Europa: La guerra del burkini continúa

SOEREN KERN

A una mujer que llevaba puesto un burkini para bañarse en una piscina en el sur de Francia le cobraron 490 euros para pagar los costes de limpieza de las instalaciones. El incidente, que ha generado acusaciones de islamofobia, ha sido el más reciente en el actual debate sobre los códigos de vestimenta islámicos en Francia y otros países europeos laicos.

Los que están a favor del burkini dicen que las mujeres deberían poder llevar lo que ellas elijan. Los que critican la prenda dicen que es un símbolo religioso y político que impide la integración y es incompatible con los principios liberales del laicismo y la igualdad de género. En los últimos meses, el debate ha adquirido una nueva dimensión: la salud y la higiene públicas.

La mujer estaba de vacaciones con su familia en un hostal cerca de Marsella cuando el propietario la vio en la piscina vestida con un bañador de cuerpo entero, según el Colectivo Contra la Islamofobia de Francia (CCIF). Posteriormente mandó vaciar y limpiar la piscina y cobró a la familia el coste y la compensación por los días que la piscina iba a estar fuera de servicio. Cuando se negaron a pagar, el propietario, al parecer, les cobró igualmente.

La mujer denunció el incidente al CCIF, que dijo que el burkini no podría haber provocado un problema de higiene, ya que los trajes de baño están específicamente adaptados para nadar. “Me sentí defraudada, estupefacta, dolida porque alguien pueda ser tan hipócrita y retorcido por un burkini”, dijo la mujer.

En otra parte de Francia, el alcalde de Lorette, Gerard Tardy, prohibió los burkinis y otras vestimentas musulmanas en un nuevo parque acuático al aire libre, también por motivos de salud pública:

Los monokinis, los burkinis, los velos parciales o los velos que ocultan totalmente la cara, o una combinación de ellos, están prohibidos en la playa. Cualquier incumplimiento de esta norma será inmediatamente motivo de expulsión (que podría extenderse a toda la temporada de baños) de los infractores por el personal de seguridad o, si es necesario, la policía.

Aldo Umuden, portavoz de una mezquita de Saint Étienne, respondió:

Francia es multicultural, y prohibir el velo en este lugar es un ataque a la libertad individual de los musulmanes, y ni siquiera distingue entre burkini y chador. ¿Por qué el velo es agresivo o peligroso para la población? No representa ningún problema sanitario, y no interfiere con la libertad de los demás. ¿No se da cuenta el alcalde Tardy de que esta decisión estigmatizará aún más a los musulmanes? No sólo es innecesaria, también es devastadora para la armonía de la comunidad.

En julio, un tribunal de apelaciones de Marsella ratificó la prohibición de los burkinis en Sisco, una localidad de Córcega, en aras de mantener el orden público. El alcalde Ange-Pierre Vivoni dijo que la prohibición era necesaria para evitar que se repitieran las reyertas entre las bandas juveniles del lugar y los musulmanes en agosto de 2016, cuando cinco personas resultaron heridas. Los musulmanes provocaron un alboroto después de que un turista sacara una foto de varias mujeres con burkini en un arroyo. Más de cuatrocientas personas acabaron uniéndose a la refriega, donde los corsos se enfrentaron a los migrantes de África del Norte. Al día siguiente, más de 500 corsos marcharon por la ciudad gritando: “¡A las armas! ¡Esta es nuestra casa!”

En mayo, doce musulmanas fueron detenidas por celebrar una manifestación a favor del burkini durante el Festival Internacional de Cine de Cannes. Las mujeres iban ataviadas con burkinis rojos, blancos y azules a lo largo del famoso paseo marítimo de la ciudad. La policía dijo que las mujeres no tenían permiso para manifestarse.

En marzo, los dos favoritos en las elecciones generales francesas se enfrentaron a causa del burkini en un debate televisivo. Marine Le Pen acusó a Emmanuel Macron de “defender el burkini”. Macron acusó a Le Pen de “dividir a la sociedad”. Según Le Pen, el burkini es “un uniforme fundamentalista”.

Las polémicas de este año nos retrotraen al verano de 2005, cuando más de treinta pueblos y ciudades de la Riviera francesa prohibieron el burkini en las playas locales. En agosto de 2016, el Consejo de Estado, el máximo tribunal administrativo de Francia, dictó que las prohibiciones —que fueron promulgadas tras los atentados yihadistas en Niza en julio de 2016— eran un “ataque grave y manifiestamente ilegal contra las libertades individuales, incluida la libertad de movimiento y la libertad de conciencia”. Los jueces sentenciaron que las autoridades municipales sólo podían restringir las libertades individuales si existía un “peligro demostrado” para el orden público. No había —dijeron— pruebas de dicho peligro.

Patrice Spinosi, abogado de la Liga por los Derechos Humanos (LDH) dijo que, a falta de una amenaza demostrada para el orden público, el alto tribunal “había sentenciado y demostrado que los alcaldes no tienen derecho a establecer límites sobre qué símbolos religiosos se pueden llevar en los espacios públicos. Es contrario a la libertad de religión, que es una libertad fundamental”.

