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lunes 25 de noviembre de 2024

Qué es un terremoto según la perspectiva del rezo de Kabalat Shabat

Enlace Judío México.- Supongo que no le había puesto tanta atención a cierto detalle, y que para hacerlo tal vez era necesario tener muy reciente en la memoria algo tan estrambótico como un terremoto. El caso es que se dio la coyuntura adecuada, y este viernes, durante los rezos de Kabalat Shabat, hubo varios puntos en el texto litúrgico que me saltaron a la vista, apenas a cuatro días de que mi ciudad pasó por un terremoto que ha dejado un terrible saldo de alrededor de 300 personas fallecidas, y una gran cantidad de edificios destruidos o dañados de manera irreparable.

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Pero comencemos por el principio para ponernos en contexto: usualmente le llamamos Kabalat Shabat (recibimiento del Shabat, literalmente) a todo el rezo que los judíos hacemos el viernes en la noche. Sin embargo, en términos estrictos el Kabalat Shabat sólo es la primera parte de todo lo que se reza. A partir de que se recita el “Barejú”, comienza el rezo de Arvit de Shabat. El Kabalat Shabat termina justo con el Kaddish Yatom (Kaddish de luto) inmediatamente anterior.

Se trata de uno de los últimos rezos en incorporarse a la liturgia judía, ya que data del siglo XVI. Anteriormente, al igual que los demás días de la semana, se rezaba Minjá (rezo vespertino) y luego Arvit (rezo nocturno). Pero los grupos cabalistas sefaradíes establecidos en Tzfat (Safed) después de la expulsión de los judíos de España desarrollaron una nueva práctica litúrgica, que gira en torno a varios Salmos que se relacionan con cada día de la semana, a manera de “preparación” para recibir al Shabat. A este nuevo rezo le llamaron Kabalat Shabat, y poco a poco fue incorporándose a todos los grupos judíos.

Dichos Salmos son el 95, 96, 97, 98, 99 y 29, correspondientes a los seis días laborales de la semana (un Salmo vinculado a cada día). Sigue con el Ana Bekoaj, un rezo místico (propio de la tradición cabalística de Tzfat) en el que Israel se encomienda a la protección de D-os, luego el Leja Dodí (otro himno místico escrito por el rabino Shlomo Alkabetz en el que se habla del Shabat como una novia que llega al encuentro de su amado), continúa con los Salmos 92 y 93, y concluye con el Kaddish.

Ahora vamos con lo que me llamó la atención. Se encuentra en los Salmos iniciales (95-99 y 29). Son Salmos que, de una u otra manera, exaltan la majestad de D-os y provocan, inevitablemente, una comparación con la pequeñez del ser humano.

Lo interesante es que lo hacen por medio de referencias a fenómenos naturales. Y entre referencia y referencia, se deja ver de manera muy nítida la importancia de los terremotos.

En el Salmo 95, tras invitar a todos a adorar y alabar a D-os por su grandeza (versículos 1-3), la primera frase que se remite a la naturaleza dice: “Porque en su mano están las profundidades de la tierra” (v. 4). Desde allí ya se pone en evidencia que mucho del contenido de esta sección de cinco Salmos será, por decirlo de algún modo, telúrico.

El resto del Salmo continúa como exhortación a la alabanza, y es con el Salmo 96 que el tema empieza a extenderse: “Decid entre las naciones: el Señor reina. También afirmó el mundo, no será conmovido. Juzgará a los pueblos en justicia. Alégrense los cielos y gócese la tierra; brame el mar y su plenitud. Regocíjese el campo y todo lo que en él está; entonces todos los árboles del bosque rebosarán de contento, delante del Señor que vino; porque vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad” (versículos 10-13).

Aquí sobresalen dos ideas. La primera es que el mundo ha sido puesto sobre una base firme que no será conmovida. La segunda, que hay una relación entre lo que se empieza a plantear y la idea de que “D-os viene a juzgar la tierra”.

¿Por qué la referencia a que el mundo no será conmovido? Porque, como veremos más adelante, se van a mencionar muchas situaciones que suceden durante un terremoto, y que podrían provocar la idea de que las bases del mundo están destruidas.

Pero no. El Salmista nos da a entender con esto que no vamos a hablar del fin del mundo, sino del juicio de D-os, algo que -como veremos a continuación- despertará nuestro pánico, pero provocará el regocijo de la naturaleza.

