Historia de Israel – Capítulo 4

Enlace Judío México.- La dinastía hasmonea consiguió liberarse del yugo seléucida y gobernó al pueblo judío a lo largo de un siglo, desde el año 164 hasta el 63, fecha en la que el país sería sometido a Roma por Pompeyo.

Al morir Alejandro Hannai, su viuda Salomé Alejandra, gobernaría como reina por 9 años, siendo éstos los últimos momentos de vida independiente de Judá. Ya bajo el dominio romano, Aristóbulo, uno de los hijos de Salomé, reunió un ejército con el que conquistó Jerusalém, y defendió la ciudad por tres años, al cabo de los cuales fue capturado, enviado a Roma y envenenado. Luego de aplastar una nueva revuelta dirigida por Antígono hijo de Arístóbulo, Roma decidió darle la corona a un emisario de confianza, a Herodes hijo de Antíper el Idumeo.

Imposibilitado Roma de solucionar los agudos problemas en los vastos territorios que estaban bajo su su gobierno, las provincias eran presa de los gobernadores quienes obraban con virtual independencia, apoyados por grandes ejércitos bajo su mando.

Herodes gobernó combatiendo a los asmoneos, los aristócratas y sobre todo al pueblo, quien no estaba dispuesto a aceptar como amo a un idumeo y amigo de Roma. Su desconfianza del pueblo lo llevó a contratar un ejército de mercenarios con los que llenó el país de fortalezas. Entre sus miles de víctimas se sumarían Hircán el sumo sacerdote, Mariana su propia esposa que era una princesa macabea, su suegra y dos de sus hijos. Los pesados impuestos a los que Herodes sometió al pueblo, y con los que construyó teatros y gimnasios en las ciudades helenistas, y templos paganos en las ciudades paganas, hizo que el pueblo buscase consuelo en las academias religiosas, las de Hillel y Shamai que eran las más importantes, las cuales influirían profundamente sobre la evolución del judaísmo.

A la muerte de Herodes en el 4 a.E.C., y tras un corto gobierno de su hijo Arquelao ”El Tonto”, se abolió la monarquía, y así el país se transformó en una provincia romana gobernado por procuradores imperiales con autoridad judicial. Sólo entre 41 y 44 de la E.C. Judá tendría un rey judío, Agripa I. Augusto, había establecido la residencia de sus procuradores en Cesárea, no en Jerusalém, mostrando así una actitud benévola con los judíos, a todos los cuales tanto en Jerusalém como en la diáspora garantizó que conservarían los privilegios otorgados por Julio Cesar, es decir, la libertad de culto, la exención del servicio militar y el derecho de acuñar su propia moneda.

Pero los procuradores imperiales cambiaban a menudo, e intentaban exprimir su botín en un periodo de tiempo cada vez más breve, tensando al máximo las relaciones entre los procuradores romanos y los judíos. El más destacado de todos, fue Poncio Pilatos, quien gobernó desde el años 26 al 36 de la E.C. excediendo con su brutalidad a todos los demás. Despreciaba sobre todo los escrúpulos religiosos de los judíos y provocó su ira llevando al propio Templo estandartes que ostentaban la cabeza de Calígula, el emperador loco que sucedió a Augusto. Por cuarenta días los judíos, asqueados por esta blasfemia pusieron sitio a la residencia de Pilatos, hasta que la noticia del asesinato del monarca demente terminó con el incidente. El ambiente era tan tenso que se ejecutaba a los hombres al menor signo de insurrección, impulsando esta persecución a los grupos de resistencia conocidos como ”fanáticos” a actitudes extremas fatales. Bandas de ”sicarios” (armados con dagas), infundieron el terror entre los romanos e intimidaron a los elementos reacios y moderados entre los judíos. En el 66, el despótico gobierno del procurador Floro provocaría una insurrección en Cesárea y con ella el estallido de la Gran Guerra Judía.

Roma no subestimaría a su adversario, y recordando quizás la suerte de Antioco, enviaría a uno de sus generales más capaces, Vespaciano, a cargo de un poderoso ejército dotado de los mejores instrumentos bélicos de la época, y aplicaría sus más hábiles estrategias a la campaña de Judea. Construyeron baluartes para tomar las fortalezas, y murallas alrededor de ciudades enteras para obligar a sus habitantes a rendirse por hambre. Sin el adecuado y suficiente material bélico, el bando judío habría de ofrecer dura resistencia que duraría largos 7 años. Judea confiaba en que los judíos de la diáspora, por lo menos los que vivían en el mundo no romano, acudirían en su ayuda, dado el poder que sus compatriotas tenían en el mundo mediterráneo. En la mayoría de los países constituían una minoría favorecida y solo en Judea los romanos subordinaban a los judíos a los griegos. En Judea el pueblo estaba profundamente dividido. Los saduceos eran prorromanos o les preocupaba tanto conservar su status que no tenían intención de rebelarse. Por otra parte, la jefatura de los fariseos les preocupaba mucho más la religión que la política. También le preocupaba a éstos últimos el que una guerra judeorromana haría peligrar seriamente los intereses de los judíos en el mundo.

