Enlace Judío México.- Un milagro le salvó de morir con todos sus seres queridos en un campo de exterminio nazi. Najdorf es el hombre que nació dos veces. Sin patria ni familia, hizo fortuna en Argentina y protagonizó la mayor gesta de simultáneas a ciegas de la historia del ajedrez.
JORGE BENÍTEZ
Su mujer, su hija de tres años, sus padres, sus cuatro hermanos, tíos, primos, sobrinos y amigos. Todos muertos. Si Mojsze Mendel Najdorf (1910-1997) se libró de ser gaseado fue gracias a un milagro. El milagro del ajedrez. Así lo describió: “Nací dos veces: una en el vientre de mi madre y, sin pasar por el requisito de la muerte, otra a los 29 años”.
Pocos días antes de la invasión de Polonia, el buque Piriápolis arribaba al puerto de Buenos Aires. A bordo iban los mejores jugadores del mundo para participar en la Olimpiada de Ajedrez de 1939. Durante el torneo, la delegación polaca, liderada por Najdorf, fue recibiendo noticias de la guerra relámpago que Hitler había iniciado el 1 de septiembre. Mientras sus piezas avanzaban con paso firme en la competición, los panzers alemanes acababan con la resistencia polaca en el campo de batalla real.
En el Teatro Politeama competían distintas selecciones que a 13.000 kilómetros estaban en guerra. La tensión era enorme, pero la Olimpiada continuó. La organización intentó evitar cruces directos entre las naciones beligerantes.
El Piriápolis zarpó para regresar a Europa. Un presentimiento y la falta de noticias de Varsovia hicieron que Najdorf no embarcara. El barco acabaría en el fondo del océano Atlántico hundido por un submarino alemán.
En Buenos Aires, con un pasaporte de un país que ya no existía y 300 dólares en el bolsillo, daba comienzo una de las biografías más fascinantes del siglo XX. Nacía Miguel Najdorf.
Hitler había nombrado a Hans Frank, gran aficionado a este juego, gobernador general de la Polonia ocupada. Este militar nazi había condecorado tres años antes a Najdorf por su papel estelar en la Olimpiada de Múnich. Un judío premiado por los arios. Entre las primeras medidas que Frank dictó en Polonia estaban la obligación de que los judíos portaran brazalete blanco con la estrella de David en azul y la organización de un gran gueto en Varsovia. El horror apenas había comenzado.
Carlos Ilardo, periodista y enciclopedia del ajedrez argentino, me cuenta desde Buenos Aires cómo sobrevivió Najdorf los primeros meses en el país sudamericano: compraba golosinas, perfumes y ropa en el barrio de Once, poblado por muchos emigrantes judíos, y las revendía a 10 kilómetros por un precio mayor.
La dificultad de las comunicaciones transatlánticas impedía a Najdorf conocer el paradero de su familia. Para establecer alguna forma de contacto con el exterior decidió que necesitaba de una gesta que llamara la atención de los periódicos. Un acontecimiento global. Najdorf hizo la primera de sus exhibiciones para la historia en la ciudad de Rosario (1943), si bien lo mejor lo reservó para Sao Paulo (1947).
Allí logró el récord mundial de simultáneas a ciegas (no podía ver a los rivales ni los tableros) en una demostración titánica de resistencia física y mental. En Brasil, sus resultados fueron extraordinarios (39 victorias, cuatro partidas acabadas en tablas y tan sólo dos derrotas) frente a 43 tableros durante 23 horas y media de lucha sin descanso. Bajo supervisión médica constante, su dieta en este maratón fue zumo de naranja y agua mineral.
Lo conseguido por Najdorf es una explosión de memoria lógica, que no fotográfica, que consiste en visualizar lo esencial de cada tablero para ir avanzando progresivamente en la composición de la partida. “Si se analiza lo sucedido debe tenerse en cuenta que para Najdorf significó retener 1.440 posiciones, 2.880 escaques y cerca de 1.800 jugadas”, explica Ilardo.
El impacto publicitario de su actuación fue brutal. Sin embargo, la fama sólo le reportó la verdad más cruel: su familia había sido asesinada en Auschwitz y Treblinka. Esos campos de exterminio fueron el apogeo, el vértice insuperado de la infamia como escribió Claudio Magris, el nexo más cercano que ha existido entre un orden social y la más inhumana crueldad. Amputado de su pasado, Najdorf decidió no regresar a su tierra natal y quedarse en Argentina. “Gracias al ajedrez me recuperé, pude quitarme todo lo malo de mi cabeza y volver a comenzar una nueva vida”, declaró años después. Gracias al tablero hizo frente al sentimiento de culpa del superviviente, aquel que exige una vida extraordinaria para justificarse ante el espejo cuando la conciencia pregunta “por qué yo y no ellos”.
Najdorf fue un hombre razonablemente feliz, que compaginó el ajedrez de élite con una carrera profesional exitosa (algo poco habitual). El hombre que nació dos veces y regateó a la muerte se dedicó, curiosamente, a la venta de seguros de vida. Debió de ser bueno en su trabajo porque hasta le colocó una póliza a Fidel Castro. Fundó una familia y se convirtió en una figura de gran importancia en la sociedad argentina.
Durante años publicó una columna de ajedrez cada sábado en el diario Clarín, organizó torneos que atrajeron a los mejores jugadores del mundo a Argentina y desarrolló una de las carreras ajedrecísticas más longevas (66 años) que se recuerdan. Y, sobre todo, logró algo mucho más difícil: ser amigo del insoportable Bobby Fischer.
Quizás unidos por el desarraigo -el de Fischer era introspectivo, el de Najdorf, histórico-, el argentino fue siempre generoso y leal, a pesar del comportamiento errático de aquel joven. Pulió sus nulas habilidades sociales y hasta le enseñó a vestir comprándole su primer traje.
En la Olimpiada de Leipzig (1960) ambos se enfrentaron. Najdorf consiguió sobreponerse a un mal inicio de partida y consiguió bloquear con coraje la previsible victoria del estadounidense. Preso de ira, Fischer reaccionó tirando las piezas del tablero de un manotazo en un gesto claramente antideportivo. Según las normas de la Federación Internacional, Fischer debía ser sancionado con la derrota, pero Najdorf -a pesar de las presiones de los soviéticos- solicitó que el resultado fuera de empate. Y así fue.
Al día siguiente, emocionado por aquel gesto caballeroso, Fischer se disculpó sinceramente ante todos los miembros del equipo argentino. Su amistad con Najdorf duraría toda su vida, incluso cuando siendo campeón del mundo decidió desaparecer como un nómada envenenado de paranoia antisemita.
Najdorf vivió hasta los 87 años, medio siglo más que su némesis. Hans Frank fue capturado por los aliados en 1945. Intentó suicidarse sin éxito en dos ocasiones cortándose el cuello y las muñecas. El verdugo que condecoró a Najdorf y acabó con su familia fue juzgado en Nuremberg por sus crímenes. En la cárcel, mientras esperaba la cita con el cadalso, abrazó el catolicismo. Un periodista que cubrió su ejecución escribió que murió con una sonrisa en la boca.
Fuente:elmundo.es
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