¿De qué se trata este juicio de D-os? El Salmo 97 comienza con estas palabras: “El Señor reina; regocíjese la tierra. Alégrense las muchas costas. Nubes y oscuridad alrededor de él; justicia y juicio son el cimiento de su trono. Fuego irá delante de él, y abrasará a sus enemigos alrededor. Sus relámpagos alumbraron el mundo, la tierra vio y se estremeció. Los montes se derritieron como cera delante del Señor, delante del Señor de toda la tierra” (versículos 1-5).

La idea evidente es que las catástrofes naturales son la forma en la que D-os juzga al mundo. “Nubes y oscuridad” puede referirse a los episodios de severas tormentas, ya sean de agua o arena, que son frecuentes en la zona del antiguo Israel; “fuego delante de él” y “relámpagos alumbrando el mundo” tiene que ver con incendios y tormentas eléctricas; “la tierra vio y se estremeció” con terremotos, y “los montes se derritieron como cera” con erupciones volcánicas.

En la lógica del salmista, es la manera en la que toda la naturaleza se inclina y se postra delante de D-os cuando este se hace presente.

Luego viene una exhortación que parece un tanto extraña: “Avergüéncense todos los que sirven a las imágenes de talla; los que se glorian en los ídolos. Póstrense a Él todos los dioses. Oyó Sion, y se alegró; y las hijas de Judá, oh Señor, se gozaron por tus juicios” (versículos 7 y 8).

¿Por qué los cataclismos de la naturaleza son un llamado a que los idólatras se avergüencen, pero el pueblo de Israel se regocije? Porque la idolatría de ese tiempo estaba basada en la adoración a los pretendidos dioses que controlaban las fuerzas de la naturaleza. Las catástrofes naturales son, por lo tanto, la evidencia definitiva de que la confianza del ser humano no puede estar puesta en esos dioses. Desde la rudimentaria teología de las religiones antiguas, dichas catástrofes eran la expresión del descontento del dios en turno, al que había que aplacar con todo tipo de sacrificios.

Pero el pueblo judío planteó una interpretación diferente: son la prueba de que también la naturaleza se dobla y tiembla ante el Único y Verdadero.

Por eso, la fe de Israel está ilesa, porque su confianza no está en el inalcanzable control de la naturaleza, sino en el Señor delante de quien todo se dobla. Esa idea es la que determina el tono optimista del siguiente Salmo, el 98: “Cantad al Señor cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra lo ha salvado, y su santo brazo. El Señor ha hecho notoria su salvación; a vista de las naciones ha descubierto su justicia. Se ha acordado de su misericordia y de su verdad para con la casa de Israel; todos los términos de la tierra han visto la salvación de nuestro D-os” (versículos 1-3).

Eso le da otra óptica a los fenómenos que sacuden la naturaleza: “Brame el mar y su plenitud, el mundo y los que en él habitan; los ríos batan las manos, los montes todos hagan regocijo delante del Señor, porque vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con verdad” (versículos 7-9).

¿Por qué el repentino cambio de perspectiva? En las primeras menciones a estos fenómenos naturales, se hablaba de ellos como algo tremendo que sacude al planeta entero, y que causa temor entre los seres humanos. Ahora se habla del bramido del mar, el estruendo de los ríos y el movimiento de los montos como “expresiones de júbilo” delante de D-os.

¿Puede el ser humano simplemente ver todos estos fenómenos como eso, una expresión de gozo delante de D-os?

Hay algo sugerente en todo esto: justo los versículos anteriores del Salmo 98 (4-6) son una invitación a que nosotros también mantengamos esa actitud. Dicho en otras palabras, a que nos armonicemos con la naturaleza. Si los ríos, los montes, los mares, todo lo que hay, alaba al Señor, nosotros debemos hacer lo mismo.

Pero “armonizarnos con la naturaleza” no significa limitarnos a cantar y alabar. Significa, antes que nada, entenderla.

¿Por qué los terremotos pueden llegar a ser tan catastróficos? Porque hay gente viviendo en zonas sísmicas. ¿Por qué hay gente viviendo en zonas sísmicas? Porque cuando comenzaron a establecerse esas ciudades o pueblos -por ejemplo, la Ciudad de México-, no conocíamos lo suficiente sobre fenómenos naturales, y poco a poco construimos una mega urbe con más de 20 millones de personas en un lugar que frecuentemente tiene actividad sísmica fuerte.

