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lunes 30 de diciembre de 2024

La increíble historia de la francotiradora ucraniana de 26 años que mató 309 soldados nazis

Enlace Judio México.- “La primera víctima de la guerra es la verdad”
(Senador norteamericano Hiram Johnson en 1917, en plena Primera Guerra Mundial)

Su nombre, Liudmila Mijailivna Pavlichenko, no suele aparecer en las crónicas de la Segunda Gran Guerra. Sin embargo, fue (o se dice, por lo menos) la mayor francotiradora del Ejército Rojo, y heroína de la Unión Soviética.

Algo así como una Juana de Arco rusa cinco siglos y pico más tarde, y con fusil en vez de lanza o arco y flecha.

La historia (o la leyenda) jura que un año –de 1941 a 1942–… ¡mató a 309 soldados nazis! De ellos, 36 francotiradores: cara a cara y bala a bala…

Según las calculadoras, 0,84 por día. Casi un enemigo diario…

Suficientes cadáveres para que el padrecito Iósif Stalin (1878–1953), amo, señor y dictador de todas las rusias, le colgara de su firme cuello las medallas Lenin y Heroína de la Patria, más allá de las dudas que surgieron con el paso del tiempo, planteadas por varios historiadores en sus libros. Algunos, de corte revisionista.

Pero… ¿quién fue Liudmila Pavlichenko?

Nació el doce de julio de 1916 en el pueblo ucraniano de Biélaya Tsérkov. Poco se sabe de ella hasta sus 15 años, salvo que cursó los nueve años primarios en la escuela local, fue una alumna promedio, y sólo destacada por su carácter “terco e independiente”, según sus biógrafos.

Pero apenas cumplidos sus 15, el desastre: tuvo un hijo –Rostilav–, “que destrozó mi matrimonio con Alexey”, contó mucho después. Alexey Pavlíchenko era un estudiante, muy joven también, y la llegada del bebé lo espantó: ¿Cómo mantenerlo, cómo afrontar esa responsabilidad en plena adolescencia?

Además… ¡el escándalo! Tan grande, que ella y su familia se mudaron a Kiev para alejarse –sólo en kilómetros– de la vergüenza…

Allí se empleó como obrera de una fábrica metalúrgica, siguió estudiando (ciclo secundario), se destacó como pulidora mientras alguien de su familia criaba a Rostilav, y llegó a la Universidad de Kiev. En 1937, a sus 25 años y lista para recibirse de historiadora, defendió con éxito su tesis doctoral sobre Bogdán Jmielnitsky, el gran héroe cosaco que lideró la rebelión, entre 1648 y 1654, contra el poder de la aristocracia polacolituana.

El destino parecía tardar en encontrarla…

¿Cómo llegó a empuñar un fusil, unirse a la 25ª. División de Infantería del Ejército Rojo, ser una de las dos mil francotiradoras soviéticas –sólo sobrevivieron quinientas–, y alcanzar el rango de heroína?

Su primer romance con un fusil sucedió mientras trabajaba en la fábrica, se inscribió en un club de tiro, la asociación de corte militar Osoaviajim, y no tardó en asombrar con su puntería…

En 1941, Adolf Hitler, luego de un bombardeo gigante de su poderosa Luftwaffe, puso en marcha la Operación Barbarroja: un ataque masivo para invadir a la Unión Soviética y dominar todo el frente oriental… y la primera semilla, el principio del fin que llegaría con la bandera de la hoz y el martillo ondeando en la cúpula del Reischtag (Parlamento) alemán, en Berlín, el 9 de mayo de 1945.

Pero a pesar de las bombas del 22 de junio del 41 y de las brutales batalla que se avecinaban, Stalin –en principio– no llamó a las filas a las mujeres. Poco le importó a Liudmila. Se presentó en la oficina de reclutamiento y dijo “Vengo a luchar contra los invasores alemanes”. Asombro en las caras de los militares. Le ofrecieron un trabajo más adecuado para mujeres. Se negó. “Fui a una escuela de tiro en Kiev. Tengo entrenamiento militar”, dijo. Y mostró su Insignia de Tiradora de Voroshílov ganada en torneos regionales. A pesar de ese galardón, le ofrecieron un curso de enfermera, pero lo rechazó.

