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jueves 21 de noviembre de 2024

En busca del Yo perdido. Capitulo XV

SIGUE LA INFRUCTUOSA BUSQUEDA

Enlace Judío México.- Eran las dos. Por el Portal desfiló el personal de los comercios y oficinas rumbo a los restaurantes. Muchos con traje y corbata y algunos en mangas de camisa pero encorbatados.

JACOBO KÖNIGSBERG PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

“Memorioso” recordó cuando los señores de traje, corbata y a veces sombrero, eran parte del “Paisaje Urbano” del Centro de la ciudad, como decían los estudiantes de la ESIME. Ahora eran la excepción.

Sus Yoes “Vanidoso” y “Nostálgico” añoraron cuando acudía al Club Kadima, en la confluencia de las Avenidas Insurgentes y Chapultepec a las reuniones juveniles, donde recibían lecciones de Judaísmo y Sionismo. Simón era de los pocos que iban trajeados, también llegaba en automóvil y tenía con qué invitar a las muchachas a cenar. Ya recibía un sueldo de “Rodamientos”

Allí organizaban, algunos sábados por la noche, bailes y conoció a Esther, la que sería su esposa y compañera de toda la vida. Ambos formaron una pareja de baile muy bien acoplada. Que lo mismo ejecutaba un tango que un rock.

– “Nostálgico” suspiró recordando. Cuando danzaban todos los demás dejaban de hacerlo. Los rodeaban para admirarlos. Tuvieron un romance con fondo musical y ritmos de baile. Se casaron en el templo de Justo Sierra. Unidos e identificados para siempre.
Se sintió tentado a dirigirse a visitarlo. Había sabido de su remodelación. Debía atravesar diagonalmente el Zócalo y recorrer varias cuadras para llegar. Pospuso la visita para otro día. Desoyendo las reclamaciones de “Nostálgico”.

Apenas pasaban de las dos y habitualmente sus jugos gástricos comenzaban a fluir después de las tres. Disponía de una hora para llegar a su casa, sus Yoes ansiosos lo impulsaron a levantarse y seguir. Pagó la cuenta y se encaminó por el costado poniente de la Plaza hacia el Monte de Piedad. Pasó frente al Montepío y vio a los clásicos “Coyotes”, individuos que abusaron de sus condiscípulos y amigos, adquiriendo a bajo precio las boletas que amparan la prenda empeñada en el Montepío. Ya de por sí subvaluadas. Opinó el “Yo Clemente”.

Prosiguió por Brasil. Miró comercios sin especial interés. Había una “fuente de sodas”, donde acudían los estudiantes de la vocacional a tomar leche malteada o helado. -Comentó “Nostálgico” y “Jocoso” lo secundó.

– Allí le jugamos una broma al mesero. Acabando los helados, salimos corriendo y aquel salió a perseguirnos. A media cuadra nos dejamos alcanzar y le confesamos que pusimos el monto del consumo bajo una azucarera. El supuso que nos fuimos sin pagar.

Así llegó a la Plaza de Santo Domingo.

Lo primero que vio fue la estatua de la Corregidora.

– Idéntica e inmóvil en el mismo sitial que hace cinco décadas – comentó el “Yo Jocoso”, sin poder contener la risa.

Los demás Yoes lo ignoraron, molestos por no dejarlos admirar el sitio.

A la izquierda, el Portal con sus famosos “evangelistas”, personas que redactan cartas para quienes las requieran, por no saber escribir o para dirigir un oficio, con una petición o trámite. Simón acudió a ellos algunas veces.

– Dicen que arriba del Portal vivió la Malinche con su tercer o cuarto esposo – informó “Memorioso”.

A la derecha el palacio que fue la Aduana, ocupando todo el frente de calle a calle.

“Diletante” no se pudo contener:

– En el techo de la escalera monumental hay una obra inconclusa de Siqueiros. Se la suspendieron por haber caricaturizado en esa obra a un alto político.

Al frente, a todo lo ancho, la iglesia de Santo Domingo, a la que agregaron un gran arco a la izquierda. A la derecha, en la esquina el antiguo edificio de la Inquisición, donde por años estuvo la Escuela de Medicina. Todos los Yoes lo miraron con una sensación de repugnancia y enojo. Cada uno según su naturaleza.

Azuzados por “Iracundo” llovieron los calificativos:
– Sádicos, torturadores, envidiosos.
– Ladrones, asesinos.
– Falseadores. Hipócritas, incendiarios.
– Mentirosos, violadores, carbonizadores.
– Cobardes, difamadores inculcadores de odio.
– Despiadados, soberbios, fanáticos.
– Codiciosos, insaciables, sanguinarios.

