Harvey Weinstein y el fenómeno del #MeToo

Enlace Judío México.- La precipitosa caída en desgracia del productor cinematográfico Harvey Weinstein abrió de forma inesperada la cortina que cubría la epidemia de acoso y abuso sexual en nuestra cultura. Este dejó de ser un problema que les ocurre “a otras personas”. Es algo que sucede a nuestro alrededor, incluso a personas que conocemos.

JUDY GRUEN

Cuando el New York Times publicó su artículo detallando sórdidas revelaciones sobre la historia de Weinstein acosando y atacando a mujeres en la industria del entretenimiento, de inmediato el magnate cinematográfico fue despedido de su trabajo en la Compañía Weinstein, el estudio que dirigía junto con su hermano, Bob Weinstein. Su infamia crece a diario, porque una corriente constante de mujeres siguen denunciando instancias específicas en las cuales Weinstein se comportó de forma espeluznante y repugnante con ellas, incluyendo acusaciones de violación. En este momento Weinstein se encuentra bajo investigación policial en Nueva York y en Londres.

Esta semana un hashtag #MeToo (“yo también”) prendió como fuego en los medios sociales, con mujeres (y también algunos hombres) de todos los sectores y ámbitos publicando frases que declaran que ellos también experimentaron acoso o abuso sexual. También se alienta a las mujeres a copiar el meme en solidaridad con las víctimas, incluso si ellas no experimentaron personalmente un caso de abuso. En el momento en que escribo esto, varios millones de mujeres han publicado el hashtag.

Me sorprendí por la cantidad de mujeres que conozco que estaban publicando el hashtag, no como una muestra de solidaridad sino como un doloroso y creciente coro. El mensaje era claro: la explotación de las mujeres a través del acoso sexual, o algo peor, ha sido una epidemia silenciosa. Los perpetradores eran amigos, parientes, extraños, supervisores, clientes, colegas, clérigos, maestros. Algunas mujeres hablaron (en algunos casos de forma anónima) sobre casos de traumático abuso sexual, de manera crónica, durante mucho tiempo, por parte de parientes que, tal como Harvey Weinstein, contaban con personas que los encubrían.

Ese mismo día, más tarde, de repente recordé dos atemorizantes experiencias que yo misma experimenté respecto al contacto físico indeseado: una cuando tenía 13 y otra cuando tenía 16 años. Un maestro del octavo año, para quien yo había sido una especie de “alumna favorita”, trató de besarme después de una clase. Él se escapó de la habitación y yo me quedé temblando de susto y repulsión. Después me pidió disculpas, pero nunca pude volver a mirarlo a los ojos. El incidente cuando tuve 16 años fue todavía más atemorizante, pero como tantas otras mujeres del #MeToo, nunca mencioné a nadie esos incidentes. Eran tan repugnantes que sólo deseaba enterrar sus recuerdos.

Naturalmente, la campaña del #MeToo despertó su propia controversia. Algunos advirtieron que el uso generalizado del hashtag trivializaría el tema, creando un movimiento de victimización. El trauma del abuso sexual no puede reducirse a un hashtag. Pero Meira Scneider-Atik, una escritora de Nueva York, escribió: “Por favor, entiendan que el punto de estas publicaciones del #MeToo no tienen nada que ver con una competencia para ver quién es el que más sufrió. Siento que el beneficio de saber que uno no está solo es impagable, tanto si se ha experimentado acoso, abuso o violación”.

En respuesta a la preocupación respecto a que la campaña se estaba transformando en un ataque a los hombres, una mujer respondió publicando un meme “¡Yo amo a los hombres!”, resaltando la elevada y cálida naturaleza de su esposo, su padre, sus hermanos y otros hombres que le enseñaron cosas, la amaron y la protegieron. En su publicación yo marqué “me gusta”, porque sentí que era una forma buena y necesaria de equilibrar la pesadez y unilateralidad de las publicaciones en los medios sociales.

Espero que de esta campaña de concientización del #MeToo surjan algunas consecuencias positivas a largo plazo, y que las mujeres que fueron lastimadas y abusadas por los hombres encuentren un poco de paz y consuelo en la solidaridad de los millones de personas que han respondido. El gran ruido que provocó la publicación del #MeToo revela que nuestra sociedad falló de forma épica y no logró enseñar a respetar adecuadamente a las mujeres ni pudo imponer los límites apropiados a las interacciones entre hombres y mujeres. El hostigamiento y los juegos de poder en los cuales los hombres exigen contacto físico por cualquier razón y, por supuesto, cualquier forma de ataque, son ultrajes y nunca deben ocurrir.

Llegó el momento de lograr que las jóvenes sepan cómo poder defenderse a sí mismas, para que puedan protegerse con más confianza. Tenemos que enseñarles a las niñas y a las mujeres que, Dios no lo permita, si alguna vez son lastimadas por un hombre, eso no fue por su culpa. Tenemos que enseñarles a nuestros hijos y esposos la importancia de valorar y respetar a las mujeres como individuos. Las mujeres no son juguetes para jugar con ellas de acuerdo con sus caprichos. Tenemos que hacer un mejor trabajo transmitiendo un sentido de autocontrol y disciplina, y sin duda ayudaría si las familias no permiten entrar a sus hogares material de entretenimiento degradante que convierte a las mujeres en objetos. Este es un proceso de educación necesario en cada comunidad, incluyendo a las comunidades judías, en las cuales la vestimenta y el comportamiento recatado no logran ser una protección adecuada en contra de un hombre decidido a actuar mal.

La ley judía reconoce que el instinto sexual es tan poderoso que no podemos confiar en nosotros mismos para dominarlo y es necesario recurrir a las salvaguardas necesarias para crear límites que nos protejan de nuestros instintos más bajos. Esto incluye las limitaciones del intercambio social entre hombres y mujeres y la prohibición de que un hombre y una mujer que no están casados o no sean parientes cercanos estén juntos a solas. (Como el otro lado de la historia de Harvey Weinstein, la crítica cinematográfica Nell Minow describió que el actor David Schwimmer, a quien entrevistó en la habitación de su hotel, sugirió que en la habitación hubiera una tercera persona para que ella se sintiera más cómoda). Los encuentros profesionales entre un hombre y una mujer no deben tener lugar en habitaciones de hotel. Hay disponibles espacios semiprivados y las mujeres deben insistir en utilizarlos para su propia protección. Las leyes de recato —no sólo respecto a la manera de vestirse sino también de cómo se debe hablar y actuar— se aplican tanto a los hombres como a las mujeres. En todos los casos es necesario que haya moderación y compostura.

Por supuesto que ningún grupo de reglas puede llegar a proteger completamente contra todo intento de acoso o abuso de una mujer. Una persona retorcida o terrible decidida a provocar un daño, siempre encontrará la forma de hacerlo. Pero las reglas y las salvaguardas son una efectiva fuerza disuasiva cuando son adoptadas por toda una comunidad y se convierten en la práctica habitual.

En un hogar judío ideal, los padres transmiten nuestros antiguos valores que honran y respetan aquello que es sagrado, separándonos de lo profano. La intimidad física debe ser algo sagrado, nunca un instrumento de poder o intimidación. El judaísmo enseña a respetar a las mujeres como compañeras, a la par del hombre, en la familia y en la sociedad, y también inculca un alto nivel de responsabilidad personal por todos nuestros actos dondequiera que nos encontremos. Llegó el momento de reforzar estas lecciones en nuestros propios hogares y en la sociedad que nos rodea.

 

 

Fuente:aishlatino.com

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