Enlace Judío México.- El golpe que recibimos por el último terremoto fue terrible; sin embargo, a pesar de haber sido más potente que el que sufrimos en 1985, los resultados no fueron peores, esto gracias a una serie de afortunadas circunstancias.
ENRIQUE NORTEN
«...Y de que vimos cosas tan admirables no sabíamos qué decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la laguna otras muchas, y veíamoslo todo lleno de canoas y en la calzada muchos puentes de trecho en trecho, y por delante estaba la gran Ciudad de México...»
Bernal Díaz del Castillo, 1568
Una vez más, la vengativa naturaleza nos ha reclamado furiosa la transformación del bello Valle del Anáhuac y del gran lago que ocupaba sus suelos y que hicimos desaparecer para construir sobre lodos y pantanos una de las ciudades más grandes —y más bellas— del mundo. Y otra vez, en la misma fecha de hace 32 años, nos ha castigado esta osadía con destrucción y muerte. Nos la ha vuelto a cobrar caro, con más de 300 vidas y con cuantiosas pérdidas
materiales. Muchas familias están guardando luto por sus seres queridos y muchas más han visto sus patrimonios destruidos.
El golpe que recibimos por el último terremoto fue terrible. Sin embargo, a pesar de haber sido más potente que el que sufrimos en 1985, los resultados no fueron peores. Esto gracias a una serie de afortunadas circunstancias:
1. La existencia de un nuevo y acertado reglamento de construcción de CdMx. Las edificaciones de factura reciente responden a este nuevo conjunto de lineamientos arquitectónicos y estructurales, y con el cual también muchas de las anteriores construcciones fueron revisadas, modificadas y reforzadas. Vale la pena mencionar que la mayoría de
los edificios que perdimos fueron construidos antes de 85, y muchos ya habían sufrido importantes daños en esa ocasión.
2. Los grandes avances durante las últimas décadas de las ciencias de la ingeniería y las nuevas tecnologías. Éstos permiten a nuestros diseñadores y calculistas de estructuras hacer un análisis más certero y mejores predicciones de comportamiento de las construcciones.
3. El surgimiento de una nueva generación de profesionistas más responsables y mejor preparados: ingenieros, arquitectos, constructores, desarrolladores, etcétera. Cada uno desde sus distintas trincheras en los sectores público y privado han contribuido con importantes aportaciones. A ellos debemos mejores y más seguros edificios que han sido organizados y articulados por un mejor espacio urbano.
La tragedia que hemos sufrido también nos ha ofrecido nuevas lecciones y nos ha hecho conscientes de importantes oportunidades para nuestra querida ciudad. Comparto con mi amigo Liébano Sáenz la reflexión que nos transmitió hace unos días en estas mismas páginas: “Me resisto a quedarnos en la tragedia y el reclamo. Está en nuestras manos como individuos y ciudadanos dar un curso positivo y hacer de este acontecimiento un punto de quiebre para mejorar”.
Y la desgracia nos ha recordado también la fortuna y beneficios de la vida de ciudad. La fuerza colectiva de los miles de jóvenes que salieron a apoyar los esfuerzos de rescate y llenaron los vacíos de organización y liderazgo cedidos y creados por nuestros políticos. Y serán ellos mismos a quienes corresponderán los esfuerzos de reconstrucción y reinvención de la ciudad. Se lo merecen y se lo han ganado.
Mucho se ha comentado sobre este fenómeno: los numerosos y complejos grupos que se formaron alrededor de los lugares más afectados, que ocuparon de manera espontánea el espacio público y crearon de manera orgánica y natural formas claras de orden y organización urbana, auxiliados por su entendimiento y conocimiento del poder de las nuevas tecnologías de comunicación y relación social.
Se formó una comunidad ciudadana democrática —de la real y verdadera democracia— de mujeres y hombres de diversas edades que llegaron de muy distintos rumbos de nuestra gran ciudad, y que sin importarles sus diversos orígenes, preferencias o economías se integraron para responder juntos a la tragedia. Fue esta una gran demostración de solidaridad y compromiso ciudadano, pero también un gran acto de arquitectura y urbanidad. Vivimos la verdadera ocupación y activación del espacio público, la positiva tensión entre la arquitectura y los ciudadanos, la definición de los territorios y de las topografías urbanas. En la tragedia vivimos la esencia de la ciudad.
También comprobamos la importancia de la densidad urbana, así como la relación y complementariedad entre la masa y el vacío que conforman la arquitectura de la ciudad, y entendimos mejor las necesidades de comunicación y movilidad. Todos estos principios fundamentales y con los cuales deberemos reconstruir, consolidar y planear el futuro nuestra gran metrópoli.
Ahora nos ha tocado vivir juntos este luto colectivo, pero pronto nos debemos avocarnos a las tareas de revisión y reconstrucción. Tenemos una gran responsabilidad con nuestros conciudadanos y con las generaciones futuras de levantarnos y hacer de esta gran urbe una ciudad más segura y con una mejor calidad de vida para todos. No
tengo ni la menor duda de que así será.
***
He asistido a varios foros y reuniones en los que ya se discuten las posibilidades y oportunidades de la reconstrucción. Entre las múltiples propuestas que se han presentado me ha llamado la atención e interesado la siguiente:
La posibilidad de crear un fondo regido por un organismo público privado que adquiera los predios de los edificios colapsados así como aquellos en condiciones de difícil reparación. Los distintos predios se
someterían a concursos de proyectos “llave en mano”, en los cuales podrán participar equipos de profesionales precalificados. Se propondrán proyectos para la construcción de edificios que sustituyan los derribados, con la condición de que se recupere la vivienda y lugares de trabajo para los mismos individuos y familias que los
ocuparon anteriormente (sin costo para ellos). Así se evitaría la “gentrificación” de estos barrios, conservando el tejido social actual, lo mismo que la especulación aprovechando la tragedia.
Esto se lograría incrementando la densidad de los predios en cuestión y de otros vecinos, de tal suerte que los constructores puedan recuperar el costo de las viviendas a sustituir con otras que puedan ofrecer a precios de mercado. Existen ya algunos mecanismos que deberán añadirse y conjugarse de forma más creativa, como polígonos
de actuación y transferencias de potencialidades, entre otros, y aprender fórmulas implementadas en otras ciudades: uso y permuta de derechos de aire (air rights), así como esquemas 80-20 o 70-30 (proporción de viviendas subvencionadas y viviendas a precio de mercado).
Una buena idea a considerar.
*Director de Ten Arquitec
Fuente:milenio.com
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