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jueves 21 de noviembre de 2024

Hitler, el estratega del desastre

Enlace Judío México.- Cuando se habla de las causas de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, se suelen exponer las siguientes: la mayor potencia industrial del bando aliado y su mayor capacidad para reclutar y mover grandes ejércitos, la poca o nula ayuda prestada por otros aliados del bando del eje como Italia -que más bien fue una carga que una ayuda-, Finlandia, Eslovaquia, Hungría y Rumania -países de escaso poder bélico- o bien el Japón, el más poderoso aliado de Alemania pero que a diferencia de lo que pasaba en el bando aliado, rara vez tuvo una coordinación estratégica o colaboración material con la Alemania nazi; el factor climático en frentes como el soviético y africano que hicieron mella en los ejércitos alemanes, entre otras causa que afectaron a la maquinaria bélica nazi.

*ALEJANDRO MUÑOZ HERNÁNDEZ

Sin embargo es seguro que otra de las causas de dicha derrota fue, sin lugar a dudas, la actuación misma del estado totalitario nazi y específicamente del dictador Adolf Hitler en la dirección del conflicto. En efecto, no deja de ser por demás curioso que el comienzo del fin para el Tercer Reich comenzará precisamente poco después de que el dictador asumiera el control absoluto del Ejército Alemán.

Victorias nazis…mientras Hitler se mantuvo al margen

Para todos aquellos neonazis y antisemitas, admiradores de Hitler, éste fue un gran estratega, genio militar indiscutido y táctico experto. Para esto ponen como evidencia los arrolladores triunfos de los ejércitos alemanes en los primeros tres años de la guerra, desde la campaña polaca, hasta el lanzamiento de Barbarroja. Sin embargo, pocos saben que en realidad dichos primeros éxitos fueron, técnicamente hablando, más obra del Alto Estado Mayor del Ejército Alemán que de Hitler mismo. Aunque éste último era nominalmente el comandante supremo del ejército, los exitosos planes de agresión del ejército alemán durante las primeras y fulgurantes ofensivas alemanas estuvieron a cargo de un equipo de militares profesionales encabezados por los coroneles generales Von Brauchitsch y Franz Halder y puestos en ejecución por los generales Von Manstein – el más brillante de todos y de quien se dice tenía orígenes judíos- Von Bock, Von Küchler, Von Reichenau, Von Kluge, Von List, Von Kleist y Heinz Guderian, entre otros. Fueron ellos y no Hitler quienes planearon y ejecutaron las grandes ofensivas exitosas de los primeros años de la guerra. El papel del dictador en dichas operaciones fue marginal y se limitó a ordenar y aprobar, pero la planeación, coordinación y ejecución fue obra de los especialistas de la guerra. Para desgracia de Alemania esto cambiaría pronto. Cuando a finales de 1941, los alemanes fueron rechazados y por primera vez derrotados a las puertas de Moscú, Hitler realizó una poda de generales tomando a continuación el mando supremo y el control total de las operaciones militares terrestres. Y poco después comenzarían los desastres para el ejército alemán.

Desastres militares con el sello hitleriano

A pesar de que la primera mitad de 1942 se saldó con algunos -los últimos- triunfos alemanes en todos los frentes, en realidad al parecer esto se debió al mismo impulso inicial del ejército alemán que al supuesto genio de Hitler como estratega. Pero fue en el otoño de dicho año cuando comenzó la inexorable espiral que culminaría con la derrota de Alemania y el dictador fue en gran medida culpable de ello. Conforme el control de Hitler sobre las fuerzas armadas se iba haciendo más absoluto, del mismo modo los reveses militares iban en aumento. Es de sobra conocido que las derrotas de Stalingrado, El Alamein, Túnez, Kursk, Leningrado, Normandía, Bielorrusia, amén de la ofensiva de las Ardenas, no sólo se debieron a la resistencia, valor y estrategia de los contendientes de los alemanes, sino también y en una medida nada despreciable, a la torpeza, terquedad, improvisación y nula capacidad del Führer para conducir la guerra. Sus errores se han hecho legendarios y para confirmarlo bastan algunos ejemplos. Su continua negativa a auxiliar al Afrika Korps en el frente norteafricano poco después del triunfo de Rommel en Tobruk, no sólo evitó que los ejércitos del eje llegaran a Suez y más allá, a los tan ansiados pozos petroleros de Oriente Medio, sino que dejó al octavo ejército británico -el cual sí fue debidamente reforzado por Churchill- en inmejorable posición para derrotar a los germano-italianos en El Alamein.

