Hace unos días, algunos de los intelectuales más importantes de Europa —entre ellos el filósofo Roger Scruton, el exministro de Educación polaco Ryszard Legutko, el estudioso alemán Robert Spaemann y el profesor Rémi Brague, de la Sorbona de Francia— lanzaron la Declaración de París. En su ambiciosa declaración, rechazaban el “falso cristianismo de los derechos humanos universales” y la “cruzada utópica y pseudorreligiosa por un mundo sin fronteras”.
GIULIO MEOTTI
En su lugar, pedían una Europa basada en las “raíces cristianas”, inspirándose en la “tradición clásica” y rechazando el multiculturalismo:
“Los patrocinadores de la falsa Europa están hechizados por las supersticiones del inevitable progreso. Creen que la Historia está de su parte, y esta fe les vuelve altaneros y desdeñosos, incapaces de reconocer los defectos del mundo postnacional y postcultural que están construyendo. Además, ignoran cuáles son las verdaderas fuentes de la decencia humana tan estimadas por ellos y por nosotros. Ignoran e incluso repudian las raíces cristianas de Europa. Al mismo tiempo, ponen sumo cuidado en no ofender a los musulmanes, a los que imaginan adoptando alegremente su perspectiva laicista y multicultural.”
En 2007, el papa Benedicto, reflexionando sobre la crisis del continente, dijo que Europa está “dudando ahora de su propia identidad”. En 2017, Europa dio un paso más: crear una identidad postcristiana y proislámica. Los edificios y exposiciones oficiales europeos están efectivamente borrando el cristianismo y saludando al islam.
Uno de esos museos oficiales que abrió hace poco el Parlamento Europeo, la Casa de la Historia Europea, cuesta 56 millones de euros. La idea era crear un relato histórico del periodo de postguerra en torno al mensaje a favor de la unificación de la UE. El edificio es una bella muestra de art decó en Bruselas. Pero, como escribió el estudioso alemán Arnold Huijgen, la casa está culturalmente vacía:
Parece como si la Revolución francesa fuese la cuna de Europa; hay poco espacio para todo lo que le precedió. El código napoleónico y la filosofía de Karl Marx tienen un lugar destacado, mientras que se hace hincapié en la esclavitud y el colonialismo como las caras más oscuras de la cultura europea (…) Pero lo más llamativo de esta Casa es que, en lo que respecta al relato, es como si la religión no existiese. En realidad, como si nunca hubiese existido y nunca hubiese tenido un efecto en el continente (…) El laicismo europeo ya no está luchando contra la religión cristiana; simplemente ignora totalmente cualquier aspecto religioso de la vida.
La burocracia bruselense incluso borró las raíces católicas de su bandera oficial, las doce estrellas que simbolizan el ideal de unidad, solidaridad y armonía entre los pueblos de Europa. La dibujó el diseñador francés católico Arséne Heitz, que al parecer se inspiró en la iconografía cristiana de la Virgen María. Pero la explicación oficial de la Unión Europea sobre la bandera no figura ninguna mención a esas raíces cristianas.
El Departamento de la Unión Monetaria y Económica del Comité Europeo ordenó después a Eslovaquia que rediseñara sus monedas conmemorativas eliminando a los santos cristianos Cirilo y Metodio. No hay ninguna mención al cristianismo en las 75.000 palabras del borrador abortado de la Constitución Europea.
El ministro del Interior alemán, Thomas de Maizière, del partido de Angela Merkel en el gobierno, el Partido Demócrata Cristiano, propuso recientemente introducir días festivos musulmanes. “En los lugares donde hay muchos musulmanes, ¿por qué no podemos pensar en introducir un día festivo musulmán?”, dijo.
“La sumisión va adelante”, respondió Erika Steinbach, la influyente expresidenta de la Federación de los Expulsados (los alemanes expulsados de varios países del Este de Europa durante y después de la Segunda Guerra Mundial).
Beatrix von Storch, destacada política del partido Alternativa para Alemania (AfD), simplemente tuiteó: “¡NO! ¡NO! ¡NO!”.
La propuesta de De Maizière demuestra que, en lo que respecta al islam, el laicismo europeo oficial postcristiano está simplemente desaparecido en combate.
Hace unas pocas semanas, Bruselas albergó una exposición financiada por la Unión Europea, “¡El islam es también nuestra historia!”. La muestra traza el impacto del islam en Europa. Una nota oficial dice:
La evidencia histórica expuesta en esta muestra —la realidad de una antigua presencia musulmana en Europa y la compleja interacción entre dos civilizaciones que luchan la una contra la otra, pero que también han penetrado la una en la otra— apuntala un empeño educativo y político: ayudar por igual a los musulmanes y no musulmanes europeos a entender mejor sus raíces culturales comunes y cultivar su ciudadanía compartida.
Isabelle Benoit, una historiadora que ayudó a diseñar la exposición, declaró a AP: “Queríamos aclarar a los europeos que el islam es parte de la civilización europea, y que no es una importación reciente, sino que sus raíces se remontan a trece siglos atrás”.
El establishment oficial europeo le ha dado la espalda al cristianismo. El establishment parece no ser consciente de hasta qué punto el continente y su gente siguen dependiendo de la orientación moral de sus valores humanitarios, especialmente en un momento en que el islam radical ha lanzado un desafío civilizacional a Occidente. “Es simplemente un problema de un empaquetamiento que tiende a llenar un ‘vacío'”, escribió hace poco Ernesto Galli della Loggia en el periódico italiano Il Corriere della Sera.
Es imposible ignorar que detrás de ese empaquetamiento hay dos grandes tradiciones políticas y teológicas —la de la ortodoxia rusa y la del islam—, mientras que detrás del “vacío” sólo está el declive de la consciencia cristiana del Occidente europeo”.
Por eso es tan difícil de entender la lógica de la animosidad oficial europea hacia el cristianismo y su atracción hacia un islam esencialmente totalitario. Europa podría ser fácilmente laicista sin ser anticristiana militante. Es más fácil entender por qué miles de polacos acaban de participar en una manifestación masiva junto a la frontera polaca para expresar su rechazo a la “secularización y a la influencia del islam”, que es exactamente lo mismo que el disparatado credo oficial de la UE.
En la Segunda Guerra Mundial, los Aliados evitaron bombardear Bruselas, porque iba a ser la cuna del renacimiento europeo. Si la élite europea sigue con su repudio cultural de su cultura judeocristiana-humanística, la misma ciudad podría ser su tumba.
Fuente: Gatestone Institute
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