Enlace Judío México – “Él no miente. No dice cosas malas. Y cuando llama a mi puerta, generalmente tiene una nueva idea”. Esa era la respuesta de David Ben-Gurión cuando otros dudaban del joven aparentemente inexperto en quien confiaba el ex primer ministro de Israel.
CHEMI PERES
Ese joven era mi padre, Shimon Peres.
No es sorprendente que los escépticos no hayan visto en él lo que Ben-Gurión percibía: una cualidad extremadamente rara que podría ser el recurso más valioso de la humanidad y sin duda la clave del liderazgo transformacional: el ingenio de un idealista impulsado por el optimismo e inspirado por la esperanza.
Hoy, el nombre Shimon Peres encapsula el legado de un ganador del Premio Nobel de la Paz, un estadista y un innovador. Y, de hecho, mi padre siempre tuvo la visión y el carisma de un líder, pero como joven kibbutznik, en sus primeros años estaba muy contento con la idea de trabajar la tierra y ser un pastor. Aunque confiaba en sus habilidades y estaba profundamente motivado, comprendió el peso de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros cuando Ben-Gurión lo nombró director general del Ministerio de Defensa de Israel a la temprana edad de 29 años.
Una de sus primeras y más importantes tareas fue ayudar a diseñar e implementar la campaña del Sinaí-Suez, uno de los éxitos militares más audaces y poco probables de la posguerra. Era el año de1956 y, a medida que se desarrollaba la campaña, mi padre tuvo una especie de epifanía. “Llegué a comprender la esencia del liderazgo”, escribe en su obra “No Room for Small Dreams” (“No Hay Lugar para Pequeños Sueños”), una autobiografía intensamente personal recientemente publicada, que completó semanas antes de su muerte en 2016. “Perseguir grandes sueños y sufrir las consecuencias, o reducir nuestras ambiciones en un esfuerzo por avanzar. Para mí, sólo había una opción”.
Esta comprensión de lo que significaba el liderazgo para él, y de qué tipo de líder quería llegar a ser, no sólo alteró la vida de mi padre sino que influyó en el Estado de Israel, en la región y en muchos casos cambió el mundo. En medio de la campaña de Suez, mi padre comenzó a actuar de acuerdo a esta idea de manera que cambiaría la ecuación estratégica de Israel.
Al igual que Ben-Gurión, mi padre comprendió el profundo impacto que la tecnología nuclear podría proporcionar a un país que carecía casi totalmente de recursos energéticos. Pero la idea de que el incipiente Estado judío – con menos de diez años de existencia, aún bajo un embargo de gran parte del mundo, y luchando por alimentar su población en rápido crecimiento – podría establecer un programa nuclear era casi una increíble jutzpá (audacia). Es exactamente por eso que mi padre sabía que tenía que lograrlo.
En Sèvres, Francia, donde funcionarios israelíes, británicos y franceses se habían reunido para finalizar la planificación de la campaña, mi padre, entonces de 33 años, se acercó a los ministros de Defensa y Exteriores de Francia e hizo una propuesta que todos “sabían” que sería rechazada de inmediato. Para sorpresa de todos (incluido él mismo), los funcionarios franceses estuvieron de acuerdo: Francia ayudaría a Israel a establecer su propio programa de energía nuclear.
Podría parecer una tarea fácil, pero fue todo menos eso. Había que vencer obstáculo tras el obstáculo, incluyendo la resistencia de la mayoría de los líderes de Israel, la caída del gobierno francés que prometía la ayuda, el espionaje soviético en el sitio de construcción y las serias preocupaciones del gobierno de Estados Unidos que culminaron con una tensa reunión de mi padre con el presidente Kennedy.
Su incesante optimismo y su creencia en la causa que estaba sirviendo le permitieron superar una prueba tras otra y perseguir sus sueños. Pagó un precio por este optimismo. En su última obra, describe cómo se le acusaba de “soñar de manera irresponsable” y con frecuencia fue “ridiculizado, atacado y rechazado, visto como peligrosamente ingenuo”.
Sin embargo, a través su mezcla única de optimismo – una combinación de creatividad, pensamiento innovador y coraje para asumir la responsabilidad – continuó abordando algunas de las crisis más graves y urgentes de Israel. Como primer ministro, logró reducir la inflación del 400 al 1.5 por ciento en poco más de un año. Construyó los cimientos de la industria de Defensa de Israel y trabajó incesantemente para poner en marcha el fenómeno de “la Nación Startup” que hace 30 años parecía algo imposible, pero hoy ayuda a definir a Israel como un líder mundial.
Cuando supo que Israel estaba seguro, trabajó para forjar la paz con países que habían sido enemigos declarados del país. Ya sea a través de su labor como estadista o mediante iniciativas estratégicas básicas, trabajó incansablemente para fomentar la paz, la prosperidad y un futuro mejor para todos. Lo hizo todo soñando en grande y trabajando duro.
Mi padre creía firmemente que “los tesoros escondidos dentro de nosotros son mucho más grandes que cualquier otra cosa que se encuentre en nuestro camino” y que todos tenemos la capacidad de innovar, cooperar y adquirir la fuerza de voluntad y la determinación que requiere el cambio. Creía que estamos entrando a una nueva de turbulencia e incertidumbre, pero también de profundo progreso e implacable innovación. Confió en que todos tenemos adentro un líder intrépido marcado por el coraje, la capacidad y una búsqueda incesante de la paz y la prosperidad. Sabía que en nosotros depende descubrir el optimismo,la esperanza de soñar en grande y perseguir esos sueños hasta que se hagan realidad.
Ha pasado un año desde su fallecimiento y su voz sigue clara y brillante: una voz que llama a todos a descubrir lo mejor de nosotros, a crear un mundo mejor, a soñar y servir a una causa mayor. Si la vida monumental de mi padre puede enseñarnos algo, es eso.
Fuente: NY Post / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico
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