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jueves 21 de noviembre de 2024

Tiro al aire / Por estas calles en estos días

Nostalgia de otros lugares

Enlace Judío México.- Quien haya visitado Inglaterra sabe, en efecto, que la mayoría de sus ciudades son muy europeas, modernas, pero, al fin y al cabo, y sobre todo en días de las fiestas judías, son como cualquier otra ciudad del mundo, una ciudad y nada más. Octavio Paz escribió en algún lado que no podemos salir de las ciudades, pues caemos en otras, idénticas, aunque sean distintas. Y sin embargo, lo son. Hay ciudades que son tuyas y otras no, dependiendo a veces de los días y los recuerdos.

SHULAMIT BEIGEL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Desde hace un tiempo vivo en Inglaterra en un pueblo llamado Dorchester. En sí mismo, debo de confesarlo, el pueblo en el que vivo desde hace un tiempo es muy bello. Se encuentra, por si no lo saben, en el sur de Inglaterra, y es capital del condado de Dorset desde 1305. El pueblo (town) se encuentra situado a orillas del rio Frome, y además, el poeta y novelista Thomas Hardy nació por aquí, a un kilómetro y medio de mi casa. Fue aquí que escribió sus novelas Tess y Jude el oscuro, así como una gran parte de su obra poética. Por lo tanto, no me puedo quejar, vivo en Inglaterra, donde además vive la reina, y en un país que trajo al mundo cosas tan maravillosas como el críquet y la monarquía. Pero, lo confieso, yo de críquet no entiendo nada, solo sé que es un deporte de masas con bate y pelota, en el que se enfrentan dos equipos de once jugadores cada uno, en un campo de hierba. Tampoco pertenezco a la monarquía, y no me gustaría vivir en el palacio de Buckingham.

Muchas cosas, sin embargo, me gustan de esta tierra, pero no me gustan muchas otras, las cosas con las que la mayoría de los ingleses se regocijan. El té por ejemplo, que yo solo tomo cuando estoy engripada y aun entonces prefiero una coca cola con ron.

¿Ustedes saben lo que es el marmite? Si no lo saben se los cuento. Es una pasta rara para untar, elaborada con extracto de levadura, con un aspecto pegajoso, de color café oscuro, con un olor muy potente por no decir otra cosa, y un sabor muuuuyyy característico, que divide a los ingleses mismos en dos bandos, en un eslogan muy popular: “love it or hate it”, o te encanta o lo odias. Ya se imaginarán en que bando estoy.

El aspecto de Dorchester, aunque moderno, es tranquilo, y se necesita cierto tiempo para percibir lo que lo hace diferente de las otras ciudades de Inglaterra. El lugar fue fundado por los romanos en el año 43, aunque toda la zona estuvo habitada durante miles de años antes de que los romanos llegaran. Y si la caminas, encuentras que es una ciudad llena de palomas, de árboles frondosos, jardines bien cuidados y susurros de hojas al caminar.

Es decir, como cualquier otra ciudad del mundo. Hasta aquí Octavio Paz tenía razón.

A diferencia de México o de Venezuela, mis otras patrias, el cambio de las estaciones es aquí muy notorio, por no decir drástico. Un día crees que será soleado y vas en pantalón corto y camiseta al centro, porque el servicio meteorológico, que creías infalible, (como los trenes y el Big Ben), aseguró por la mañana que así sería, y de repente empieza a llover a raudales , aunque estamos solamente en otoño esperando que el sol se aparezca desesperadamente cada día.

Como les contaba, es otoño, el verano paso veloz como el amor, y hay días en que un diluvio de barro te invade el jardín. (¿Estaremos más bien en invierno?). Los días “buenos” en este país solo llegan en primavera, que se anuncia por la calidad del aire y los cestos de flores colgados en todas las casas, restaurantes y hoteles. Del invierno mejor ni les hablo. Lo único positivo que tiene es que te tomas varias tazas de chocolate caliente al día si no te gusta el té, y te compras unas botas nuevas que ni llegas a usar pues apenas si sales a la calle.

Dicen que el mejor modo para conocer una ciudad es caminándola. Y eso es lo que a veces trato de hacer. Pero en Inglaterra, por efecto del clima, todo parece a veces igual, con el mismo viento frenético que te penetra a los huesos, como el de Jerusalén.

La gente trabaja mucho aquí, más que en otros lados me parece, pues los veo en las mañanas llenar la estación de trenes, con su paraguas y periódico en mano, tal y como los veíamos en Mary Poppins cuando éramos niños, aquella película musical de Walt Disney que miramos una y otra vez, y donde vemos una ciudad inglesa de 1910, que con respecto a los paraguas, periódicos y lluvia, no ha cambiado nada.