En un artículo en Le Figaro, el analista Yves Thréard sostenía que los burkinis son prendas políticas, no religiosas:

El laicismo y la religión son irrelevantes aquí. El burkini no es una prescripción coránica, sino otra manifestación del islam político, militante, destructivo, que intenta cuestionar nuestro estilo de vida, nuestra cultura, nuestra civilización. Los velos en las escuelas, las oraciones en la calle, los menús escolares halal, el apartheid sexual en las piscinas, hospitales, autoescuelas, el niqab, el burka… Durante treinta años, esta infiltración ha ido socavando nuestra sociedad, con el objetivo de la desestabilización. Es hora de darle un portazo en la cara.

Las encuestas de opinión muestran un amplio apoyo público a la prohibición del burkini. Según una encuesta de Ifop publicada por Le Figaro en agosto de 2016, el 64% de los franceses están en contra del burkini en las playas; sólo el 6% lo defiende. El director de Ifop, Jérôme Fourquet, dijo:

Los resultados son similares a los medidos en abril sobre el velo y el chador en los espacios públicos (el 63% en contra). Las playas se equiparan a las calles, donde hacer ostentación de símbolos religiosos también es rechazado por dos tercios de los franceses.

El debate sobre el burkini no se reduce a Francia. En Portugal, dos turistas británicas dijeron que se sentían “humilladas” después de que les pidieran que abandonaran una piscina comunitaria en Albufeira, un popular destino vacacional, porque iban con burkini. Al parecer un empleado del hotel le pidió a las mujeres que acataran las normas portuguesas o se marcharan.

En Italia, una familia marroquí causó un revuelo en una piscina pública de Montegrotto. No sólo las mujeres llevaban burkinis, sino que los hombres se lanzaron a la piscina con ropa de calle. Las fotos del incidente se hicieron virales tras ser publicadas en las redes sociales. En una piscina pública de Pontedera, se vio a una mujer nadando, no con burkini, sino con burka. Los responsables de la piscina dijeron: “Todas las personas de todas las religiones, culturas y corrientes de pensamiento son bienvenidas a estas instalaciones siempre y cuando cumplan las normas higiénicas y sanitarias”. En otro lugar, una mujer provocó una polémica por llevar un burkini en una piscina municipal de Ferrara.

En Austria, la Neuwaldegger Bad, una piscina privada de verano de Viena, anunció que prohibía el burkini: “Sólo están permitidos los trajes de baño y bikinis habituales para nosotros”. El burkini también ha sido prohibido en la piscina Wachaubad, en Melk (Baja Austria). Un parque acuático en la zona rural de Kirchberg exige a sus clientes que lleven “ropa de baño local”. El alcalde Anton Gonaus dijo que esta norma llevaba vigente 25 años y que no había habido problemas porque hasta ahora no había ido nadie con burkini. “Esto es arrinconar a las mujeres musulmanas y decirles que no pertenecen a este sitio”, protestó Carla Amina Bagayati, comisaria de asuntos de la mujer de la Comunidad Islámica en Austria (IGGiÖ).

En julio, una periodista musulmana llamada Menerva Hamad fue a una piscina pública de Viena con un burkini para observar las reacciones. Se le enfrentó una austriaca que le dijo: “Esto es antihigiénico. Esto no es Turquía”. El responsable de la piscina se puso de parte de Hamad y le pidió a la mujer austriaca que abandonara el lugar. Hamad dice que ha recibido cartas insultantes de toda Austria de gente que la acusa de iniciar la tendencia del burkini en las piscinas de todo el país.

El debate europeo sobre el burkini se ha extendido ahora a Oriente Medio. En Argelia, miles de mujeres se han unido a una “revuelta del bikini” para recuperar el espacio público de los islamistas que se oponen al bikini por ser un símbolo de los valores occidentales.

En Marruecos, donde los burkinis están prohibidos en muchos focos turísticos, el Gobierno ilegalizó en enero la venta y fabricación de burkinis, un claro intento de acabar con el extremismo islámico.

En el Líbano, una mujer que llevaba un burkini fue acompañada hasta la salida en un complejo de lujo en Trípoli; aparentemente se tomó esa medida para evitar que la tendencia se extienda y perjudique el turismo.

En Egipto, el Ministerio de Turismo dictó una orden que exige a los hoteles y complejos turísticos dar la bienvenida a las mujeres con burkini. El Gobierno dio marcha atrás después de que los dueños de los hoteles se quejaran por el posible impacto sobre el turismo; ahora los hoteles y complejos turísticos pueden decidir ellos mismos si permiten o no a las mujeres llevar burkini.

En Arabia Saudí, el príncipe heredero Mohamed Bin Salman ha anunciado un plan para construir un complejo playero en el mar Rojo, donde se cambiará la ley para permitir a las mujeres llevar bikini. El proyecto forma parte de un plan para transformar la línea costera saudí en un complejo playero para el mercado internacional. Algunos observadores dicen que es poco probable que el plan salga adelante.

Fuente: Gatestone Institute

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