En mi infancia en Ucrania, el judaísmo era una puerta cerrada para mí. Pero me rehusé a ocultar mi identidad.
RAV AVI BAUMOL
Tengo el privilegio de enseñarle a todo tipo de personas en Cracovia, judíos y no judíos, ancianos y jóvenes, quienes supieron eran judíos durante toda su vida y quienes lo acaban de descubrir y se están reconectando con el mundo judío. Uno de mis estudiantes, Eliza Schwartzman, tiene una asombrosa historia que me gustaría compartir con ustedes:
Desde pequeña yo sabía que era judía; pero también sabía que nunca podría revelar mi identidad.
Es difícil creer que en el siglo XXI un judío aún tenga que esconder su judaísmo, pero eso es exactamente lo que me ocurrió en Dniepropetrovsk, Ucrania, durante los últimos veinte años. Sí, oficialmente hay vida judía en Ucrania, y sí, miles de judíos viven en mi ciudad y asisten a sinagogas y centros culturales judíos. Pero decenas de miles aún temen las repercusiones de revelarle al mundo exterior que son judíos. Mi historia es una de esas, y fue recién cuando me mudé a Cracovia, Polonia, que pude entender lo loca que era mi situación, que a esta altura de la historia haya tenido prohibido contarle a cualquiera mi secreto. ¿Qué ocurrió en Cracovia? Reservaré eso para el final feliz de esta triste historia, el cual revelaré después.
Mi primer recuerdo de judaísmo es muy positivo. Me sentí especial, estuve orgullosa. Tenía seis años y sabía que era parte de este club especial, y quería contárselo a todo el mundo. Así que en mi primer día de escuela, cuando la maestra le pidió a cada niño que se presentara y dijera algo interesante sobre sí (yo tengo un pony, me gusta el helado, soy zurdo…), con una gran sonrisa en mi rostro me paré y dije: “¡SOY JUDÍA!”.
El rostro de mi maestra palideció, el ejercicio terminó de inmediato y se nos instruyó regresar a nuestros asientos y abrir nuestros libros.
Esa noche, mis padres me sentaron y me dijeron lo desilusionados que estaban por haber recibido una llamada del rector, quejándose de mi “mal comportamiento”. Entones no lo entendí (tampoco estoy segura de entenderlo hoy, siendo una mujer de 22 años), pero seguí la orden de mi padre y nunca volví a mencionarles a mis amigos que era judía.
Hasta los catorce, cuando tuve mi primer amor. Su nombre era Dmitri* y estábamos enamorados. Pasábamos mucho tiempo divirtiéndonos, saliendo y mimándonos. Estaba convencida de que Dmitri era el amor de mi vida, por lo que le revelé cuidadosamente mi secreto: soy judía. Dmitri no pensó que era gran cosa, hasta que esa noche se lo dijo a sus padres.
Al día siguiente lo llamé, pero no hubo respuesta. Le envié emails, pero no hubo respuesta. Finalmente lo confronté en su casa, donde había estado incontables veces, y le lloré: “¿Qué pasó?”. Su respuesta me genera escalofríos hasta hoy en día.
“Nunca vuelvas a hablarme, Eliza. Eres repugnante, tu pueblo es malvado, me gustaría que estuvieses muerta”.
No lo entendí entonces, y hoy aún no lo entiendo. ¿Por qué era yo diferente? ¿Sabía él lo que es un judío? ¡Yo no sabía, y soy judía! ¿Cómo podía saberlo él? ¿Cómo pudo ayer decirme que me amaba y hoy que me odiaba? Estaba (estoy) tan confundida.
Estaba destrozada, pero no destruida. No podía explicarlo, pero no iba a dejar que ese odio me derrotara. No ocultaría mi identidad, ¡la abrazaría! ¡Decidí cambiar mi nombre! Dado que mi padre estaba tan nervioso por el antisemitismo, en lugar de darme su apellido —Shvartsman— como se acostumbra, me hizo adoptar el apellido de mi madre para ocultar mi judaísmo. En Ucrania cuando un joven cumple dieciseís años, tiene la oportunidad de elegir su nombre original. Yo me convertí en Yelyzaveta (Eliza) Shvartsman y le mostré orgullosamente mi documento de identidad a mi padre.
Estaba impactado… pero en el fondo creo que estaba orgulloso. Yo todavía no sabía lo que era el judaísmo. Mi padre dijo que nunca me llevaría a una sinagoga, que nunca celebraría las festividades y que nunca tendríamos algo judío en la casa. A excepción de un día, cuando descubrí que era Pésaj, en el que aceptó llevarme a la sinagoga. Fue increíble. Yo estaba tan feliz de ver mi legado. Le hice un millón de preguntas para entender de qué se trataba el servicio y qué significaba la festividad para el pueblo judío. Después de eso, quizás por mi interés creciente en las tradiciones judías u otras razones, nunca volvió a llevarme a la sinagoga.
