El amor a D-os es más duradero que nuestros errores, historia de Sucot

Enlace Judío México – Había sido un año difícil. El mal clima y las condiciones adversas a los viajes como impuestos altos y distintos peligros habían hecho que los judíos de Ucrania no pudieran transportar etroguim (citrones) para la festividad de Sucot. Usualmente eran traídos de Italia o Tierra Santa, pero ese año no se podían encontrar por ningún lado.

En la ciudad de Berditchev, Lituania, vivían decenas de miles de judíos y no había sino un sólo etrog. Por supuesto, le fue dado al rabino de la ciudad, el famoso Rabí Levi Yitzjack, para que lo cuidara.

Todo el mundo conocía el plan. En el primer día de la fiesta, el rabino se levantaría temprano en la mañana, se purificaría en las aguas de la mikvé (baño ritual) y después haría la bendición de las especies sosteniendo el etrog y el lulav. Después el etrog sería pasado de mano en mano para cada persona pudiera realizar la mitzva (mandato) de las cuatro especies.

Ahora bien, el rabino tenía un asistente, un hombre sencillo que ayudaría a supervisar el procedimiento. “Ya sé lo que ocurrirá” se dijo el asistente a sí mismo. “Primero el rabino hará la bendición, y sacudirá el lulav y el etrog. Después llegarán los hombres que han estudiado y será su turno para hacer la mitzva. Serán seguidos por los terratenientes del pueblo, después la gente humilde que tendrán su momento de gloria. Y al final, cuando el Sol esté por ponerse y el día esté por terminar, seré el último en decir la bendición sobre el etrog y el lulav. ¿Por qué siempre debo ser yo el último?”

“Ya sé que haré”, pensó. “Muy temprano en la mañana, en el primer día de Sucot, cuando el rabino haya salido a su baño ritual, tomaré el lulav y el etrog y diré la bendición sobre ellos. Nadie sabrá lo que habré hecho más que yo.”

Y así fue, justo cuando el sol se levantó, el ayudante se escabulló al estudio del rabino, tomó el etrog y el lulav en sus manos temblorosas y estaba a punto de cantar las bendiciones cuando … el desastre ocurrió.

Pudo haber sido porque sus palmas estaban sudadas, o quizás porque temblaba nerviosamente. Por cualquier razón que hubiera sido, el etrog se resbaló de sus manos y cayó bruscamente sobre el suelo áspero de madera. Para el horror del ayudante el pitom del etrog (un borde redondo que lo hace apto para la mitzva) se cayó de su corona e hizo a la fruta inválida.

Hubiera dado todo lo que tenía con tal de que se lo comiera la tierra. ¿Cómo podría volver a ver al rabino? ¿Cómo podría volver a verse a sí mismo? Cada minuto parecía una eternidad mientras el ayudante esperaba a que su maestro regrese, ¿cómo explicaría lo que había pasado?

Cuando Rabí Levi Itzjack entró a su casa, listo para hacer la mitzva, el ayudante ya no tuvo escapatoria. Con los ojos en el suelo y en un suspiro tembloroso, le contó al rabino lo que había hecho.
“Rey del Universo,” gritó el rabino con voz estruendosa llena de sorpresa y cariño, “Mira cual bellos son Tus hijos, que incluso este hijo tuyo humilde sin educación está tan dispuesto a cumplir Tu mandato que arriesgo su trabajo para llevar a cabo Tu voluntad a la oportunidad más pronta”

Fuente: chabad.org

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