Enlace Judío México – Para muchos alemanes, la violencia en Charlottesville, Virginia, este mes y la reacción del presidente estadounidense ante ella, fueron sorprendentes.
ANNA SAUERBREY
Incluso para los que han llegado a esperar poco de Donald Trump – él es una figura especialmente impopular entre los alemanes – estaban horrorizados. “La violencia de extrema derecha es racista y eso requiere una resistencia firme y contundente, en cualquier lugar del mundo”, dijo la canciller Angela Merkel.
Qué extraño momento, cuando la canciller alemana da una lección al presidente estadounidense de cómo lidiar con neonazis. Pero también es instructivo, ya que destaca cómo ambos países enfrentan el extremismo.
En Alemania, la presencia de los neonazis que marchan abiertamente por una ciudad con banderas que portan esvásticas como en Charlottesville, es impensable. A diferencia de Estados Unidos, Alemania pone límites estrictos a la expresión y el discurso de la extrema derecha. Es ilegal producir, distribuir o exhibir símbolos de la era nazi – esvásticas, el saludo de Hitler, junto con muchos símbolos que los neonazis han desarrollado para eludir la ley inicial. La negación del Holocausto también es ilegal.
La ley va más allá. Existe el concepto legal de “Volksverhetzung”, la incitación al odio: cualquier persona que denigra a un individuo o a un grupo por motivos de origen étnico o religión, o cualquiera que intenta despertar el odio o promueve la violencia contra un grupo o individuo, podría enfrentar una pena de hasta cinco años de prisión.
Estas leyes aplican a individuos, pero también son defensas contra partidos políticos extremistas. El Tribunal Constitucional, la Corte Suprema de Alemania, puede bloquear partidos que considera que perjudican o destruyen el orden político. Este año, el tribunal estuvo a punto de prohibir al Partido Democrático Nacional de extrema derecha, pero decidió que era demasiado débil.
Este régimen legal está respaldado por una cultura política que prohíbe efectivamente la expresión que podría considerarse legalmente aceptable, pero sigue jugando con las ideologías racistas. El grupo populista de la derecha alemana, La Alternativa para Alemania es un buen ejemplo. Aunque su programa y sus miembros no acogen ni hacen referencia al nazismo abiertamente, la plataforma del partido se relaciona con ideas que podrían ser interpretadas como racistas, y como resultado, el partido es considerado intocable por los votantes y los políticos.
Los alemanes se han cuestionado durante mucho tiempo si esta estrategia legalista ha funcionado. Por un lado, el sistema democrático de Alemania es notablemente estable. Por otro, tiene un grave problema con la violencia extremista de derecha que nuevamente ha estado aumentando drásticamente desde la crisis de refugiados de 2015. Y nuestras leyes y tabúes culturales no han impedido que el partido Alternativo gane un pequeño pero constante 8% de los votos antes de las elecciones nacionales de septiembre.
Además, la prohibición legal de Alemania tiene un costo. Los límites a la expresión son un instrumento contundente. Aunque parece ser un acto de respeto legítimo y necesario hacia las víctimas del Holocausto y sus descendientes para prohibir la negación de las atrocidades nazis, la manera americana de tratar con el nazismo y sus símbolos siempre me pareció la forma más madura de manejar las amenazas a la democracia liberal.
Cuando en 1994, el Tribunal Constitucional decidió que la negación del Holocausto no estaba cubierta por el derecho constitucional de la libertad de expresión, historiadores como Eberhard Jäckel argumentaron que una democracia verdaderamente liberal debería ser capaz de permitir la “estupidez” en sus debates públicos. La prohibición alemana de la svástica parece una declaración permanente de desconfianza en sí misma. Se siente como una rendición precipitada.
De cierta manera, no tiene sentido comparar culturas políticas. Cada una es única y está profundamente arraigada a la historia de cada país. No podemos copiar el liberalismo único de Estados Unidos, y los estadounidenses probablemente no adoptarán nuestro enfoque legalista. Sin embargo, puede haber cierta convergencia.
Muy cautelosamente, Alemania se está permitiendo confrontar el pensamiento nazi. Durante décadas, el infame libro de Hitler “Mein Kampf” fue prohibido en Alemania. Pero en 2016, cuando los derechos de autor de propiedad del gobierno de Baviera se agotaron, el libro apareció en una importante edición por primera vez, y ahora se vende libremente en las librerías.
A raíz de los comentarios de Charlottesville y de Trump, he oído a algunos estadounidenses lamentar la falta de leyes estrictas contra el odio similares a las de Alemania. Y, de hecho, el episodio es un recordatorio de que un discurso abierto y educado no puede darse por sentado, en cualquier lugar. Pero también ha demostrado la resiliencia de la sociedad civil de Estados Unidos – por ahora.
Steffen Kailitz, profesor asociado en el Instituto Hannah Arendt de la Universidad Técnica de Dresde, que estudia el extremismo, el autoritarismo y las democracias en crisis, dijo que la reacción a la declaración de Trump sobre Charlottesville le pareció alentadora porque demostró que en Estados Unidos, los tabúes contra el racismo y el extremismo permanecen intactos.
Pero, agregó, las frecuentes violaciones de ese tabú pueden modificar lentamente los límites entre las expresiones públicas políticamente legítimas e ilegítimas. Considere el número de partidarios de Trump que aprueban su posición. Muchos pueden no estar de acuerdo con la supremacía blanca, pero ahora están menos dispuestos a condenarla porque siguen la línea del presidente.
En los últimos días, se ha distribuido en Twitter un pasaje del libro de Karl Popper de 1945 titulado “La Sociedad Abierta y Sus Enemigos”, que en esencia dice que la tolerancia hacia los intolerantes no puede ser infinita o los tolerantes arriesgan la erradicación. Esa es la democracia militante de Alemania en pocas palabras. Y puede llegar un día en que Estados Unidos también deba abrazarlo. Pero por ahora, tengo fe en la capacidad de un público democrático para ser policía de sí mismo. Ojalá lo tuviera Alemania.
Fuente: The New York Times / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico
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