La guerra comenzó en el norte, en la Galilea, donde el comandante judío, Josef ben Matatías (Flavio Josefo) rindió una tras otras las ciudades judías a Roma, casi sin ofrecer resistencia, desertando el mismo a las filas enemigas el 67. Huyendo a Jerusalém, Johanan de Gush-Halav y su banda de ”fanáticos” se adueño de la ciudad, sumiéndola en una sangrienta guerra civil, muchos de los aristócratas y dirigentes fariseos morirían en la lucha. Vespaciano, decidió esperar a que los judíos se destruyeran a sí mismos mediante la guerra civil dentro de la propia Jerusalém. Reanudando las operaciones el 68, y conquistando Perea, debió ante la muerte de Nerón volver precipitadamente a Roma, donde fue proclamado emperador y sería su hijo Tito quien reanudaría la guerra en el 69, sojuzgando toda la campiña y comenzando el sitio a Jerusalém. El nueve de Av, los agotados y hambrientos defensores librarían una última batalla en los patios del Templo y el santuario sería destruido por la llamas. Dos de los líderes rebeldes huyeron al palacio de Herodes, donde después de un asdio de 5 meses serían capturados.

Masada era ahora la última fortaleza que les quedaba a los judíos. Sobre esa roca de granito del desierto de Judea, colindante al Mar Muerto, las fuerzas rebeldes resistirían otros dos años, al cabo de los cuales, los romanos tras dura batalla sólo encontrarían al entrar los cadáveres de los 960 defensores, quienes antes de rendirse ese primer día de Pesaj, recordando su esclavitud en Egipto prefirieron la muerte. Sólo quedarían con vida dos mujeres y cinco niños para narrar a la historia de este último acto de heroísmo. La guerra había terminado. En las monedas acuñadas para celebrar la victoria de Tito se inscribieron las palabras ”Judea Capta”. Miles de judíos habían muerto, y otros miles fueron capturados y vendidos como esclavos, el Templo fue saqueado y llevados sus tesoros a Roma.

Dos veces más, luego de la guerra, los judíos combatirían nuevamente a Roma, ambas con resultados desastrosos. La primera en tiempos de Trajano, los judíos se rebelaron en Alejandría, Chipre y Cirene, pagando un alto precio por ellas con el sufrimiento y la muerte. La segunda en la propia Judea, acaudillada por Bar Kojva, bajo el gobierno de Adriano desde el 132 hasta el 135.

La guerra había transcurrido sin dejar profundas heridas en la mayor parte de Judea. Muchas ciudades habían abierto sus puertas a los soldados romanos, salvándose así de la destrucción, y el país había vuelto a la normalidad. Toda Judea se convirtió en una provincia bajo las órdenes de un general con la décima legión romana a su cargo. Para radicar extranjeros en la zona, el gobierno romano repartió las tierras a su antojo entre los soldados licenciados. El Sanedrín y los tribunales locales se cerraron debiendo los judíos entablar sus juicios en Cesárea. Se construyó un nuevo centro espiritual en Yavne, considerando que esto era un periodo de transición y que luego se restauraría el santuario en Jerusalém…

En el 118 Adriano es coronado emperador y procura apaciguar a las irritadas masas judías con vagas promesas de reconstruir su ciudad santa y, quizás, el propio Templo. Pero Adriano busca la homogeneidad cultural en su imperio, por lo que decide reconstruir Jerusalém y llamarla Aelia Capitolina provocando la ira de las las masas. Ni la mediación de Rav Akiva, jefe espiritual del país y conocido como hombre moderado, logra disuadir a Adriano de su propósito y llegado el día de arar la línea de edificación, una costumbre romana que señala el comienzo del desarrollo urbano, hace estallar la nueva rebelión. Liderados por Bar Kojva, al que hasta el mismo Rav Akiva se había unido, logran apoderarse de Jerusalém, aunque no había Templo se reinstauran los sacrificios, millares de judíos ese año peregrinan a Jerusalém, se acuñan monedas con la inscripción ”Eleazar, sumo sacerdote”, el Sanedrín resucita fugazmente y vuelve a arder la llama de la independencia judía…

El verano de 134 Adriano ataca con su décima legión, y tras una lucha de encarnizada y sangrienta derrota las fuerzas judías. Adriano, tras la derrota judía, buscando borrar de la memoria toda huella de Judá, toma de los hace ya siglos extintos enemigos de los judíos, los filisteos, el nombre ”Palestina” y bautiza con ese ignominioso nombre a la tierra de Israel. El país resulta desolado por la guerra, son destruidas la mayoría de las aldeas de Judá y la mayoría de los sobrevivientes huye a Galilea. De las 65 aldeas conocidas de Judá, no queda una sola, quedando la comunidad judía reducida a 800.000 personas, viviendo la mitad de ellas en Galilea, donde sólo fueron destruidas ocho poblaciones sobreviviendo cincuenta y seis al terminar la rebelión.

Jerusalém es ahora una ciudad cerrada a los judíos, rebautizada como Aelia Capitolina y Judá como ”Palestina”, sólo quedaba del Templo su Muro Occidental, la antigua pared de apuntalamiento al pie del Monte Moriah. Habían muerto o sido vendidos como esclavos medio millón de judíos. Aún así no se pudo eliminar la chispa de la identidad Judía…

En el intertanto, casi en forma totalmente desconocida para los judíos en un inicio, había nacido una nueva religión, el cristianismo, que sería por muchos siglos el peor azote para los restos aún humeantes del Pueblo Judío…

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Silvia Schnessel: Silvia Schnessel es corresponsal de Enlace Judío en España. Docente y traductora, maneja el español, el hebreo, el francés, el inglés y el catalán. Es amante del periodismo, del sionismo y de Israel.