Enlace Judío México – Sí, los palestinos son víctimas, pero no del Estado de Israel, sino de sí mismos, de ser incitados a pelear aunque resulten profundamente heridos. Muchos de ellos son también víctimas de su religión, que les hace creer que detrás de un asesinato se encuentra el paraíso y la salvación.
Los palestinos de hoy son soldados de una guerra heredada, en donde los líderes dirigen desde la comodidad de sus casas, mientras que ellos se hunden en una miseria que ya parece eterna.
Cuando en 1948 el Estado de Israel declaró su independencia ofreció paz, tanto a los países árabes vecinos, como a los palestinos de distintas religiones con los que compartiría un nuevo hogar. La oferta fue inmediatamente rechazada, 5 países árabes atacaron iniciando una guerra y los palestinos desde el interior perpetraron sangrientas revueltas. Pese a todo pronóstico, el nuevo Estado Judío logró defenderse, y además, amplió su territorio 5,728 km cuadrados, por lo que más de 600,000 palestinos huyeron o fueron obligados a abandonar sus hogares, iniciando con esto un conflicto lleno de mentiras, verdades a medias, chantajes y terrorismo cobarde.
Auspiciados por la ONU, estos campamentos fueron el caldo de cultivo de un imparable terrorismo, pues en aquellos devastados escenarios, se concentraban los dos ingredientes necesarios:
1.-La miseria que tenía la imperiosa necesidad de señalar un culpable.
2.-La enseñanza religiosa de acabar con el sionista enemigo, a pesar de que éste pudiera ofrecer mejoras de vida para los palestinos.
Cuando estos 2 elementos se integraron el resultado fue inmediato: personas llenas de odio, dispuestas a matar al enemigo, aunque esto, implicara matarse a sí mismos.
Paralelamente, Israel se convertía en un país más fuerte, que trabajaba día con día en su progreso y en su capacidad para defenderse; pero de pronto llegó un cáncer agresivo: el terrorismo palestino, que actuó como células cancerígenas que atacan desde el interior, un mal interno, que sólo muestra su poder una vez que el daño está hecho.
Israel se defiende como sabe y como puede, como el pasado le ha enseñado; Israel se defiende con toda la convicción de una nación que exige su derecho a existir como Estado. En esta defensa la contraparte sale más indignada y más herida; pero por extraño que parezca, el dolor también motiva, y los palestinos se levantan para volver a pelear, y para continuar un círculo vicioso que, por 70 años, no ha parado de girar.
Si, los palestinos son víctimas: víctimas de los países árabes que los utilizan para mantener un conflicto vivo, una mecha encendida. Son víctimas de elegir a malévolos gobiernos y representantes, que no hacen otra cosa que ponerlos en medio de fuego cruzado utilizándolos como escudos humanos. Son víctimas de sus necias creencias que los obligan a pelear, de sus ideales de convertirse en mártires con tal de asesinar.
Son víctimas, muy víctimas de su guerra heredada que no los deja salir del campo de batalla.
Hoy, en Gaza y en Cisjordania, muchas familias están incompletas, pero lucen el trofeo colgado en la pared, es la foto del mártir de la familia, el héroe que decidió matar y morir por la causa palestina. Parece absurdo, pero más absurdo es escuchar a los padres decir que sienten un profundo orgullo: “Nuestro hijo es un mártir y merece todo nuestro respeto, ojalá que nuestros demás hijos sigan el mismo ejemplo”.
Ojalá la historia hubiera sido diferente. Ese 14 de mayo de 1948 podía haber sido un buen comienzo, sólo se necesitaba un pequeño esfuerzo de entender que aquellos judíos, sólo buscaban un refugio, prosperidad y progreso; maravilloso hubiera sido entender que la tierra era el tesoro, y por eso era necesario construir oportunidades para todos. Sin importar si alguien es árabe o judío, lo ideal hubiera sido ser buenos vecinos; tal vez amigos, sin odios inculcados y sin mapas divididos, sin muros, ni terrorismo, sin muertos ni heridos, y sobre todo, sin niños que lloran la pérdida de un ser querido.
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