Enlace Judío México.- El 6 de febrero de 1935, las mujeres turcas votaron por primera vez en unas elecciones nacionales, y 18 de ellas fueron elegidas miembros del Parlamento; estamos hablando de una década o más antes de que algo así sucediera en países occidentales como Francia, Italia o Bélgica. Ocho décadas después, las turcas parecen pasajeras involuntarias de la máquina del tiempo de H. G. Wells y haber retrocedido a los tiempos de sus abuelas otomanas.
BURAK BEKDIL
El hombre fuerte de Turquía, presidente Recep Tayyip Erdogan, proclamó una vez con orgullo que “las mujeres deberían saber cuál es su sitio” y que “la igualdad entre los sexos va contra la naturaleza humana”. En cuanto a su viceprimer ministro, dijo que las mujeres no debían reír en público. No fue una sorpresa para nadie cuando el ministro de Familia y Políticas Sociales descubrió en 2016 que nada menos que el 86% de las turcas habían sufrido violencia física o psicológica a manos de sus parejas o de sus familiares. Según descubrió el ministro, la violencia física es la forma más común de maltrato: el 70% de las turcas denunciaron haber sido agredidas físicamente.
Más recientemente, Kadin Cinayetlerini Durduracagiz Platformu, una organización que defiende los derechos de la mujer, denunció que sólo en el pasado mes de julio 28 mujeres habían sido asesinadas por hombres. Ese mismo mes, otras ocho mujeres –más afortunadas– fueron agredidas por “llevar pantalones cortos o atuendos ‘indecentes’ o por fumar en público”. El informe terminaba diciendo: “El Estado sigue guardando silencio”.
Turquía está asumiendo cada vez más los rasgos sociales y políticos del islamismo: el autoritarismo, el mayoritarismo y la intolerancia oficialmente tolerada a todo lo que los islamistas consideren no islámico. Las mujeres suelen ser el grupo en la diana, y ni siquiera vistiendo conforme al código islámico pueden librarse siempre de la intimidación. Hayrettin Karaman, estudioso islámico y la niña de los ojos de los islamistas pro Erdogan, afirmó hace poco que fumar cigarrillos lanza un mensaje sobre la moral de la mujer. En su columna del 3 de agosto escribió:
“Cuando veo una mujer que lleva velo pero fuma en público, me da la impresión de que está diciendo: “No importa el hecho de que me cubra la cabeza. No te rindas, tengo mucho más que compartir contigo”.
Naturalmente, muchos turcos se tomaron las palabras del clérigo como un mensaje de disponibilidad sexual de esa mujer. Este tipo de razonamiento es común entre las sociedades musulmanas conservadoras. Las cosas no solían ser así en la Turquía laica. Es simplemente el resultado de la islamización social inducida de arriba abajo por el Gobierno. Y tiene dos elementos inquietantes: la voluntariosa implicación de quienes lo apoyan y la desigualdad ante la ley.
En 2014, K. C., de 14 años, fue violada y apaleada por dos hombres. Presentó una denuncia en comisaría y los dos sospechosos fueron detenidos. Todo normal hasta aquí. Uno de los sospechosos llegó a un acuerdo con la familia de K. C.: pagaría una cantidad de alrededor de 5.700 dólares a la familia y accedería a casarse con K. C. La familia arregló una falsa ceremonia de boda, sacó fotos y las presentó al tribunal para salvar al hombre. Presionada por su familia, K. C. cambió su testimonio y dijo que no la habían violado. El violador se convirtió de repente en su prometido. Los dos sospechosos fueron puestos en libertad, se organizó una ceremonia religiosa islámica y los violadores salieron absueltos. No es ciertamente un final feliz. El marido de K. C. empezó a pegarla de forma habitual y la chica fue otra vez a la Policía y contó la verdadera historia. Su marido era su violador y había sido obligada a casarse con él.
Sin embargo, no todas las mujeres que buscan protección en las autoridades tienen tanta suerte.
El 10 de agosto dos jóvenes, Derya Kilic, de 19 años, y Seray Gurer, de 22, fueron acosadas sexualmente por dos hombres no identificados. Según sus testimonios, después pidieron ayuda a dos policías. En un vídeo grabado por una cámara de seguridad se ve que uno de los policías empieza a pegar a una de las mujeres en plena calle. En su testimonio posterior, al presentar una denuncia contra la Policía, Kilic dijo que el agente que la golpeó trató de “justificar” el acoso sexual diciendo que iban vestidas “de forma inadecuada”. La chica declaró:
Les pedimos ayuda porque no pudimos ver las matrículas de las motos que nos acosaron. Pero uno de los policías dijo que los acosadores tenían razón porque íbamos “vestidas de forma inapropiada”.
Esto es lo que la sigilosa islamización nos ha traído. No nos esperan tiempos mejores.
Fuente: Gatestone Institute
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