Poco después de esta acción se produjo el desembarco norteamericano en Argelia y sólo hasta entonces -es decir, demasiado tarde- Hitler se avino a enviar poderosos refuerzos a Túnez, sólo para que el Afrika Korps, ya sin la más mínima perspectiva de victoria, ofreciera durante algunos meses una resistencia sin esperanza y capitulara sin condiciones en Mayo de 1943, en lo que fue la mayor rendición del bando del eje hasta aquel momento (casi 250,000 hombres y grandes cantidades de material). El accionar de Hitler en el desastre de Stalingrado fue similar: Su negativa a que el sexto ejército se retirara de la ciudad, en lo que se había convertido en una auténtica trampa para las tropas alemanas, significó la condena a muerte o al cautiverio para casi cien mil soldados en lo que fue el principio del fin para el Tercer Reich. Inclusive el puente aéreo que montó para aprovisionar a las tropas cercadas fue un rotundo fracaso y se perdieron cientos de aparatos.

Su actuación para rechazar a los aliados el día “D” en Normandía no sólo fue igualmente desastrosa para las armas alemanas, sino que alcanzó ribetes de tragicomedia. Como se había abrogado el derecho de disponer personalmente de las grandes unidades alemanas, y especialmente de los cuerpos blindados, durante las primeras -y decisivas- horas del desembarco aliado, los comandantes de la región de Normandía no pudieron contar con el auxilio de las preciosas divisiones panzer, ya que el Fûhrer, el único que podía dar su autorización para disponer de ellas ¡se encontraba dormido! y nadie se atrevió a despertarlo. De esta manera, los alemanes tuvieron que soportar durante horas un aluvión aliado de hombres y material, defendiéndose como podían con armas ligeras, fusiles, ametralladoras y una que otra pieza de artillería. Cuando Hitler despertó, no sólo no dio su autorización para que se utilizaran los tanques, sino que según él, su intuición le decía que sólo se trataba de un Bluff y que el verdadero desembarco se realizaría posteriormente. Sin embargo, a ruegos de sus generales, doce horas después permitió el envío de refuerzos, pero con cuentagotas. Pero ya era demasiado tarde, la aviación angloamericana dio cuenta de la mayor parte de dichos refuerzos y después de algunas semanas de resistencia, los alemanes fueron machacados por tierra y por aire por los aliados. La derrota de Normandía le costó a Hitler poco más de 400,000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros.

