Juntos venceremos
jueves 21 de noviembre de 2024

Desde el Talmud, el niño que fue más sabio que un rabí

El Talmud está lleno de historias que recuerdan la importancia de la humildad y recalcan que el sabio es aquel que aprende de todas las personas. La siguiente historia cuenta las anécdotas de tres momentos en el que el Gran rabí Josué, reconocido por su gran facilidad con el discurso, fue vencido en un juego de palabras. Lo que la historia nos enseña es que hasta un niño puede llegar a tener mayor conocimiento que algún gran sabio. Esperamos les guste.

Rab. Bradley Bleefeld. Juegos de palabras

En cierta ocasión, un grupo de rabíes estaban conversando sobre las habilidades lingüísticas cuando uno de ellos hizo notar que el rabí Josué era, ciertamente, un maestro con las palabras.

– Por lo que a mí respecta, rabí Josué, usted no tiene igual – dijo su colega.
– No es cierto – replicó el rabí Joué.
– Pero, ¿acaso hay alguien que le haya superado? – preguntó el rabí – No se me ocurre nadie.
– Pues a mí me vienen a la cabeza al menos tres personas – dijo el rabí Josué -. Veamos. Recuerdo a una mujer que trabajaba en una posada, a una niña y, en otra ocasión, a un muchachito.

Los otros rabinos miraron a su colega con cierta incredulidad.

– Cuéntenos los detalles – le pidieron casi al unísono.

– En cierta ocasión, me detuve en una posada en donde la dueña me sirvió un plato de alubias – comenzó a recordar el rabí Josué -. Tenía hambre, por lo que rebañé el plato con entusiasmo. Al día siguiente, la mujer me puso la misma comida y, una vez más, no dejé nada en el plato.
– Sin embargo, al tercer día, parece que la mujer había puesto demasiada sal en las alubias, por lo que, después de probar la primera cucharada, no pude comer más.

– ‘¿Por qué no come?’, me preguntó ella.
– ‘Es que comí algo hace un rato, y ahora no tengo hambre’, le respondí.
– ‘Y, entonces,’ razonó la mujer, ‘¿por qué se ha comido todo el pan que había en la mesa?’
– ‘Ya entiendo lo que ha hecho,’ continuó antes de que yo pudiera responder. ‘Es lo que se podría esperar de un hombre educado como usted. Ha dejado el plato de hoy como recompensa para quien le sirve, por haberle servido en los dos días anteriores. Sí, rabí, usted ha seguido las normas de etiqueta en la mesa que nos enseñaron nuestros sabios. Un huésped satisfecho siempre deja algo en el plato, para que lo disfrute más tarde el que le sirvió’,
– ‘Sí, eso es’ dije. ‘Dejé las alubias para que las disfrute quien me sirvió’.

Los otros rabíes sacudieron la cabeza impresionados.

– Háblenos ahora de la niña – dijeron.
– Una vez, yendo de viaje por un camino, me percaté de un sendero que cruzaba un campo. Estaba cansado, y sabía que iba a ahorrar algo de tiempo y energía si tomaba aquel atajo. Pero, cuando me puse a cruzar el campo, una niña me llamó la atención. ‘Perdone, señor, pero se ha metido usted en propiedad privada.’
– ‘Bueno, pero no estoy pisando lo sembrado’, me defendí. ‘Mira, hija, estoy renqueando por el sendero que cruza el campo. ¿Comprendes la diferencia?’
– ‘Si, hay un sendero; que es por donde usted va,’ dijo la niña. ‘Pero lo han hecho las personas que, como usted, cruzan ilegalmente por aquí’.

Y otra vez los rabíes se quedaron mudos de asombro al pensar que una niñita había sido capaz de hacer callar al rabí Josué.

– Háblenos ahora del niño – le urgieron.
– Fue durante otro viaje. Me acerqué a un niño que estaba sentado en un cruce de caminos. ‘Dime, jovencito, ¿qué camino he de tomar para ir a la ciudad?’
– ‘Este camino, el de la derecha, es más corto, pero es largo’, respondió el chico. Y, con otro acertijo, prosiguió, ‘Sin embargo, el camino de la izquierda es más largo, pero es corto.’

– Intentando acortar el viaje, me fui por el camino de la derecha pero, aunque podía ver la ciudad en la distancia, el camino estaba tan entorpecido por jardines y huertos que no podía avanzar. Así pues, di la vuelta y volví de nuevo al cruce en donde estaba el muchacho.

– ‘¿No dijiste que este camino era más corto?’, le pregunté.
– ‘¿No le dije también que era largo?’, respondió.

– Sonreí y le di un beso en la frente. ‘Oh, el pueblo de Israel debería de estar sonriendo de felicidad todo el día’, dije, ‘por tener sabios tan jóvenes entre sus hijos.’

Fuente Talmúdica: Eruvin 53 b

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