Enlace Judío México – Raquel Rull, educadora social de la localidad de Ripoll, donde se estructuró la célula yihadista que atacó en Barcelona y mantuvo en vilo a España durante días, conoció a varios de los terroristas cuando eran aún niños libres de todo odio, a los que trató, educó y con quienes incluso construyó una amistad de maestra y alumno. Hoy no puede dar nada de crédito de lo ocurrido y expresa su sentir en un mensaje.
A través de su página en la red social Facebook, Raquel Rull compartió su mensaje escrito originalmente en catalán. A continuación se reproduce íntegro en español.
“Quiero explicar cosas que no saldrán en los periódicos ni en la tele. Necesito gritarlo a los cuatro vientos, porque mi corazón está muy triste, mucho.
Nunca había tenido un sentimiento tan fuerte como este, porque no es racional, no viene de algo que ves que tiene que pasar o que forma parte de la vida. Viene de otro sitio que no soy capaz ni de describir.
Estos chicos eran niños como todos. Como mis hijos, eran niños de Ripoll. Como aquel que puedes ver jugar en la plaza, o el que carga una mochila enorme de libros, el que te saluda y te dejar pasar ante la cola del super, el que se pone nervioso cuando le sonríe una chica.
Me duelen las chispas que encienden el odio en las redes, en la calle, en el pueblo donde vivo, los periódicos…
Donde se muestra la ignorancia, el rencor, la indiferencia, el no respeto hacia el prójimo, los tópicos, las fronteras, el girar la cabeza hacia otro lado, el no saber ponerse en la piel del otro .
Y esto se repite siglo tras siglo, año tras año. ¿Qué es lo que estamos haciendo mal? Debemos parar esto. Debemos hacer algo. Y yo que creía que lo estaba haciendo bien, que había contribuido con mi granito de arena ….
Es cierto que nunca lo había vivido en primera persona y esto ha hecho que haya cambiado el punto de vista. Y además ahora lo veo desde el otro lado y estoy destrozada.
Las cosas que pasan en la tele o en la otra punta del mundo, son cosas que se acaban diluyendo y olvidando, y no se sabe lo que es cierto, o real. Y terminaba ganando la ira, la rabia e incluso acabamos aclamando «el ojo por ojo, diente por diente» para castigar estos actos.
Ahora tengo una sensación que se escapa …
Me duele ver el mosaico de Miró manchado de sangre. Me duele ver que es en mi ciudad. Me duele pensar que podría haber conocidos y familiares en las Ramblas donde he dejado más de un par de suelas caminando por ella.
Me duele que hayan sido ellos…
No puedo contener las lágrimas. Es más, no he podido dejar de llorar desde el primer día y sé que nunca podré dejar de hacerlo. Estoy destrozada, rota por dentro.
Sé que estos días la balanza y el apoyo se decanta hacia las víctimas, hacia los hijos perdidos, las familias destrozadas, la ciudad de duelo.
Pero permitid que os cuente y os enseñe la otra cara de la moneda, la que no sale en los periódicos, la que no llora en público, la que en silencio se seca las lágrimas porque parece que está mal visto llorar por ellos.
Permitidme que os enseñe y os cuente cómo eran ellos, o al menos los niños que conocí yo. Mis pre-jóvenes del Lokal. Se me hace tan duro.
He trabajado casi toda mi vida, ahora ya tengo 41 años, en lo social, a pie de calle, en las trincheras como decimos nosotros. Nada más aterrizar en Ripoll, empecé a trabajar con un grupo jóvenes, pero había niños de casi todas las edades, unos cuidaban de los otros.
El más pequeño tenía unos 8 años y venía siempre de la mano de su hermano. Un hermano educado, tímido, amable, buen estudiante, tranquilo, que en la escuela nunca se metía en líos. Un niño que siempre me ofrecía bolsas de quicos o alguna golosina que se compraba con el poco dinero que tenía.
Había dos hermanos que siempre se peleaban. El mayor se ponía rojo cuando entraba aquella niña que le gustaba, aunque nunca le llegó a decirle nada. Nunca faltaba al local cuando estaba ella.
Al cabo de un tiempo llegaron más jóvenes del Nador, muchos aprendieron sus primeras palabras y por qué no decirlo: insultos entre golpes de ping pong. Yo también aprendí algunos en su lengua.
Y, cómo no, después venían los hermanos, las nuevas generaciones. Los traviesos, los de los ojos vivos y la sonrisa en la boca.
Todos íbamos creciendo y pasando etapas. ¡Anda que no sufrimos con la adolescencia, madre mía! Entre granos, espinillas, testosterona y sueños por cumplir. Todavía recuerdo las largas charlas en el despacho. “Raquel necesito hablar contigo”… y allí hacíamos nuestras tertulias y hablábamos del futuro.
Piloto, maestro, médico, colaborador de una ONG. ¿Cómo se ha podido esfumar esto? ¿Qué os ha pasado? ¿En qué momento…? ¡Qué estamos haciendo para que pasen estas cosas! Erais tan jóvenes, estabais tan llenos de vida, teníais todo una vida por delante… Y mil sueños por cumplir.
Ya no podré volver a decir “qué guapos estáis”, o “¿ya tienes novia?”, o “madre mía cómo has crecido”. No podré ver a sus hijos como lo hago con los demás. No os podré abrazar … Me duele tanto. No me lo puedo terminar de creer.
Esto no debe quedar como una historia más, tenemos que aprender, debemos hacer un mundo mejor. Practicando con el ejemplo, educando en la ‘no violencia’, transmitiendo el ‘no odio’ y la igualdad. Educando en las escuelas, en los espacios abiertos, en las familias, a nuestros hijos …
Me quedan muchas cosas dentro y muchas instantáneas que nunca olvidaré.
Said, Moha, Moussa, Youssef, Omar… Younes… Y ahora Houssin… Es una pesadilla, la lista cada vez es más larga.
¿Cómo puede ser, Younes…? Me tiemblan los dedos, no he visto a nadie tan responsable como tú…
Los actos que habéis cometido no tienen explicación y no son lícitos .. La guerra, la ira y el odio no llevan a ninguna parte. Nunca, en nombre de nada. Ni para nadie. Ni dioses, ni banderas, ni religión… Sólo puedo decir que tengo el corazón roto…“.
Fuente: El Mundo
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