Otro desastre: la diplomacia alemana

Pero no solamente en los aspectos militares la intervención personal de Hitler se saldó negativamente para Alemania, sino que su actuación y la de algunos de sus más íntimos colaboradores en los aspectos diplomáticos del Tercer Reich, representó un auténtico desastre para la marcha del conflicto. La política de la liga tensada al máximo que no era otra cosa que una vulgar mezcla de chantajes y amenazas a los representantes diplomáticos de los países extranjeros que no comulgaban con los deseos de Hitler, su desconocimiento de la mentalidad, las características e idiosincrasia de los demás países, crear crisis artificiales, aumentar las tensiones existentes, acusar a los gobiernos y cancillerías de otros países de “provocar la guerra”-es decir, lo mismo que él se proponía- y el nombramiento de individuos ineptos para ejercer las más importantes misiones diplomáticas fueron algunos de los aspectos más llamativos de la funesta diplomacia Hitleriana. Precisamente en este último punto Hitler cometió uno de sus más grandes errores, al nombrar en 1938 como Secretario de Relaciones Exteriores a Joachim von Ribbentrop, un fabricante de vinos metido a diplomático y cuya única experiencia en este sentido era la de haber sido embajador en Inglaterra, puesto en el que hizo un papel bastante desairado. No obstante esto, este individuo fue nombrado por Hitler ¡secretario del exterior!, es decir, alguien que había hecho el ridículo en una embajada tan importante como la británica, no sólo no fue despedido del servicio diplomático alemán, sino que fue nombrado jefe supremo del mismo. De Ribbentrop lo que más se recuerda no es precisamente su inteligencia y astucia, sino su prepotencia, ínfulas, torpeza supina y servilismo hacia la persona del führer. Siempre se plegaba a todos los deseos del dictador por descabellados que fuesen, así Alemania entró en una dinámica en la que poco a poco fue haciendo el vacío internacional en torno suyo. A partir de 1942, las declaraciones de guerra de diversas naciones al Reich alemán fueron en constante aumento. Un alud de naciones le declararon la guerra o bien rompieron sus relaciones diplomáticas. Gracias a Hitler y en menor medida a Ribbentrop, Alemania se echó encima al mundo. Aunque la gran mayoría se trataba de naciones que militarmente no representaban una gran amenaza para el Reich, dichos países prestaron una inapreciable ayuda al bando aliado mediante el suministro de materias primas necesarias para la guerra, así como con la cesión de bases estratégicas para servir como puntos avanzados de apoyo y de aprovisionamiento para los ejércitos aliados. En los casos en los que Hitler pudo tener aliados bastante valiosos, como España y Ucrania, su ceguera política y diplomática hecho todo a perder. En el caso de España, en los días inmediatos al armisticio con Francia en Junio de 1940, Franco envió a Hitler una misión diplomática con miras a una colaboración más estrecha con Alemania es decir, una acción bélica conjunta en contra de Inglaterra, el único enemigo del eje en el continente. Torpemente Hitler desairó una posible alianza con España, ya que consideraba que el fin de aquella sólo era cuestión de tiempo y no quería compartir el botín con nadie. Meses después, derrotada la Luftwaffe en los cielos ingleses y pospuesta la invasión de Gran Bretaña para mejor ocasión, Hitler quiso ahora si una alianza con España para apoderarse del Peñón de Gibraltar y, en una acción posterior, tomar Suez y hacer del Mediterráneo, un mar del Eje. Pero esta vez le tocó a Franco negarse astutamente ya que creía, y con razón, que la guerra sería larga y sería una locura aliarse con alguien tan inconstante como Hitler. Las crónicas nos hablan de las rabietas del führer ante la negativa del caudillo quien se mantuvo inflexible en su posición, pese a las amenazas y halagos de aquel.

El caso de Ucrania es también bastante ilustrativo. Pocos días después del inicio de Barbarroja -la invasión de la Unión Soviética por los alemanes- el 22 de junio de 1941 y conforme los ejércitos hitlerianos avanzaban por la rica tierra ucraniana, los habitantes del país, en su gran mayoría, se mostraron sumamente amigables con los alemanes, al grado de que en algunos pueblos eran recibidos como héroes. Miles de jóvenes ucranianos buscaban enlistarse en los ejércitos alemanes, el pueblo los veía como libertadores y se tenía la idea de que Hitler le concedería a Ucrania la independencia de la URSS. Pero éste no tenía la menor intención de entenderse con los ucranianos a quienes, siendo eslavos veía como untersmenschenn o subhumanos. Ordenó disolver el Comité Nacional Ucraniano formado después de la llegada de los nazis, el cual sólo tuvo dos días de vida y prohibió bajo severas penas que las tropas, la oficialidad y todo el personal alemán de apoyo confraternizara con la población civil. Después sometió al país a la más salvaje explotación y represión. Resulta evidente que hubiera sido de inapreciable ayuda crear un Estado Ucraniano dependiente del Reich, con un ejército formado por cientos de miles de hombres armados por Alemania y que hubieran coadyuvado con los alemanes a derrotar a la URSS. Pero la ceguera, el racismo y los prejuicios de Hitler y de algunos de sus colaboradores como Himmler pudieron más. Los ucranianos comprendieron al fin que la tiranía nazi era peor que la de Stalin y poco a poco comenzó a surgir una resistencia contra el ocupante alemán. Sólo se permitió la formación de pequeñas unidades de Hiwis o milicianos auxiliares de los alemanes, las cuales estaban ligeramente armadas y peor entrenadas y sólo sirvieron para misiones de policía, antiguerrilla y patrullaje en territorio ocupado. Hacia el final de la guerra, -como siempre, demasiado tarde- el dictador permitió que se formara un gran ejército conformado por rusos el cual no sirvió de nada para la marcha del conflicto y fue aniquilado por los aliados. Sus jefes fueron ajusticiados por órdenes de Stalin después de la guerra.