Lo que se deja ver detrás de estos Salmos es que la naturaleza es como es y no la vamos a cambiar. Así ha sido diseñada por el Creador. Por eso, de cuando en cuando (cuando “D-os venga a juzgar la tierra”), volverá a sacudirse y todo será consternación para quienes no entienden la naturaleza de estos fenómenos.

El llamado de fondo no es a sólo mantener una postura religiosa o mística ante esto. Es a profundizar en nuestro conocimiento de estos fenómenos para que sepamos cómo convivir con ellos. Es nuestra única posibilidad de observar cómo pasa “el juicio de D-os” sin que nos hunda en la confusión y la vergüenza.

Esto nos permite darle otro enfoque al concepto de idolatría. Recordemos que justo estos Salmos dicen que los idólatras son quienes más resultan confundidos ante estas catástrofes. ¿Por qué? Porque al atribuirle todo -terremotos, inundaciones, incendios, etc.- a una simple acción de una deidad (la que sea), están renunciando a conocer y entender cómo funciona la naturaleza.

La diferencia entre el idólatra y el verdadero creyente es la ciencia. ¿Por qué? Porque el idólatra se limita a decir “todo pasa por la voluntad de D-os”. El creyente, en cambio, se dedica a entender. En lenguaje antiguo, diríamos que se dedica a entender que la tierra se sacude porque también alaba a D-os cuando viene a juzgar. En lenguaje moderno, hay que decir que la entendemos por medio de la investigación científica, necesaria para saber cuáles son los riesgos de vivir en cada zona, y cuáles los modos mediante los cuales podemos sobreponernos a esos riesgos.

Cuando empieza el Salmo 99, se da por sentado que D-os ha manifestado su poder sobre el mundo. El versículo 1 no puede ser más elocuente: “El Señor reina, temblarán los pueblos; Él está sentado sobre los querubines, se conmoverá la tierra”.

Los movimientos telúricos son definidos aquí como la plena manifestación del dominio de D-os por encima de todo.

Y tiene lógica: probablemente no exista nada que nos haga sentir tan pequeños e inútiles como un terremoto. No sólo es el momento del cataclismo como tal, sino también que nos confronta a que lo más grandioso que podemos hacer -nuestras construcciones- pueden derrumbarse si tan solo la tierra se estremece con más fuerza de lo habitual. En ese momento nos damos cuenta también qué frágiles y qué ignorantes somos como sociedad, como especie humana, incapaces todavía de prever y protegernos del poder de la naturaleza.

También nos expone a la vergüenza: ahora y como consecuencia del terremoto en la Ciudad de México, empiezan a ventilarse verdades molestas sobre la corrupción de particulares y funcionarios de gobierno que permitieron que se construyeran edificios sin los requerimientos de seguridad necesarios. ¿El resultado? Gente muerta.

El terremoto es el juicio de D-os. La humanidad se estremece y sale lo que tenemos adentro. Lo mejor y lo peor. El contraste entre los que de inmediato se unen a las labores de rescate, y las oscuras historias de los que construyeron edificios de papel pensando que la tragedia nunca los alcanzaría, que podrían salir impunes.

Ante la fuerza de un terremoto, todos somos iguales.

El Salmo que cierra esta sección, el 29, es el que más elocuentemente describe la fuerza devastadora de la naturaleza: “Voz del Señor sobre las aguas; truena el D-os de gloria, el Señor sobre las muchas aguas. Voz del Señor con potencia, voz del Señor con gloria. Voz del Señor que quebranta los cedros; quebrantó el Señor los cedros del Líbano; los hizo saltar como becerros. Al Líbano y a Siria como hijos de búfalos. Voz del Señor que derrama llamas de fuego. Voz del Señor que hace temblar el desierto. Hace temblar el Señor el desierto de Kadesh. Voz del Señor que desgaja las encinas y desnuda los bosques. En su Templo todo proclama su gloria” (versículos 3-9).

El versículo final nos da la pista de por qué todo este discurso sobre los fenómenos naturales fue elegido para marcar el contenido del rezo de Kabalat Shabat: “El Señor dará poder a su pueblo; el Señor bendecirá a su pueblo con paz” (versículo 11).

El Shabat cobra una nueva dimensión: representa no sólo el descanso de nuestros seis días de labor cotidiana, sino también la búsqueda de la armonía con la naturaleza. Eso no sólo significa dejarla descansar de nuestras actividades industriosas. Se trata también de comprenderla, saber por qué funciona como funciona.

No hacerlo nos expone a que la fuerza de la naturaleza se convierta para nosotros en una catástrofe. Hacerlo significa la posibilidad de vivir en paz.

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