El reclutador, entre perplejo y desconfiado, le tomó una prueba de puntería, y ella lo aprobó como un paseo.

Su primer fusil de guerra fue un clásico soviético: el Mosin–Nagant con mira telescópica de cuatro aumentos. Pero no tardó en empuñar el Tokarev SVT–40, porque no había que amartillarlo luego de cada disparo, y sin amedrentarse por su peso: no era fácil soportarlo durante horas, y a veces días enteros.

Se lució como francotiradora: en la guerra, una especialidad de mucha chapa: el héroe individual suele escribir una luminosa historia aparte. Por caso emblemático, el granjero y luego sargento norteamericano Alvin York, un pacifista que tiro a tiro, como quien caza pavos, el ocho de octubre de 1918, mató a una docena y capturó a 132 soldados alemanes.

El bautismo de fuego para Liudmila llegó en la Batalla de Odessa, al sur de Ucrania. Se batió contra los nazis durante dos meses, y alcanzó (oficialmente) el rango de Francotiradora de Élite.

Según su testimonio, sus dos primeras víctimas cayeron en Belyayevka, ciudad a unos 50 kilómetros de Odessa, y mientras defendía una colina.
Sus biógrafos coinciden (algo que no sucederá siempre): “En diez semanas, y a pesar de sufrir dos conmociones cerebrales y una herida de poca gravedad, ¡mató a 187 enemigos!”.

Sin embargo, Odesa cayó, y el Ejército Marítimo Independiente, donde combatía Liudmila, se instaló en Sebastopol, en la península de Crimea. Para ella, un calvario de ocho meses, manteniendo su posición durante semanas de frío bajo cero… y hasta comiendo insectos.
Pero valió la pena: aquella tiradora pionera en alistarse fue calificada entre las mejores del Ejército Rojo.

Uno de sus biógrafos escribió: “En uno de los enfrentamientos permaneció veinticuatro horas tumbada en la misma posición, acechando a un enemigo. Al amanecer del segundo día logró ponerlo en su mira y abatirlo, tomó del cadáver no solo el fusil: también su diario, donde contaba que había sido francotirador en Dunkerke y que había matado, entre soldados y oficiales, ¡a 500 hombres!”.

Sin embargo, ese episodio no fue el más heroico. Según una revista soviética, “ella se topó con un observador alemán oculto detrás de unos arbustos. El nazi esgrimió todos los trucos: poner un casco en un palo y levantarlo (blanco falso para que ella delatara su posición), y hacer corretear un gato y un perro para distraerla y ponerla en su mira. Pero ella no cayó en las trampas, y el nazi pagó con su vida la última: mostrarle sobre los arbustos un muñeco vestido con uniforme. Liudmila vió el destello de los binoculares del alemán, y no erró el disparo”.

En este punto, la leyenda, impulsada por Stalin, empezó su camino…

Se corrió la voz de que los soldados nazis, aterrados por la francotiradora, le ofrecían a los gritos que cambiara de bando, prometiéndole una lujosa vida futura.

Ascendida a teniente, el general Iván Petrov (1896–1958), máximo general del ejército soviético desde 1944, le ordenó en persona seleccionar y entrenar a una unidad de francotiradores.

No era para menos: Liudmila juraba y perjuraba que hasta junio de 1942 “maté a 309 enemigos: entre ellos, cien oficiales, 36 francotiradores, y el resto, soldados comunes”.

Pero el timón de su suerte viró hacia la adversidad en ese mismo junio: un tiro de mortero la hirió en la cara –una cara muy atractiva, además–, y debió ser rescatada por un submarino.

Empezó a correr una versión: los nazis amenazaron matarla y descuartizar su cuerpo en 309 trozos, como venganza por sus 309 compañeros caídos bajo sus balas.

Pero no sucedió. Y el alto mando soviético decidió que su francotiradora–heroína era una figura demasiado potente (un ícono) como para volver a arriesgar su vida en combate.

