Enlace Judío México.- Un análisis de las opciones del régimen comunista en medio de su crisis económica, sus planes nucleares y la necesidad constante de legitimar la dictadura
GEORGE CHAYA
Es demasiado pronto para saber cómo podría terminar la actual crisis derivada del comportamiento de Corea del Norte. Algunos analistas sostienen que esto puede derivar en ataques militares “quirúrgicos” a sus bases nucleares por parte de EE.UU.. Otros señalan que el dictador Kim Jong-un puede causar “una catástrofe global”, como advierte Vladimir Putin. No obstante hay otros escenarios menos traumáticos a través de la historia del régimen “kimista” que claramente no busca ninguna de las dos opciones anteriores.
Si tomamos como indicador para el análisis de la crisis actual las experiencias anteriores con el régimen norcoreano, ello nos llevaría a concluir que es probable que la crisis actual desaparezca como ya ocurrió con las seis crisis anteriores provocadas por Corea del Norte desde los años ’70.
Bajo la dinastía de los Kim, Corea del Norte estableció un patrón de comportamiento con el que irritó a los EE.UU. y a sus vecinos cercanos y no tan cercanos, como Corea del Sur, Japón e incluso China y Rusia. Sin embargo, una lectura sobre ese patrón de conducta conocido como “trampa de ataque y retirada” debe ser visto como un signo de debilidad disfrazado de fuerza.
No obstante, aunque sólo sea porque hay armas nucleares involucradas, la provocación debe tomarse seriamente y sin perder de vista que la dinastía Kim ha confiado en esa ambigua estrategia como parte de su supervivencia durante décadas. La estrategia ha funcionado hasta hoy porque los Kim nunca se excedieron y mantuvieron estrictas reglas y límites en su accionar, que ha sido acertado en los momentos que debieron presionar tanto como cuando han tenido que descomprimir la presión que saben generar.
Al analizar la situación de Kim Jong-un, es claro que no ofrece demasiadas opciones positivas. Una posibilidad para su régimen seria buscar un camino genuino hacia la reunificación pacífica de la Península Coreana. Aunque en ese caso, el régimen estaría condenado a un escenario similar a lo que sucedió a la Alemania Oriental comunista, que fue devorada por las libertades y superior calidad de vida de la República Federal Alemana.
En el caso coreano, la población de Corea del Sur es de 52 millones de habitantes, el doble que la de Corea del Norte. El Sur es la 23° economía más grande del mundo, y es por lejos mucho más rico que su vecino del Norte. El ingreso anual per cápita de Corea del Sur se aproxima a los USD 40.000, frente a los USD 1.700 de Corea del Norte, lo que hace que la tierra de los Kim sea más pobre que Yemen o Sudán del Sur, ubicándose en el lugar 213 sobre 220 naciones.
Una segunda opción dentro de la crisis pudiera ser que Corea del Norte invada el Sur para imponer la unificación bajo su propio sistema. Eso tampoco es viable ni realista. Incluso si los EE.UU. (paraguas de defensa de Corea del Sur) no intervinieran, con excepción de las armas nucleares, el Sur tiene un arsenal de armas modernas que el Norte no dispone y podría movilizar un ejército de más de 800.000 hombres, tres veces más grande que el del Norte. Aunque Kim Jong-un cuenta con la ventaja de poseer armas nucleares no le sería fácil usar esas armas contra el Sur sin contaminar también al Norte. Casi el 70% de los 80 millones de habitantes de la península vive en menos del 15% de su área total (que es de alrededor de 200.000 kilómetros cuadrados), por lo que el sentido común indica que no podrían utilizarse allí armas nucleares y sobrevivir a ello, a menos que el dictador del Norte tenga planes de suicidio masivo para su gente. En otras palabras, el régimen de Kim Jong-un no podría gobernar toda la península, ni por medios pacíficos ni por medio de la fuerza.
Una última opción para el régimen comunista del Norte es mantener la calma y alejarse de las provocaciones. Pero eso también sería una estrategia de alto riesgo ya que significaría una coexistencia pacífica con el Sur, que a su vez podría conducir a un intercambio de visitas políticas y al crecimiento del comercio común y a la inversión del Sur en el Norte. Si ese escenario ocurriera, la riqueza de Corea del Sur, la libertad y su seductor estilo de vida serían un desafío permanente a la vida de privaciones y la pobreza que los Kimistas ofrecen a su pueblo. Es aquí donde una vez más, se debe recordar la experiencia alemana-oriental después de que Willy Brandt lanzara su plan para la normalización con el bloque comunista en Europa conocido como Ostopolitik que acabó socavando a la Alemania comunista y dio lugar a la unificación.
