Enlace Judío México.- El antisemitismo ha sido un rasgo que han compartido los totalitarismos a lo largo de todo el siglo XX y que se prolonga hasta nuestros días.
RICARDO RUIZ DE LA SERNA
El final del Imperio Zarista conoció los pogroms y “Los protocolos de los sabios de Sion”. Hoy esta siniestra obra propagandística hace fortuna en países islámicos e inspira series de televisión de gran éxito. El antisemitismo se convirtió en una moda europea a finales del siglo XIX y sigue gozando de prestigio en ciertos círculos pretendidamente intelectuales. Los nazis construyeron todo su sistema ideológico sobre el odio al pueblo de Israel, a su historia y a su legado. Sin el antisemitismo de Hitler, es imposible comprender la evolución de los regímenes colaboracionistas y de los aliados del III Reich.
Por supuesto, tampoco la Unión Soviética estuvo libre de esta enfermedad que mata poco a poco a las sociedades. El gran Elie Wiesel escribió un reportaje estremecedor sobre aquellos “judíos del silencio” que trataban de sobrevivir en la URSS. Allí cuenta cómo, a partir de 1937, “se cierran las escuelas judías y se expulsa a los judíos del ejército, la diplomacia y el comercio exterior. En 1938-1939, después de la firma del pacto germano-soviético la persecución antijudía de Stalin está cerca de su clímax”. Después fue peor: “el periodo 1948-1952 representa los «años negros» por sus deportaciones y la matanza del 12 de agosto de 1952, día en que fueron exterminados 26 hombres, los mejores escritores judíos soviéticos, entre los que estaban Markisch, Feffer, Bergelson, Kvitko. El drama de estos últimos fue aún más trágico, pues en su condición de fervientes partidarios del régimen, cayeron víctimas de su fidelidad a la cultura judía que deseaban ver asociada con el desarrollo de un mundo mejor”.
Desde el fascismo italiano hasta la Argentina de las Juntas Militares, no ha habido régimen totalitario que no haya abrazado el antisemitismo. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial y el nacimiento del Estado de Israel, los antisemitas han ido elaborando un disfraz para su odio: el antisionismo. So pretexto de la defensa de los palestinos -una defensa que no incluyó, por ejemplo, la denuncia de la corrupción de los regímenes árabes, ni de la persecución del colectivo LGTB, ni de la postración de la mujer- con ese pretexto, digo, trasladaron su odio del pueblo judío al Estado de los judíos. De este modo, el sufrimiento de los palestinos se convertía en el pretexto para seguir odiando a los judíos. Así fue surgiendo lo que Pierre-André Taguieff llamó “el nuevo antisemitismo”.
Por desgracia, hay todavía círculos sociales en los que esta nueva forma del antisemitismo de siempre goza de cierto prestigio. La comparten la extrema derecha -que en España existe, aunque es residual en términos electorales- y la extrema izquierda, que sí tiene cierta representación política en ayuntamientos, parlamentos autonómicos, el Congreso y el Senado y que, cada cierto tiempo, lanza campañas de boicot, sanciones y desinversiones contra Israel o simpatiza, al menos, con ellas. De nuevo, con la coartada de defender a los palestinos, invitan a discriminar a los judíos israelíes y, alguna vez, simplemente a los judíos, como sucedió con el músico judío estadounidense Matisyahu en el festival Rototom Sunspplash de 2015. En esta ocasión, la propia organización denunció “presiones, amenazas y coacciones” de los partidarios del boicot. Por fortuna, el músico finalmente pudo actuar porque los organizadores se retractaron de la cancelación de su invitación.
En efecto, los antisemitas suelen servirse de “presiones, amenazas y coacciones” para conseguir sus objetivos. Así, a la ilegitimidad de sus fines, suman la de sus métodos. Todo esto debería ser suficiente para sospechar de quienes llaman al boicot contra Israel. Tarde o temprano, la vena totalitaria termina volviendo por sus fueros.
Por eso, debería preocuparnos que la diputada de la CUP Anna Gabriel escogiese para una celebración de hace algún tiempo -al parecer, septiembre de 2016- una camiseta que llamaba al boicot contra Israel y que apareciese con ella en compañía de Albano-Dante Fachín (En Comú Podem) y de Oriol Junqueras (ERC). Por eso, debería inquietarnos que la CUP invitase a la terrorista Leila Khaled a Barcelona hace pocos meses. Cuando el antisemitismo hace su aparición- por mucho que se disfrace de antisionismo- los peores presagios se confirman. Una formación no puede pretender ser democrática y llamar al boicot contra Israel. Si fuera separatista catalán, me preguntaría cómo se puede atacar a Israel y pretender un Estado para Cataluña, pero -como no lo soy- dejaré esa parte de la reflexión a otros. Baste señalar, por ahora, que el antisemitismo de aquellos mensajes debería hacer saltar todas las alarmas democráticas.
Fuente: elimparcial.es
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