Como a toda la gente en el planeta tierra, a los ingleses les interesa el dinero, hacer dinero, aunque naturalmente también les gustan los deportes sobre todo el cricket, como ya les dije, que gozan mucho, pero que a veces pareciera que les va a dar un infarto, sobre todo si ganan los hindúes…que es casi siempre.

Los “placeres” se reservan para los sábados y los domingos…si es que no llueve, “depends on the weather”, depende del clima, dicen los británicos, mirando cada día el cielo, como si de campesinos de los páramos en Venezuela se tratara. Dependiendo del clima, es decir, si el famoso clima, (que ya parece como si de alguien con cuerpo y alma se tratara), lo permite, se reúnen a una hora fija en los famosos “pubs” o cantinas, a tomarse una ¿Una dije? ¿Una? ¿Una? (mejor ni les cuento) cerveza.

Pero creo que lo que menos me gusta de Inglaterra, es que manejan del lado derecho de la calle y que al quejarme me dicen mis amigas inglesas que somos nosotros, israelíes, mexicanos, venezolanos, ciudadanos del mundo, quienes manejamos del lado incorrecto. Ah, me olvidaba de contarles acerca de la arrogancia de los ingleses, súbditos todos de la Reina, y por lo tanto portadores de sangre azul, y yo, estoy casi segura, la tengo roja.

Pero aun así, tengo amistades ingleses, (una o dos) que hasta parecen “normales” en todos los aspectos, excepto cuando de repente mencionan un queso raro de nombre Cheshirefordhamwickstead, o algo así. Otra característica que no entiendo es por qué les gustan los frijoles de noche para la cena.

La población de Dorchester está formada por un amplio número de etnias, culturas y religiones, aunque no hay un solo judío. Es decir que aquí, yo paso desapercibida. Ni me llaman güerita, ni tengo que cantarles una ranchera para que me crean que soy mexicana o cualquier otra cosa. Y sin embargo, en días como estos, Sucot en este caso, me agarra la nostalgia. Porque no me siento de aquí. Octavio Paz tenía razón a fin de cuentas. Las ciudades son idénticas, somos nosotros los que nos sentimos diferentes en ellas.
Jag sameaj

¿Qué será la Serendipia?

Ustedes se preguntarán cómo se come esta palabra, que es más rara que un político israelí honesto. Pues les cuento que se refiere a un descubrimiento o hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta.

Wikipedia dice que la palabra fue introducida en la literatura por el conde de Oxford, mejor conocido en los bajos fondos ingleses como Horacio Walpole, a partir de un cuento tradicional persa llamado «Los tres príncipes de Serendip». En los cuadros donde lo representan tiene una pinta, que ni les cuento, porque me acusarán de homofóbica y yo lo que quiero es simplemente hablarles de la serendipia.

Los mexicanos seguramente definirían la palabrita como “un polvo”, y no es un albur, por lo tanto les voy a dar unos ejemplos para que entiendan lo que quiero decir: Alexander Fleming, el famoso científico británico, descubrió algo que no estaba buscando, pero le llamó la atención que las bacterias no crecían en parte de un medio de cultivo y otro investigador fue el que descubrió que se trataba de un hongo, que es la enzima antimicrobiana llamada lisozima. Pues ese polvo es la famosa Penicilina, y como pueden ver, eso es serendipia.

Algo parecido le ocurrió a Cristóbal Colón, ese pirata que salió con tres carabelas y unos cuantos delincuentes como él, buscando el camino de las especias y se tropezó con esa tierra llamada América, donde habitarían un día Pinochet, Somoza, Porfirio Díaz, Trujillo, Videla y Noriega, entre otros. El fallecido escritor Umberto Eco decía que eso es una serendipia.

Otro caso es el del Israel actual. Hablamos aquí todo el tiempo acerca del proceso de paz, y resulta esta serendipia, que hoy día todavía no encontramos cómo llamarla, pero que algunos la definen como “El proceso de Paz Palestino Israelí. No como la obra de Kafka, porque ustedes sabrán que ese escritor tiene una novela que se llama El Proceso, aunque nos hubiera quedado mucho mejor la otra, “La Metamorfosis”. Y si no me lo creen pónganse a pensar: construimos el país soñando con la Paz y nos despertamos en las mañanas metamorfoseados en otra cosa.

Y a propósito de logros y de la paz

Por logros se entiende los éxitos que se cosechan en la gestión de un gobierno. Los logros deberían corresponder a resultados concretos. Por logros no se debe entender las promesas del discurso. A los logros, si es que existen, hay que darles vigencia, perpetuidad, legalidad, que garanticen su utilidad y trascendencia.

En verdad que en Israel son muchos los logros. En el campo científico, médico, económico, etc. Y sin embargo, la paz, palabra trillada hasta el cansancio, no se ha logrado. El rechazo a escala internacional es de tal magnitud y la paciencia de los pueblos tiene límite.

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