Enlace Judío México.- De los recitales de Paco Ibáñez a los que he asistido recuerdo ahora uno de hace unos quince o veinte años en el que intervino también su hija Alicia, que cantó un par de antiguas canciones sefardíes. Pero no es esa la única vinculación del cantautor con el mundo musical judío.
IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN
Para sorpresa mía y de muchos otros, la poesía vuelve a estar de moda entre los lectores jóvenes. Las redes sociales tienen bastante que ver con este fenómeno inesperado, y también la irrupción de una nueva generación de cantautores que han vuelto a maridar música y poesía: el poeta otra vez en funciones de juglar. Los que fuimos adolescentes en los años setenta no teníamos nada parecido a internet, pero sí teníamos juglares. Ese era al menos el papel que atribuíamos a algunos cantautores, que en muchos de nosotros infundieron la afición a la poesía. Mi generación seguramente no habría sabido apreciar la poesía de Machado o Miguel Hernández sin el amigable acompañamiento de Joan Manuel Serrat o la de clásicos como Góngora y Quevedo sin el de Paco Ibáñez. De Serrat, que fue antifranquista cuando había que serlo (y no de forma retroactiva, como algunos de los que ahora le critican), ya hablé aquí el año pasado. De Paco Ibáñez, tan importante como Serrat en nuestra educación sentimental, creo no haber escrito nunca en estas páginas, pero estoy seguro de que son muchos los cincuentones actuales que, al igual que yo, se saben de memoria media docena de canciones suyas.
De los recitales de Paco Ibáñez a los que he asistido recuerdo ahora uno de hace unos quince o veinte años en el que intervino también su hija Alicia, que cantó un par de antiguas canciones sefardíes. Pero no es esa la única vinculación del cantautor con el mundo musical judío. La historia la conocí hace poco en la presentación barcelonesa de un libro del escritor vasco Bernardo Atxaga a la que asistió Paco Ibáñez. Es sabido que este pasó la infancia en un caserío y que aprendió el euskera de labios de su madre, guipuzcoana. Evocando esos primeros años, grabaría con Imanol Larzábal un disco titulado Oroitzen, que recuperaba algunas de las canciones tradicionales con que su madre le arrullaba por las noches. Entre ellas estaba la titulada Pello Joxepe, cuyas primeras estrofas oí cantar a Paco Ibáñez el día de la presentación de Atxaga. Fue entonces cuando me enteré de que, desde la guerra de los Seis Días, esa canción era algo así como el himno oficioso del Estado de Israel.
Pello Joxepe habla de un hombre de un pueblecito vasco que se niega a reconocer a su hijo recién nacido. Por supuesto, no era esa la letra que cantaban los soldados israelíes mientras ocupaban los territorios de Gaza y Cisjordania. En esa ofensiva se hizo también Israel con el control completo de Jerusalén. Que este fuera uno de los objetivos militares contribuyó sin duda al éxito fulminante de la canción, que, transformada en Yerushalaim shel Zahav (Jerusalén de oro), expresaba la añoranza del pueblo judío por las plazas, callejuelas y mercados de la Ciudad Santa. “Jerusalén de oro y de bronce y de luz, ¡oh!, de tus canciones soy violín”, decía el estribillo del himno que, con la vieja melodía de la canción vasca, entonaban las tropas israelíes.
Ha pasado medio siglo desde la Guerra de los Seis Días. También la letra de Yerushalaim shel Zahav es de ese año, 1967. La escribió la que era considerada como la gran dama de la canción israelí, Naomi Shemer, que luego sería acusada de haberse apropiado de una composición ajena. Ella siempre lo negó. ¿Cómo alguien que no tenía la menor relación con el País Vasco podía conocer esa vieja melodía de caserío? ¿Y quién creería que una cultura pequeña y clandestina como era entonces la vasca podía extender sus tentáculos hasta un país tan lejano como Israel? Sin embargo, la semejanza de esa Jerusalén de oro con el Pello Joxepe de Paco Ibáñez era extraordinaria… El misterio no se resolvió hasta la muerte de Naomi Shemer en junio del 2004. El hecho es que en 1962 Paco Ibáñez había viajado a Tel Aviv para acompañar a la guitarra a la cantante Carmen Requeta, más conocida como Carmela. Ese viaje le dio la ocasión de reencontrarse con viejos amigos con los que había compartido la bohemia parisina. Eran todos escritores, pintores y músicos, y se juntaba con ellos en el Kassit, un café de la avenida Dizengoff. Las veladas, por supuesto, concluían con música, y no había día en que los amigos no le pidieran que cantara Pello Joxepe. Allí fue donde Naomi Shemer, amiga de amigos comunes, se la oyó cantar un par de veces. A mí, que carezco por completo de oído musical, me resulta inconcebible que a alguien se le pegue una canción que ha escuchado sólo una o dos veces, pero eso fue más o menos lo que Naomi Shemer admitió que le había ocurrido. En junio del 2004, la cantante israelí escribió desde el lecho de muerte una carta en la que, para liberarse del peso de la culpa, confesaba a un amigo la deuda que tenía contraída con Pello Joxepe: “En el invierno de 1967, cuando estaba trabajando en la escritura de Jerusalén de oro, esa canción debió de deslizarse de forma inconsciente dentro de mí”. La vieja canción que en la posguerra española una madre le susurraba a su hijo en un caserío guipuzcoano la cantan ahora, tantas décadas después, varios millones de israelíes.
Las tropas israelíes ocuparon Jerusalén en 1967 cantando la vieja melodía de una canción de caserío vasco.
Fuente: La Vanguardia – Reproducción autorizada con la mención: ©EnlaceJudíoMéxico
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