Pero el peor error de Hitler en materia diplomática fue, sin lugar a dudas, su imprudente declaración de guerra a los Estados Unidos. Aún hoy sigue siendo materia de discusión la facilidad e imprudencia de Hitler a la hora de declarar la guerra a este país poco después del ataque japonés a Pearl Harbor. De un plumazo, el dictador alemán se echó encima a la principal potencia industrial del mundo y se vio ante una formidable coalición que comenzó paulatinamente a desarrollar la maquinaria bélica que iba a terminar aplastando al Reich alemán. Por si fuera poco, Hitler declaró la guerra a los americanos en el momento en que sus tropas se batían desesperadamente contra los rusos a las puertas de Moscú, perdiendo cantidades enormes de material bélico y sufriendo decenas de miles de bajas, en lo que se convirtió en la primera derrota sufrida por la wehrmacht en la guerra. Podría decirse incluso que, si la victoria contra dos formidables enemigos como eran Gran Bretaña y la URSS se veía cada vez más difícil, una vez en guerra también con los Estados Unidos, los días de la Alemania nazi estaban contados. Además, Hitler no estaba obligado a declarar la guerra a los EE.UU. después de la agresión japonesa a este país, ya que el Pacto Tripartito, al que estaban unidos Alemania, Italia y Japón, estipulaba que los demás países del pacto apoyarían a un país miembro en un conflicto sólo si éste era agredido y en este caso Japón era el agresor. Resulta increíble que el todopoderoso führer no se halla fijado en esta cláusula, que a la larga lo llevaría al desastre. Se ha especulado sobre si Hitler declaró la guerra a los EE.UU. con la esperanza de que los japoneses a su vez declararan la guerra a la URSS, cosa que nunca hicieron. Pearl Harbor pudo inclusive ser beneficioso para Hitler, si se hubiera mantenido al margen, como se verá a continuación.

Después del ataque a su principal base naval en el Pacífico, se dio una auténtica paranoia en los Estados Unidos. Se creía que los japoneses realizarían más ataques en territorio norteamericano e inclusive se temía un desembarco nipón en la costa oeste. Toda la nación estaba indignada contra el alevoso agresor y se preparaba para la guerra. El Japón era más que nunca el enemigo a vencer, el enemigo por autonomasia. La nación no estaba para una guerra en dos frentes -este tipo de guerra no gusta a nadie ni conviene a ninguna nación por obvios motivos. Los convoyes cargados con armamento, combustible y materias primas provenientes de Estados Unidos y destinados a Gran Bretaña y la URSS, es casi seguro que se irían haciendo menos frecuentes o bien desaparecerían del todo, ya que los americanos tendrían que hacer frente al Japón, su principal y único enemigo. Si Roosevelt hubiera propuesto además de la guerra contra el agresor japonés, una declaración de guerra a la Alemania nazi, el Congreso, el Gabinete, la opinión pública, la prensa, el pueblo, la Nación entera se hubiera negado terminantemente, hubiera sido censurado y tildado de traidor y quizá ahí hubiera terminado su carrera política. Pero Hitler les ahorro el trabajo a Roosevelt y a los norteamericanos. El 11 de diciembre firmaba la declaración de Guerra a los EE.UU. y firmaba también, diferida, la condena a muerte de su propio régimen.