Temor, odio, terror. Esas palabras venían a la mente de mi padre con un nombre como Shvartsman, él en verdad creía que hacía lo mejor para mí al decidir enajenarme del judaísmo para siempre. Decidió enviarme a una escuela que —pensó— sería el último lugar donde un judío podría vivir abiertamente y aprender sobre judaísmo; la tumba del pueblo judío, el fantasma del pasado judío: Cracovia, Polonia.
Y tenía razón. Durante los tres primeros años de mis estudios allí, no vi ningún judío, no encontré sinagogas y sólo me enfoqué en mis estudios. Algo me carcomía en el interior, debía haber algo de judaísmo, pero tenía una orden estricta de no involucrarme. Obedecí… hasta hace diez meses, un día que cambió mi vida para siempre.
Había sólo una cosa que sabía sobre judaísmo en Cracovia: que cada año había un festival de cultura judía. No estaba segura de que hubiera judíos, pero todos los veranos, en la universidad, mis amigos iban y eran voluntarios en ese festival durante diez días en el mes de julio. Eran llamados majers, yo ignoraba por qué.
El festival fue instaurado por un gentil hace 25 años, en un intento por resucitar la cultura judía en Cracovia, una ciudad en donde la vida judía floreció durante casi un milenio. Se volvió muy exitoso y un símbolo de lo que ha estado ocurriendo durante los últimos años —en Cracovia en particular, y en Polonia en general— desde que pasó a ser un estado democrático independiente. Ha habido una gran curiosidad sobre el judaísmo, y una voluntad de exponer la cultura judía en festivales, museos, teatros y estudios. Hace diez años, abrió el departamento del Instituto para Estudios Judíos de la importante Universidad Jagiellonian, ¡y hoy tiene 150 estudiantes! Y el festival judío ahora se jacta de contar con 25.000 participantes cada verano.
Decidí hacerme voluntaria, una majer, y como parte de nuestro entrenamiento se nos dijo que tendríamos una reunión con un rabino en el centro comunitario judío de Cracovia. Nunca antes había conocido a un rabino, por lo que estaba entusiasmada y nerviosa. El rabino parecía agradable y hablaba sobre lo que significa ser judío, y sobre cómo podríamos ayudar a otras personas hablándoles sobre cultura judía durante el festival. Luego terminó con una frase más…
“Cracovia está viviendo un renacimiento de la vida judía, particularmente aquí, en el centro comunitario, donde la vida judía está floreciendo. Si tienen una madre o un padre judío, o un abuelo o una abuela, podrían no sólo ser voluntarios, sino que son bienvenidos a unirse a la comunidad judía. Sólo hablen conmigo después de esta charla, y puedo ayudarlos a retornar a su legado”.
“Huau. ¿Acaba de decir que hay vida judía en Cracovia?”, pensé. ¿Podría realmente volverme parte de la comunidad judía? Fui a casa y busqué mis documentos, mi identidad judía, mi tarjeta con mi nombre judío, y al día siguiente fui al centro comunitario a las 9 de la mañana para esperar al rabino y unirme al mundo judío.
¡El rabino llegó tarde! Me dijeron que estaba rezando en la sinagoga, por lo que esperé ansiosamente, hasta que finalmente nos encontramos y me invitó inmediatamente a la cena de Shabat.
Desde ese día no he dejado de estudiar. Quiero saber todo sobre el significado de ser judía. Quiero vivir toda festividad, todo mandamiento y experimentar todo lo que se me negó en Dnepropetrovsk.
Estudio hebreo los miércoles y voy a cenas de Shabat los viernes. Me uní al club de estudiantes y conocí jóvenes de mi edad. Cada día es una nueva maravilla. Estudio con el rabino cuatro veces por semana y me extasía la Torá y la ley judía. ¡La semana pasada observé Shabat por primera vez y fue sumamente muy emocionante!
Me preguntaron cómo había sido mi experiencia, y respondí que para mí el judaísmo en Ucrania era como ver un mundo en blanco y negro, mientras que en Cracovia veo todo en hermosos y magníficos colores. Estoy tan agradecida a Dios por haberme dado la oportunidad de volver al mundo judío, y al centro comunitario por ser un asombroso lugar de apertura y exploración.
Le conté titubeante a mi padre sobre mi decisión de involucrarme, de pasar a ser un miembro activo de la comunidad judía. A pesar de todo, él me permitió tomar mi propia decisión, pero me dijo que fuera precavida. Los estereotipos son difíciles de cambiar; cambiar lo que crees sobre los demás es difícil, pero cambiar lo que piensas sobre ti mismo es, creo, aún más complicado. Estoy convencida de que eventualmente entrará en razón y verá lo feliz que soy, y entenderá que ser abiertamente judía en Polonia hoy en día es seguro.
Hoy digo orgullosamente algo con lo que sólo soñé durante la mayoría de mi vida:
Hola, mi nombre es Elizabeth, y soy judía.
Fuente:aishlatino.com
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