Enlace Judío México.- Con un cigarrillo en una mano y una especie de rosario musulmán o tasbih en la otra —pese a ser ateo y de familia cristiana—, Mustafa Khalifa acude a su entrevista con El HuffPost en la Casa Árabe de Madrid acompañado de Naomí Ramírez. Khalifa (Jarablus, Siria, 1948) es el autor de El Caparazón: Diario de un mirón en las cárceles de Al-Asad y Ramírez es, además de la traductora de esta “desgracia” de libro junto con Ignacio Gutiérrez de Terán, la intérprete de árabe-español que hará posible esta conversación.
Lo de “desgracia” sale de boca de los propios traductores. Pero es que la historia de Mustafa Khalifa es de todo menos agradable: una detención sin motivo alguno a su llegada a Siria tras haber estudiado cine en París; trece años, entre 1981 y 1994, en la prisión de Tadmur (Palmira) soportando torturas, humillaciones y desprecio; un trauma y una sensación de alienación totalmente comprensibles tras su paso por la cárcel; un exilio obligado antes de publicar El Caparazón (aunque no se cuente en el libro); y la impotencia por la pasividad del mundo ante la tragedia que viven los sirios.
“El ser humano sirio se encuentra rodeado por todas partes por la muralla de la muerte, una muralla levantada por las fuerzas fanáticas representadas por las milicias de al Asad, de Hezbollah y de las diferentes facciones de Al-Qaeda a las que el propio al Asad ha facilitado la entrada en Siria. El ser humano sirio comienza a perder la fe […] y le resulta incomprensible el silencio ante los crímenes cometidos contra los sirios. Y es aún más incomprensible e injustificable el hecho de que se prolongue sin que se intente la más mínima acción para detener los crímenes contra los civiles”, manifestó Mustafa Khalifa en su discurso de agradecimiento por el Premio de la Prensa Libre, que recibió en 2014.
La “muralla” a la que hacía referencia el autor podría asemejarse al “caparazón” que da título a su libro, pero en este caso se trata de una coraza que él mismo se creó dentro de la cárcel, que le sirvió para no embrutecerse y para sobrevivir, y que luego fue endureciendo en su casa hasta que un acontecimiento externo logró traspasar ese blindaje.
¿Se ha roto ya su caparazón, el de la cárcel y el que desarrolló después?
El primer año de revolución [2011], sí, se rompió.
¿Cómo cambia la vida de una persona después de 13 años de cárcel y de torturas? ¿Hay secuelas que permanecen de aquella época?
En el libro se habla brevemente de algunas de esas secuelas. Pero, lo que está claro es que una persona que ha estado en la cárcel un año o más nunca va a salir siendo el mismo.
¿A día de hoy sabe a ciencia cierta cuál fue la causa de su detención?
En Siria, para que te encarcelen no hace falta ninguna razón y muchas veces lo harán sin motivo. En nuestro caso, en el de mis compañeros y el mío, se veía claramente que éramos oposición a un régimen dictatorial, y en un régimen dictatorial como este, en el que encarcelan a las personas que no son opositoras, cómo no lo van a hacer con quienes son opositores.
¿Cómo ha cambiado Siria desde que salió de la cárcel, en 1994, hasta ahora?
Lo que es la esencia del régimen no ha cambiado desde 1970. Sí que ha habido algunos momentos históricos concretos en los que hubo un cierto margen de libertad, como ocurrió en el año 2000 con la muerte de Hafez al Asad. Pero esto fue durante un año o dos, después el régimen volvió a ser lo que era.
¿Cuáles son las semejanzas y las diferencias entre las cárceles de Asad padre e hijo?
La diferencia no es entre Hafez al Asad y Bashar al Asad; la diferencia se produce entre una condición objetiva y otro tipo de condición. Cuando empezó la revolución, el régimen se volvió más sanguinario y, por tanto, matar al ser humano se convierte en un objetivo. Con Hafez al Asad, no pasaba nada si mataban a alguien en la cárcel, pero ese no era el objetivo. En cambio, en el caso de Bashar al Asad, desde el inicio de la revolución quedó claro que el objetivo era matar a las personas dentro o fuera de la cárcel.