El Holocausto: otra causa de la derrota

El Holocausto Judío, ordenado por Hitler -nadie más que él pudo haber dado la orden- en una fecha imprecisa entre junio y diciembre de 1941, debía de ser uno de los objetivos prioritarios, sino es que el más importante de todos, de la política nazi. No sólo fue una matanza innoble sin parangón en la historia por su colosalismo y alcances, sino que fue también una de las principales causas de la derrota del nazismo en la Guerra. En efecto, si tomamos en cuenta el gran cúmulo de energías que consumió y la repulsa universal que provocó, no sería exagerado admitir que haber puesto en práctica un acto tan irracional e inútil, también contribuyó a su derrota final, como se verá a continuación.

En el aspecto material, se tuvieron que realizar enormes dispendios económicos, financieros y humanos para llevarlo a cabo (se sabe que hubo una decena de grandes campos en Polonia y cientos más de menor tamaño repartidos entre Polonia, Austria y Alemania). La misma búsqueda, transportación, selección y exterminio de miles de judíos de toda Europa exigió la acción de miles de individuos. Para construir las inmensas obras de infraestructura destinadas a las complejas instalaciones de los campos -barracones, alambradas, torres de vigilancia, almacenes, oficinas, talleres, industrias militares que se abastecían del trabajo esclavo, laboratorios para experimentos con cobayos humanos, estaciones de embarque, desembarque y patios de maniobra para los trenes, viviendas para los guardianes y jefes de los campos y finalmente los hornos crematorios y las cámaras de gas- así como para hacer llegar los transportes cargados con miles de prisioneros judíos a esos mismos campos, se tuvieron que movilizar a miles de operarios, técnicos, ingenieros, proyectistas, obreros, mecánicos, ferroviarios, oficinistas y personal del ejército, la policía y las SS. Todo ello con un sólo motivo: el exterminio de cientos de miles de seres humanos, no sin antes haber aprovechado al máximo la fuerza laboral de los más capaces, antes de ser a su vez asesinados.

En el aspecto militar, la labor de exterminio no dejo de tener influencia negativa en la marcha de la guerra. Como se mencionó anteriormente, no solamente miles de hombres aptos para los frentes de batalla fueron utilizados en esta labor tan atroz como inútil, individuos que de otra manera podían haber sido mandados al frente o bien colaborado en acciones de carácter estrictamente militar, fueron ocupados para la transportación de los cientos de miles de judíos mandados a los campos. Asimismo se tuvieron que utilizar grandes cantidades de material rodante, vagones, locomotoras y equipo ferroviario que pudo haber sido de gran utilidad en tareas relacionadas a la guerra. Estos trenes tenían que pasar forzosamente por las mismas vías férreas por las que pasaban los trenes cargados de armas, bastimentos, equipos y tropas de refresco destinados a los frentes de batalla, así como también los trenes que llevaban todo tipo de mercaderías robadas por los nazis a los judíos muertos o presos en los campos, los objetos y mercancías igualmente expoliados en la Europa ocupada con destino al Reich y finalmente aquellos convoyes que llevaban las materias primas estratégicas -hierro, carbón, petróleo, etc.- con destino a la industria de guerra alemana. La economía de guerra nazi descansaba sobre el inmenso sistema ferroviario europeo y si los frentes de batalla debían estar bien aprovisionados de hombres, armas y víveres, era menester que dicho sistema sólo se ocupara de las cuestiones estrictamente bélicas. El sobrecargarlo con la irrupción intempestiva de miles de trenes que durante años, llevaron a millones de personas a un viaje sin retorno, sin ningún provecho militar, fue una gran torpeza de Hitler y contribuyó en gran medida a su derrota en el campo de batalla. Es sabido que el führer ordenó dar prioridad de paso a los convoyes de judíos destinados al matadero por encima de los trenes militares o industriales. Es conocida también la desesperación de los comandantes alemanes en el frente del Este al ver que no llegaban a tiempo las tropas, las armas, los vehículos, los víveres y las piezas de recambio necesarios para sostener la lucha contra un enemigo bien pertrechado, poderosamente armado y cada vez más numeroso. De esta manera, Hitler inconscientemente debilitó peligrosamente la posición y fuerza de sus ejércitos, pero llevaba a buen puerto uno de sus principales objetivos políticos: la destrucción del judaísmo europeo.

