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jueves 21 de noviembre de 2024

Shtisel, una mirada al mundo ortodoxo desde los ojos del amor

Enlace Judío México / Aranza Gleason

“¿Cómo es que un haredí (miembro de la comunidad ortodoxa) que crece en Mea Shearim se convierte en pintor reconocido?” Así cierra y así comienza la serie Shtisel.

Lo primero que vemos es un sueño: un restaurante en el centro del barrio religioso de Jerusalén, la madre muerta en medio de la nieve hablándole al hijo. Lo segundo, un cuaderno de dibujo y un lápiz que retrata a un lémur.

“Toda pintura es un intento de convertir el presente en el recuerdo. Esta pintura es el recuerdo de un recuerdo… El bebé soy yo y al mismo tiempo es mi hijo… ¿La mujer es tu madre?… Es y no es” Lo dice Akiva Shtisel frente al estudio de grabación mientras explica la pintura más bella que ha creado. Finalmente es un personaje que constantemente se para en el recuerdo, hace de la ilusión y del futuro un pasado.

A sus veinticinco años, incapaz de tomar un trabajo, huye constantemente de las presiones que lo empujan hacia una vida que no quiere. No sabe que busca, pero persigue loca y desenfrenadamente el amor. Se enamora de mujeres que no debería, esquiva las normas sociales que lo atan sin enfrentarlas tajantemente y al mismo tiempo es extremadamente obediente. Le duele desobedecer a su padre. Sin embargo, en ningún momento deja de actuar como cree que es correcto, ni deja de hacer lo que su corazón le dicta.

El dilema que enfrenta es el dilema que vive todo judío en su día a día ¿cómo preservar la individualidad frente a la comunidad? ¿Cómo darle voz a sus deseos propios y a la vez mantener la armonía familiar? Es haredí (ortodoxo) y como tal cree y respeta la halajá (ley judía). Pinta y ama pintar. Sin embargo, vive en Gueula uno de los barrios más observantes del mundo judío; un lugar donde su arte es visto con prejuicio y desprecio (1).

Seguido se ve forzado a encarar la división interna que vive entre los mundos que lo conforman: entre el mundo artístico y el mundo religioso, entre su realidad y su deseo, su madre difunta y su futura esposa. Es un hombre en movimiento constante, y por ello mismo el representante más fiel del judaísmo y la ortodoxia.

Sus pinturas, como la religión, son completamente personales: pinta a su madre, su infancia y su prima. Sin embargo, se expanden hacia universos más grandes porque cargan con ellas las ilusiones de un futuro deseado y el pasado milenario de la tradición. Son los ojos de aquel que puede ver lo eterno en los detalles y sabe que la grandeza más pura se encuentra en la intimidad; dos valores profundamente judíos. La serie entera refleja el corazón de la ortodoxia y ése es su gran valor.

A diferencia de la gran mayoría de películas y funciones televisivas que retratan la vida ortodoxa, en Shtisel el conflicto de fe no existe. D-os, la Torá y la halajá no se ponen en duda, porque para todos los personajes están dados, son tan reales y evidentes como la existencia misma. Y ése es su mérito más grande; logra retratar de manera fidedigna el mundo ortodoxo de Gueula, B’nei Barak y Mea Shearim desde los ojos de la ortodoxia misma. Libre de prejuicios y falsedades.

En Shtisel no existe el melodrama de la mujer que se siente reprimida, ni el adolescente que lucha contra el sistema porque ha dejado de creer en D-os. No, esos son los ojos seculares, los ojos del que juzga un mundo que no conoce. En esta serie, los problemas que enfrentamos son los problemas que enfrenta la ortodoxia día a día: un patriarca que quiere casar a su hijo, un joven que busca balancear su pasión con un sustento y una mujer que sufre abandono.

Desde los primeros capítulos nos encontramos con Shúlem, el patriarca de la familia, un hombre de más de setenta años, fuerte como un león y terco como una roca. Quiere ver a su hijo menor (Akiva el pintor) de veinticinco años casado y hace todo lo que está en sus manos para lograrlo, incluso si es en contra de la voluntad del susodicho. Es excelente profesor y director de escuela, se encarga de su madre de noventa años y es el pilar moral de la familia; sobre sus hombros recae el peso de toda una generación de hijos y nietos. El mayor reto de Shúlem es aprender a aceptar su fragilidad, saberse un hombre viejo y abrazar su soledad. Su esposa ha fallecido y él aún la extraña, a veces habla con ella en las noches, pero no permite que sus hijos vean su dolor; es un hombre chapado a la antigua, un hombre de hierro.

De todos sus hijos quien mejor hereda su carácter es Guiti su hija mayor. Sólo una mujer como ella puede enfrentarse, con un niño en brazos, al asaltante que quiere robar su casa y ahuyentarlo con una escoba. Sólo ella puede callarse el abandono, la traición y el dolor tan penetrante que siente, para que sus hijos salgan adelante; para no convertirse en la “pobrecita” del barrio y firmar una sentencia de lástima. Ella, al igual que su padre debe doblar su orgullo para impulsar a su familia. Si Shúlem necesita aprender a ceder, Guiti necesita aprender a perdonar. Su mayor reto será volver a confiar y dejarse amar nuevamente.

Finalmente la búsqueda de los tres protagonistas es la búsqueda de la familia, la entidad más sagrada para el judaísmo. Shúlem la busca en un fantasma, en el recuerdo de su compañera de vida, la madre de sus hijos. Akiva en sus pinturas, en la ilusión de una boda con la mujer que ama, la imagen de un niño en brazos que a la vez es él y el hijo que anhela, y Guiti en los recuerdos; en el enamoramiento ingenuo de una adolescente, las palabras de amor dichas y la bondad de su marido, un hombre finalmente honesto.

Dirigida por Alon Zigman, fue lanzada al aire por la televisora Yes Oh en Israel el 29 de junio del 2013, se ha llevado más de 11 premios y nominaciones. En ella actuan actores reconocidos en Israel y el mundo como Doval Glickman, Michael Aloni, Ayelet Surer y Hana River. Se puede buscar en DVD y distintos medios audiovisuales como páginas en línea. Esperamos les guste.

Nota:
(1) En líneas previas el personaje que citamos pregunta a Akiva por Mea Shearim, porque este barrio se ha convertido el punto de referencia para las personas que no son cercanas a las comunidades haredíes, y por ello mismo asume que Akiva vive ahí. Sin embargo, nuestro protagonista lo corrije: “no crecí en Mea Shearim, sino en Gueula. Están cerca pero son dos barrios diferentes.”

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