías, Joel, Malaquías, Jonás y Daniel).
Del mismo modo, se recuperaron los Salmos de David y de los levitas, y con algunas adiciones de material nuevo, o ediciones sobre el material antiguo, se conformó el acutal libro de los Salmos. Algo similar sucedió con el de Proverbios.
Así, pacientemente, Ezra le dio forma a la parte mayoritaria y principal de lo que hoy conocemos como Biblia Hebrea (Tanaj en hebreo, Antiguo Testamento en la tradición cristiana).
Y esta es la parte importante: Ezra no lo hizo por mera vocación de anticuario o de restaurador de libros antiguos. Lo hizo como parte de una renovación espiritual del pueblo judío, y eso significa que todo el trabajo de recuperación, restauración, reorganización y edición, estuvo enfocado a las necesidades espirituales de los judíos de ese momento.
¿De qué necesidades espirituales estoy hablando? El pueblo judío había sido destruido por los babilonios en el año 587 AEC. Eso, en la antigüedad, se interpretaba como la derrota definitiva de unos dioses a manos de otros dioses. Los sobrevivientes a este tipo de tragedias terminaban por abandonar su religión y se asimilaban a la de los vencedores.
En el caso particular del pueblo judío, la catástrofe tenía un significado muy especial. Durante siglos se habían considerado “el pueblo elegido” (una idea, en realidad, bastante común en cada pueblo). Sabían que eran los portadores de un Pacto con el D-os Único y Verdadero.
Lo que encontramos en varias secciones de la Biblia Hebrea evidencia que acaso la idea más grave de los judíos, durante el exilio en Babilonia, no fue la de “nuestro D-os fue derrotado”, sino la de “nuestro D-os nos abandonó por nuestros pecados”.
Por ello, todo el trabajo de Ezra estuvo enfocado a corregir esa visión catastrofista, y ensalzar un mensaje bien definido: D-os castiga al rebelde, pero restaura al que se arrepiente.
Algo nunca visto en la antigüedad, debido a la crueldad con la que asirios y babilonios –los verdugos del antiguo Israel y de muchas otras naciones– trataban a sus víctimas.
Los cananeos y los filisteos, por ejemplo, no sobrevivieron a esas invasiones. Desaparecieron de la historia. En cambio, los judíos regresaron a su tierra ancestral, se restauraron como nación, se restauraron como religión, e incluso restauraron sus escrituras.
Todo esto nos indica que es posible dar una respuesta a las tres preguntas que nos planteamos en principio: si bien los libros originales de la Biblia fueron escritos por muchos autores en un lapso de tiempo bastante largo, las versiones que tenemos a la mano y, más aún, el modo en el que los libros están organizados y editados, es básicamente autoría de Ezra, justo después del exilio en Babilonia, y con el propósito de restaurar la vida espiritual de una nación.
Eso nos da la pauta para entender el mensaje central de la Biblia. El punto de partida es el Pacto de D-os con un pueblo; la parte central –la dramática, como en toda buena obra literaria– es la rebeldía de ese pueblo, las advertencias de los profetas y el castigo divino; y la parte final es el arrepentimiento de esa nación y su restauración milagrosa, con la consecuente renovación del Pacto.
Esto afecta de un modo muy interesante nuestra comprensión del texto. Por ejemplo, la Biblia está llena de predicciones. Las principales tienen que ver con dos temas: destrucción y restauración (aplicadas a muchos grupos, naciones o personas).
Mucha gente cree que estas predicciones están enfocadas en un futuro ignoto, todavía por cumplirse, y por eso hablan de que la Biblia “predice grandes catástrofes para la humanidad, y luego vendrá una restauración” (por supuesto, cada secta o tendencia explica de manera distinta estas destrucciones y esa restauración).
Pero ese enfoque es incorrecto. En esencia, todo el mensaje de destrucción inminente que hay en la Biblia está claramente enfocado en lo que los asirios o los babilonios habrían de hacer con los reinos israelitas. Nada más.
Y todos los mensajes de restauración se refieren, inequívocamente, al regreso del exilio y a la restauración que estaba dirigiendo el propio Ezra.
Es relativamente fácil probarlo. Por ejemplo, una “predicción mesiánica” clásica se encuentra en Isaías 11, y es el anuncio de la futura venida de alguien identificado como “el retoño”, que reunificará a los descendientes de Efarim y Judá (es decir, de los dos reinos israelitas).
Muchos lo toman como una predicción de la futura llegada de un personaje tan enigmático como especial: “el Mesías”.
Pero no. La propia Biblia nos dice quién fue el verdadero “retoño”. En los capítulos 4 y 6 del libro de Zacarías, ese personaje es claramente identificado como Zerubabel, primer exiliarca del pueblo judío.
La revisión de estos pasajes (Isaías 11; Zacarías 4 y 6) confirma que las predicciones de destrucción se referían a las catástrofes provocadas por las invasiones asiria y babilonia, y la restauración se refería al regreso del exilio en Babilonia.
¿Quiere usted “interpretar correctamente” la Biblia Hebrea?
Entonces, tome nota: la Biblia Hebrea gira en torno a esos dos eventos históricos: la destrucción de los reinos israelitas antiguos y la restauración vivida después del exilio en Babilonia.
Nada más. Todo lo que podamos afirmar que “dice la Biblia”, lo dice en función única y exclusivamente de esos dos eventos.
Por supuesto, eso no significa que la Biblia no tenga nada que decirnos hoy en día.
Al contrario: uno de los rasgos de genialidad más impresionantes de Ezra, es que produjo una colección de libros destinada a iluminar la vida de un pueblo no sólo en ese momento crítico, sino también durante los siguientes años. Miles de años.
Así que la Biblia sí tiene mucho que enseñarnos, mucho que decirnos, y mucho que explicar sobre nuestro futuro.
Pero eso lo explicaré la siguiente semana. Hasta entonces.
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