Alter, desde la oscuridad, los oyó lanzar improperios casi al unísono y lleno de espanto al verlos tan unidos, temiendo que a pesar de su pequeñez, volvieran a formar un gran todo, pues seguían surgiendo más y más Yoes recordando las víctimas de los dominicos.

Alter le susurró a Simón al oído:

– Es hora de volver a casa. El tránsito puede estar pesado.

Narfeld dio media vuelta. Al llegar a Tacuba avanzó entre puestos que ocupaban media acera. Se apresuró a buscar un taxi. Al abordarlo éste siguió derecho por esa calle llena de edificaciones memorables. Palacios transformados en comercios y oficinas, iglesias y conventos en bibliotecas o museos.

Más adelante “Nostálgico” y “Memorioso” reconocieron la estatua ecuestre de Tolsá, que les extrañó no ver en Reforma y Bucareli, estaba en esa bella plaza, frente a otra obra del mismo arquitecto valenciano, el Palacio de Minería, acompañado de los no menos majestuosos palacios, el de Correos y el de Comunicaciones, hoy Galería Nacional. Diletante, estaba feliz.

Cruzaron la avenida Lázaro Cárdenas y Diletante se agasajó contemplando las fachadas lateral y posterior del Palacio de Bellas Artes. No recordaba haber tenido un placer semejante en treinta años. Metido en “Rodamientos” y sus fabriles alrededores, sometido al Yo Trabajador y su pareja Pundonoroso.

Algo se agitó entre el corazón y el plexo solar de Simón Narfeld. Alter se inquietó temiendo que algún profundo sentimiento se despertara en aquel.

– ¿Tienes hambre, verdad Simón? – dijo – tranquilízate ya llegarás a casa.
Simón asintió sin explicarse que le pasaba.

Al pasar por la Avenida Hidalgo a la izquierda vio la Alameda Central, Frondosa, remozada y con muchos paseantes. A la derecha la placita de la Santa Veracruz, donde vendían coronas de flores para las honras fúnebres.

“Nostálgico” recordó que por esa avenida pasaba el tranvía rumbo a la ESIME y a la tienda de la México-Tacuba. De ida y vuelta. Yo erótico recordó a las prostitutas que pululaban allí y que veía con rubor desde el vagón, cuando se levantaban el vestido mostrando el muslo, con el liguero que sostenía la media.

Pasando las iglesias de la plaza, en una vieja edificación, entonces había letreros indicando que se curaban “enfermedades secretas”. Avisaban sobre los riesgos de aceptar los servicios de las damas de esa calle – Dijo Memorioso: – Debido a la gonorrea y a la sífilis que podrían contagiarse.

Algunos condiscípulos no atendieron al aviso y fueron infectados y “condecorados” con aquella distinciones por acudir sin protección al campo de batalla.

Esperaba “Goloso” ver la heladería “La Palestina” de un correligionario Sefaradí y el “Yo Buscón” las “librerías de viejo”. Estas y los edificios que las albergaban, habían sido demolidos y sustituidos por una moderna construcción de la Secretaría de Hacienda.

El Yo Melancólico lamentó la desaparición de las librerías donde Simón pasó horas buscando libros baratos. Recordó que leía mucho hasta que el negocio creció y se mudó a Tlalnepantla. El Yo Buscón que estuvo aletargado durante décadas, se agitó en las profundidades a donde fue sumido, aplastado por las exigencias que la empresa le impuso, resurgió con estos recuerdos mientras Erótico y Lujurioso perseguían con la mirada a las muchachas que paseaban por Paseo de la Reforma. Atávico insultaba a los conductores de los vehículos que se cruzaban en el camino.

– Cafre. Aprende a conducir pendejo. – Por fortuna éstos no lo escuchaban. Erótico y Jocoso aplaudían.

Así llegaron a Polanco y a la casa de Simón.

Este comió. Goloso se apaciguó. Después en la salita de televisión impelido por Buscón, se acercó al librero sobrecargado de libros buscando qué leer.

Escogió tres, puso un disco en la consola y le apoltronó en el Sillón hojeando los tomos. Antes de decidirse que leer, cayó dormido.

Cuando despertó, encendió la televisión. Ya no salió de casa.

Como de costumbre cenó, volvió a ver la tv y se fue a dormir en la penumbra sin ser importunado por Alter; que, cuando veía el lecho vacío le reprochaba haber perdido al Yo.

– He visitado el equivalente a muchos pueblitos y no lo hallo.

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