Las informaciones que llegan de las ONG, los informes sobre la persecución, las torturas y la precariedad en Siria, ¿son fiables? Porque, según el presidente, no son más que denuncias de terroristas…
Hay miles de documentos. Cuando César, un oficial de la policía militar, se escapó de Siria, yo colaboré con un comité y con él pude sacar 55.000 imágenes de 11.000 cadáveres de prisioneros.
¿Esperaba que Bashar, el hijo tranquilo, oftalmólogo, casi londinense, se asemejara tanto a su padre, Hafez, e incluso fuera más sanguinario?
La verdad es que nadie lo imaginaba. Al principio, como hubo esos dos años de margen, de libertades, la gente pensó que podía ser buena persona, que además había estudiado en Londres. La gente esperaba, o deseaba, que fuera diferente a su padre y diera algo de libertad al pueblo.
¿Qué queda de la Primavera Árabe, que usted llama la revolución?
(Pausa) Queda la idea. Queda la esperanza. No se puede decir que las revoluciones estén limitadas a un espacio de tiempo concreto y hemos visto muchas revoluciones en la historia que han durado años, décadas… Por ejemplo, la Revolución Francesa tardó cien años hasta conseguir algunos de sus objetivos. Creo que esta es la primera ola de Primavera Árabe; lo que pasa es que los dictadores árabes han conseguido evitarla con el apoyo de la comunidad internacional, especialmente la occidental, que les ha permitido vadear esta oleada.
¿Cómo valora el papel de España, y de la monarquía española, como amiga de los Asad a lo largo de tantos años?
El rey español no es el único. Toda la sociedad occidental, empezando por Estados Unidos, estaba en contra de la expansión de la democracia en los países árabes. España, como Estado, no es uno de los que más interviene en los asuntos internos de otros países. Nosotros, como sirios, no sentimos decepción por el rey español como tal, sino por todos los gobiernos que se van sucediendo en España. Hay, por ejemplo, un criminal, Rifat al Asad, hermano de Hafez al Asad, que vive en España, invierte en España, su dinero está aquí. Se sabe que mató a decenas de miles de sirios y hay unos documentos que ahora mismo están en Suiza, donde se le ha apelado para un juicio por esos crímenes. Con todo el dinero que robó al pueblo sirio, se ha comprado propiedades en España.
¿Y está en libertad aquí en España?
Sí, está en Marbella.
¿Hay alguna manera de explicar por qué damos la espalda a la realidad siria? ¿Sólo es por motivos económicos?
Hay más de una razón, pero la principal son los intereses económicos de los diferentes países en esa región. Y, si quiero ser más claro: Israel. Lo que quiere Israel es que Bashar al Asad se mantenga en el poder.
¿Cree que ha servido de algo la llamada “literatura carcelaria siria”?
Evidentemente, salí de Siria antes de publicar la novela porque no podía vivir allí habiendo publicado esto. Pero mis amigos y otros escritores como Yassin al-Haj Saleh, que también estuvo en la cárcel, me dicen que el libro que más se está leyendo en Siria es precisamente El Caparazón. También hubo otro amigo que me escribió durante la revolución y me dijo que El Caparazón es uno de los evangelios de la revolución.
¿Cuando publicó el libro no tuvo miedo a represalias?
Como salí de Siria antes de publicarla, no tenía miedo por mí, sino por mi familia. En el régimen sirio es algo habitual; si no te pueden detener a ti, van a por tu padre, tu madre o alguien de tu familia.
¿Ha vuelto a Siria desde entonces?
No, no, no, imposible.
Al principio del libro comenta que decidió volver a su país desde París porque se negaba a ser un refugiado más a quien le dejaran las sobras…
Sí, y ahora me he convertido en refugiado porque no he tenido otra opción. Ha sido por obligación. En 2005 Amnistía Internacional me ofreció dar una charla en París y, una vez allí, me ofrecieron asilo político y yo lo rechacé porque no quiero ser un refugiado. Pero, ahora mismo, ¿dónde voy a ir? En Siria, me matan. Y en otro sitio [fuera de Francia] no tengo pasaporte.
¿Piensa que la actitud hacia los refugiados sigue siendo así, un tanto paternalista o de limosna?
Es diferente en cada país. Cuando los países son ricos, las ayudas económicas sí son en principio las suficientes para vivir. Pero los países más pobres, como Portugal, Italia o España… (sonríe) En todo caso, el refugiado no se va a preocupar mucho del dinero o del lugar de residencia; el refugiado lo que quiere es paz y estar tranquilo.
