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martes 05 de noviembre de 2024

“El judeo-español es la infancia de mi lengua”, Myriam Moscona al recibir el Premio Levinsky

Enlace Judío México – El pasado 10 de septiembre la Asociación de Periodistas y Escritores Israelíes de México entregó el premio Manuel Levinsky, auspiciado por Manuel Taifeld y André Moussali. Este año es especialmente significativo, ya que se cumplen 25 años de la entrega de este gran reconocimiento al periodismo y las letras dentro de la Comunidad Judía de México.

El premio, compartido por la poeta Myriam Moscona y por el fotógrafo David Ross, fue presentado por la presidenta de APEIM, May Samra, directora de este medio, quien relató la historia de la Asociación, que se remonta a 1925, con la conformación del Comité Cultural, y cuya historia pasa por todas las etapas de la comunidad

Myriam Moscona Yosifova, periodista, novelista y poeta mexicana en español y en ladino de origen búlgaro sefardí, ganadora del Premio Xavier Villaurrutia 2012, dio las siguientes palabras de agradecimiento, en donde hizo una fuerte crítica a la actitud que algunos sectores de la Comunidad tienen hacia las artes y la cultura:

“Muchas gracias a todos los que están hoy aquí. Muy buenos días a todos ustedes. Como podrán suponer, es para mí un honor recibir de parte de la Asociación de Periodistas y Escritores Israelitas de México el Premio Manuel Levinsky, periodista fundador de esta asociación que hoy preside May Samra. Agradezco también a quienes auspician este premio en nombre de sus esposas Estelle y Bronia. Ellos son André Moussali y Manuel Taifeld. También celebro estar junto a otro artista, David Ross, quien seguramente, una y cien veces, ha escuchado el ya no tan original elogio “¡qué buenas fotos, hasta parecen pinturas!” Me congratulo de que nos hayan reunido bajo el mismo honor.
Este premio me es otorgado a la luz del día. Premio también luminoso, porque, por alguna razón, todos los reconocimientos que me han favorecido los recibí siempre de noche… ya sea el del Pen International de Nueva York, el de la Asociación de Poetas Americanos, también en Nueva York, o la entrega del Premio Villaurrutia, otorgado en Bellas Artes, nuevamente de noche.
Me alegra asociar la luz del día con el Premio Levinsky. Vivimos tiempos oscuros. Sé que todas las generaciones, en algún momento, tuvieron, a su manera, esta misma apreciación. Estamos, y esto es una percepción colectiva, ante la posibilidad de la aniquilación porque a la ciencia, que tanto ha ganado en el dominio del conocimiento, también se le ha ordeñado para hacer posible una bomba diez veces mayor que Little Boy, la que impactó a Hiroshima en 1945. Little boy, Little hands… El mundo, como en una caricatura, parece gobernado por dementes. Necesitamos salir del metafórico espacio de la oscuridad.
Me alegra asociar la luz del día con el Premio Levinsky porque sé que con él se reconoce mi pequeña contribución al amor tardío de mi vida: al judeo-español. Y muy por arriba de ese amor, aquel otro que cubre a todos los demás. En él está contenida mi entrega a la poesía, a los libros, a la imaginación: me refiero a mi amor por el lenguaje, la devoción al castellano, mi lengua materna, aunque paradójicamente no fuera la lengua de mis padres, así como por el judezmo que escuché durante mi niñez de boca de mis abuelos. El ladino es una lengua que entró a mi oído pero nunca, entonces, salió por mi boca. Y más que por una pertenencia comunitaria a la cultura sefardí, mi apego al judeo-español tiene como telón de fondo al castellano, la materia prima de todo el trabajo que le ha dado sentido y razón de ser a lo que hago. El judeo-español no sólo es la lengua de mi infancia sino la infancia de mi lengua. Mis conexiones hacia la lingua de mis vavás i mis papús me ataca por todas partes.
Me alegra asociar la luz del día con el Premio Manuel Levinsky como un reconocimiento a mi trabajo en la literatura. Hace tanto de mi primer libro que algunos jóvenes me han entrevistado con una mirada tan de otro tiempo, como si para ellos formara parte de la era del deshielo. De niña, mi hija me preguntó “ mamá ¿y tú cuando hablaste por primera vez con los humanos?” o, bien cuando, ya adolescente, me dijo con un aire ultra moderno “es que en tus tiempos no había fax” “En los tuyos tampoco”- le contesté, porque el fax se había popularizado apenas unos meses antes. El tiempo transcurrido tiene sus ventajas, con la edad no solamente se cansa uno más rápido también el juego de espejos y perspectivas, uno de los grandes regalos del tiempo, te da más comprensión, si estás abierto a ello, hacia lo que te rodea y hacia ti mismo. Ese conocimiento, al menos hipotéticamente, nos debiera formar como seres menos egoístas y más solidarios.

Esto me abre un puente para referirme a la enorme solidaridad del pueblo judío que ha sido en las capas del tiempo- y aprecio que así lo sea- francamente admirable. “Los judíos siempre se ayudan”, me dicen a menudo mis amigos con un dejo de asombro y de envidia. Y yo alzo las manos al cielo y agradezco este linaje que forma parte de mí. Sin embargo, y vale la pena ser críticos ante el tema, no nos hemos distinguido en México, al interior de nuestras comunidades judías, por reconocer el arte y la cultura cultivada por sus miembros ya por generaciones. Se consiguen fondos para todo tipo de necesidades menos para una. Los artistas parecen adornar, de pronto, un acontecimiento, pero no prevalece una mirada honda hacia este tipo de quehacer. Pareciera que resultamos peligrosos, raritos, marginales. Dios me libre que mi hijo estudie en la Facultad de Filosofía y Letras o en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. ¿Cine? ¿Oy vei, estás loco? ¿De qué vas a vivir y dile a tu hermana que del teatro ni me hable, o ¿qué? ¿piensa a acabar de rumbera?

No hay una tradición de apoyo para los artistas de parte de nuestras comunidades. Cuántas veces me han invitado a presentar un texto que me lleva días de concentración y escritura, o, peor aún, a dar una conferencia magistral, incluso, y no es broma, a dar un taller de escritura creativa de varias sesiones a cambio de un separador de libros. La cultura vale pero no cuesta. Antes solía acceder. Ahora pregunto si acaso cuando van al dentista también asumen que es un trabajo gratuito. Esto, mucho más allá de un asunto monetario, refleja la opinión profunda que sobre este tipo de actividades se comparte. ¿O acaso se piensa que un escritor o un fotógrafo se han preparado menos que un dentista? (Y miren que adoro a mi dentista). Pongo el dedo en este renglón porque creo que concentra algo que a los artistas judíos mexicanos, lo he visto una y diez veces, nos duele y a veces nos obliga a la auto marginación.

Las comunidades existen para unir, no para separar. Me alegra asociar el día con el Premio Manuel Levinsky porque la luz arrojada hacia el trabajo de un artista, es decir, la atención que recibe, metaforiza esa proyección y posibilita y hace visible el último sentido de nuestro trabajo: llegar a un lector, a un espectador. La mayoría de los artistas, tengan o no público, se les reconozca o no con premios o con becas, harían de todas formas lo que hacen, tal vez porque es el único camino que conocen para encontrar una verdad. Como alguna vez me dijo el poeta Alí Chumacero, “al hablar de mí, hablo de los otros”. Por eso mismo, un gran mentiroso llamado Pablo Picasso, escribió alguna vez bajo la luz del mediodía “·el arte es una mentira que nos acerca a la verdad”.

 

 

 

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