Pero es en el aspecto moral en el que el Holocausto o Solución Final del problema Judío como se le conoció en el argot burocrático de las SS, tuvo mayores repercusiones negativas para Alemania. Desprestigió para siempre al régimen nazi, no obtuvo ganancia alguna para la nación alemana -excepto la de engordar los bolsillos de algunos de los perpetradores y de los industriales que se beneficiaron con el trabajo esclavo de los miles de judíos presos en los campos- hizo de la guerra contra el nazismo no sólo una guerra política sino también moral, provocó que el mundo mirara con horror al Tercer Reich, acrecentó el odio contra el nazismo, consumió gran cantidad de esfuerzos de todo tipo y manchó para siempre el nombre de Alemania. Cuando comenzaron a llegar rumores dentro y fuera de Europa sobre la realidad de esta gran matanza a partir de 1942, primero de manera gradual y con grandes reticencias -al principio nadie lo creía- y después, con la liberación por los rusos del primer campo de exterminio en Maidanek, Polonia, en el verano de 1944, ya de manera abierta, se comenzó a conocer cuál era el destino de los judíos en el Reich alemán. Para 1945, cuando los ejércitos aliados occidentales por un lado y los soviéticos por el otro liberaron los principales campos tanto en Polonia como en la misma Alemania, y dejaron al descubierto los montones de cadáveres insepultos, los sobrevivientes esqueléticos que vagaban como fantasmas por las instalaciones; las montañas de zapatos, maletas, ropa, gafas, orinales, cabello y dientes humanos; los hornos crematorios, a veces todavía con restos humanos, etc., esta vez el mundo entero se enteraría con estupor de la realidad del Holocausto y la condena universal no se hizo esperar. Todas las personas del bando aliado, desde los grandes comandantes hasta el último de los soldados podían decir con orgullo “Por esto luchamos, para detener estos horrores es que arriesgamos la vida, la nuestra es una lucha plenamente justificada”.

El cúmulo de errores y torpezas del führer alemán en los aspectos militares, políticos, diplomáticos y humanos del conflicto no dejo de tener una gran influencia negativa para Alemania en la marcha del conflicto. Creyendo a Gran Bretaña vencida se arriesgó a invadir la URSS, creyendo a ésta ya derrotada no tuvo empacho en declarar la guerra a la primer potencia industrial y financiera del orbe y nunca llegó a comprender el poderío militar de los Estados Unidos hasta que lo sufrieron en carne propia las tropas alemanas. Sus errores, sus improvisaciones, su falta de plan en las circunstancias más difíciles, sus ideas retrogradas, prejuicios, vacilaciones, intuiciones, chantajes y torpezas afectaron de manera decisiva y negativa a la nación alemana. Millones de alemanes, muertos, heridos, mutilados, prisioneros y desarraigados lamentaron en su momento las nefastas decisiones de su führer. Éste dejo a la posteridad una Alemania destrozada, mutilada, vilipendiada y disminuida material, poblacional y territorialmente. Francamente es difícil encontrar en la historia un ejemplo más acabado de cómo un jefe de estado le provocó tantos y tan terribles males a su país y a la humanidad entera que Adolf Hitler. Es sin lugar a dudas, el gran irresponsable de la historia.

 

 

BIBLIOGRAFÍA DE APOYO

Eddy Bauer, Historia militar, política y diplomática de la Segunda Guerra Mundial, vols 5 y 7, 2a ed., Salvat, Barcelona 1976.

Michael Thad Allen, Hitler y sus Verdugos, Ed. Tomo, México 2005.

William L. Shirer, Auge y caída del Tercer Reich, vol. II, 1a. ed. en español, Planeta, Barcelona 2011.

 

 

 

* Profesor de Historia en el plantel Carmen Serdán del IEMS CDMEX

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