¿En la cárcel, le dolió más la violencia de los torturadores o el desprecio de sus compañeros de barracón (por no ser musulmán)?
Todas las cuestiones psicológicas son las más dolorosas; la primera, la pérdida de libertad. Y eso está relacionado con el hecho de que la libertad te permite mantener contacto con las personas que quieres y que te quieren. Esa privación es lo más difícil de la cárcel.
No sé si conoce a Mazen Darwish, un abogado y activista sirio que también pasó cuatro años en prisión sólo por hacer su trabajo. Él comentaba hace unos meses lo siguiente: “Antes de la Primavera, venían a sonsacarte información. Tras 2011, querían venganza de todos: políticos, profesores, reporteros… Es gente que disfruta con lo que hace. Adolf Hitler es un alumno del dictador, Asad aplica una mezcla de nazismo con lo peor del comunismo de Joseph Stalin. Su mayor empeño es que los encarcelados pierdan toda fe en la vida y la dignidad, que se vengan abajo. Su crueldad es infinita”. ¿Qué opina de estas palabras?
Que son demasiado generosas y amables. Hitler era un criminal y mató a millones de personas en la Guerra Mundial, pero era un ente político. Cuando hablamos de Hitler, utilizamos el vocabulario político, pero Bashar es un criminal, no podemos usar expresiones políticas para describirlo. Hay que recurrir al Código Penal, al vocabulario legal relacionado con lo penal. La comparación entre Hitler y Asad es un poco injusta, porque creo que Hitler era un poco mejor —teniendo en cuenta que era un criminal— por el hecho de que, de alguna manera, él pensaba que trabajaba por el interés de su pueblo; mientras que Asad lo que hace directamente es matar a su pueblo. En Siria hay grandes tragedias humanas: cualquiera que ve, escucha o sigue las noticias de lo que pasa en Siria siente un dolor y una tortura interna, excepto Bashar al Asad, que cuando le preguntan por ello se ríe.
¿Qué tiene que pasar para que en Occidente dejemos de ignorar esa realidad?
Ahora parece que todo está cerca del final. Pero cuando hablamos de Occidente, ¿de qué hablamos? ¿De los Estados, de los pueblos, de la sociedad civil, de las organizaciones de derechos? A los gobiernos los mueven los intereses. Y, sobre todo, para las grandes potencias, que serían Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania, su primera y principal preocupación es la seguridad Israel. Saben que la permanencia de Bashar al Asad va en beneficio de Israel. Dentro de la sociedad civil, lo que esperamos y soñamos es que se haga justicia. Habiendo una Corte Penal Internacional, y habiendo criminales que han cometido crímenes de guerra y contra la humanidad, queremos que sean juzgados.
¿Y a qué se refiere cuando dice que todo está cerca del final?
Ahora mismo se puede decir que el pueblo sirio ya no tiene relación con la revolución. Lo que hay ahora es una lucha internacional en territorio sirio. Rusia está aquí, Estados Unidos aquí, aquí está Irán, Turquía….
Pero, al menos en España, se sigue hablando de guerra siria.
Todavía hay gente revolucionaria y hay gente que quiere que siga esa revolución, pero la realidad es que la lucha que se está librando ahora en Siria es más grande que Siria y más grande que el pueblo sirio.
Me llamó mucho la atención que dos de los momentos más alegres que vivió en la cárcel, y que describe como casi orgásmicos, son el del olor de los pepinos y el de volver a escuchar la lengua francesa. ¿Volvió a sentir algo parecido fuera?
La verdad es que no. Al salir de la cárcel somos como muertos. Se necesitan cuatro o cinco años por lo menos para volver a integrarse en la sociedad, para estar a gusto en sociedad.
¿Pero llegó a recuperar esa sensación de estar a gusto en sociedad?
Sí, tengo suerte, relativamente. Además, mi mujer también estuvo cinco años en la cárcel, salimos de allí al mismo tiempo y nos reintegramos juntos en la sociedad (risas). Poco a poco… La familia ha sido muy importante, porque nos han acompañado y apoyado en ese proceso. En todo Oriente Medio, los lazos familiares son muy fuertes.
¿Mantiene la esperanza de volver a Siria?
Si quiero ser objetivo y no soñar, no lo creo. Siria necesita mucho tiempo, necesita una generación.
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