Un año después, en julio del 42, recibió la medalla dorada de Heroína de la Unión Soviética. Un mes más tarde viajó a los Estados Unidos con el tirador de élite Vladimir Pchelíntsev. Muchos se preguntaron porqué ellos y no dos pilotos o comandantes de tanques. Pregunta válida…, pero no para Stalin. Según el, los francotiradores eran algo así como estrellas del espectáculo, y los alemanes les temían hasta el pavor.

En los Estados Unidos, Liudmila dio conferencias, y soportó preguntas –para ella insólitas– de los periodistas locales:
–¿Qué color de ropa interior prefiere?
–¿Las francotiradoras se pintan los labios?

Se defendió bien. Tenía 26 años, y había vivido experiencias demasiado fuertes como para que ciertas preguntas la amedrentaran.

El paso siguiente fue casi increíble. El 28 de agosto fue recibida en la Casa Blanca, como una princesa, por el presidente Franklin Delano Roosevelt y la Primera Dama. Y a los pocos días conoció a la mayor leyenda de la historia del cine Made in USA: Charles Chaplin, que le dijo:
–Parece imposible que esas manitos hayan matado tantos nazis…

Retirada y con el rango de comandante, se eclipsó. No ejerció como profesora de Historia ni como instructora de tiro. Trabajó en el cuartel general de la Armada y en el Comité de Veteranos de Guerra, según un par de biógrafos, “sin pena ni gloria”.

Murió el diez de octubre de 1974. Tenía 62 años.

Y entonces empezó a correr el río de las dudas y las refutaciones…
En sus memorias, Liudmila escribió que su baja número 300 la logró el doce de julio de 1942, día en que cumplió 30 años. “Fue el regalo que me hice en Sebastopol”, recordó.
Sin embargo, Sebastopol cayó nueve días antes… Ergo, ¿existió esa baja, ya terminada la lucha?
Otra duda: una versión que se precia de firme asegura que la francotiradora fue rescatada por los servicios sanitarios y sacada del frente… en junio de 1942. Un mes antes.

También se cuestionó el número de muertos bajo su fusil. ¿Fueron realmente 309? Además, ¿cómo supieron los nazis tan pronto esa cifra, como para prometer cortar a su enemiga en 309 trozos?

Tampoco fue bien tratada la historia del francotirador alemán que hizo correr perros y gatos para distraerla y matarla: no se conoció algo semejante durante toda la guerra.

Y siguen los interrogantes. Según la historiadora Liuba Vinogradova, “Es muy extraño que ella no recibiera ninguna medalla en Odesa, a pesar de que acabó con 187 enemigos. A los francotiradores les concedían una medalla por cada diez enemigos muertos o heridos, y la Orden de la Estrella Roja por cada veinte. Si causar 75 bajas bastaba para el título de Héroe de la Unión Soviética, ¿porqué a ella no le dieron nada?”.

La pregunta es pertinente: Liudmila sólo logró la Orden de Lenin y la de Heroína de la Unión Soviética. Ambas, luego de ser herida y rescatada en la caída de Sebastopol.

Otros cuestionadores dudan de que haya sufrido una severa herida en la cara, porque en fotografías posteriores no aparece cicatriz alguna.

Y por fin… ¿porqué se negó a demostrar su puntería en la gira por los Estados pesar Unidos, a pesar de la insistencia de los periodistas, y desafío que sí aceptó su compañero, el francotirador Pchelíntsev?

Las respuestas –la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad– bajaron con ella a su tumba en el cementerio Novódévichi, Moscú.

En todo caso y más allá de las cifras, es cierto que Liudmila Pavlichenko fue una gran francotiradora en batallas cruciales para el destino final de la Unión Soviética en la Segunda Gran Guerra.
Sobran testimonios.
Si no fueron 309, poco importa. Quizá el número lo dibujó Stalin por razones políticas y estratégicas.

Algo que hacen todos los países en guerra, en todo tiempo y lugar.

Fuente: Infobae