Ante estas probabilidades el análisis se simplifica. Entonces, ¿cómo podrían los Kimistas reclamar legitimidad y persuadir a los norcoreanos de ignorar la atracción del modelo presentado por el Sur? La única forma sería agitando el estandarte de la independencia a través de la llamada doctrina de “autosuficiencia” (Juche) que indica: “Mientras que los del Sur tienen pan, los del Norte tienen orgullo; que el Sur es una casa de esclavos de los estadounidenses mientras que el Norte desafía a la hegemonía de Washington con dignidad y patriotismo”.
Los Kimistas saben que reavivar una pelea dialéctica con los EE.UU. mejora su régimen al interior de sus fronteras y genera contraprestaciones (comida, préstamos blandos e infraestructura, entre otras cosas). Sin embargo, tal pelea no debe ir más allá de ciertos límites, como por ejemplo obligar a EE.UU. a reaccionar discursivamente pero nunca en forma militar. Así, en cada crisis provocada por los Kimistas desde los setenta, el Norte nunca ha ido más allá de esos límites. Y cada vez ha obtenido concesiones y favores de los EE.UU. a cambio de enfriar las crisis armadas y guionadas del régimen.
Ese patrón comenzó bajo el gobierno de Jimmy Carter y alcanzó su pico en la presidencia de Bill Clinton, que envió a su Secretaria de Estado Madeleine Albright a Pyongyang y ofreció construir dos reactores nucleares para los Kimistas. Otro dato ignorado es que durante las últimas cuatro décadas EE.UU. ayudó a salvar a Corea del Norte de tres grandes hambrunas.
Reinventarse a sí mismo lanzando una pelea con los EE.UU. no es un guión ejecutado solamente por los Kimistas. Los soviéticos lo hicieron desde los años 60 en adelante. La crisis de los misiles cubanos fue un ejemplo que ayudó a crear la imagen de la ex URSS como superpotencia. También en los años ’60 y a principios de los años ’70, la China comunista calificó a los EE.UU. como “tigre de papel” e hizo lo mismo que hoy Corea del Norte con el fin de anexar Taiwan. También los khomeinistas iraníes lograron fortalecer la imagen de su régimen atacando la embajada norteamericana en Teherán, ese hecho los mantuvo en la televisión estadounidense y mundial durante 444 días.
La estrategia de los Kimistas ha funcionado hasta hoy porque las sucesivas administraciones estadounidenses han desempeñado el papel de segundos actores en el guión escrito por Pyongyang, y aunque Washington siempre ha mostrado indignación optó por evitar escaladas militares. Así, el régimen de Corea del Norte siempre obtuvo comida, dinero y prebendas de todo tipo. Nada indica que en esta oportunidad suceda algo diferente, excepto que el dictador coreano cometa “suicidio” olvidando los límites con los que su abuelo y su padre supieron manejar las crisis anteriores.
En otras palabras, independientemente de lo que haga Corea del Norte, EE.UU. no intentará hacer hoy lo que cree que puede hacer mañana desde el punto de vista militar.
Por último, hay que señalar también que la crisis generada por Kim Jong-un es funcional -y se adapta perfectamente- a las políticas de China, que no quiere una Corea unificada que podría convertirse en otro Japón, es decir en una potencia económica y un eventual obstáculo militar a las ambiciones regionales de Beijing. Rusia tampoco está incomoda al ver al dictador coreano burlándose de EE.UU. porque ayuda a Moscú a desviar la atención mundial de “las travesuras” de Putin mientras se muestra a Washington como débil e indeciso.
Concluyendo, los Kimistas no inventaron “el gobierno de la crisis”, pero han demostrado estar entre sus más devotos practicantes. Hasta aquí, Kim Jong-un ha logrado su objetivo de mejorar su régimen y engañar con su arsenal nuclear sin sufrir graves consecuencias, y no parece tener ningún interés en forzar las cosas más allá del límite.
A mi juicio, en el análisis político como en ejercicio del periodismo, no se debe incluir “la predicción del futuro”. Sin embargo, por esta vez me permitiré infringir mi propia regla y pronosticar que la “guionada crisis actual de Corea del Norte” se desvanecerá gradualmente -más allá de nuevas pruebas o no de armas tácticas- y seguramente lo hará justo a tiempo y antes de los XXIII Juegos Olímpicos de Invierno (Peyong Chang 2018) del próximo febrero en Corea del Sur.
Fuente: Infobae
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