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viernes 15 de noviembre de 2024

La locura islámica de la familia Merah

Enlace Judío México.- Dentro de un tribunal francés, en donde las víctimas musulmanas son abandonadas vergonzosamente por el Estado, la iglesia francesa y su propia comunidad

MARC WEITZMANN

El 16 de febrero del 2012, en Toulouse, Mohamed Merah, 24, compró la cámara GoPro que tenía intención de usar para filmar sus asesinatos. Tres semanas después el 6 de marzo, acompañado por su hermano Abdelkader robó el scooter TMAX—un modelo 530, del tipo del que todos estaban hablando en la cité y que él pensó sería algo genial. Su hermano ayudó a completar el equipo del asesino con una campera de cuero y una capucha. Se desconoce cuándo Mohamed adquirió exactamente la Uzi, la escopeta de acción de bombeo, el revolver Python, y las tres pistolas automáticas Colt.45 que utilizó.

El primer asesinato de Merah tuvo lugar el 11 de marzo del 2012, en un estacionamiento. La noche previa, alguien cuya identidad se volvería un tema de debate en el juicio había utilizado la computadora familiar en la casa de Merah para responder un anuncio clasificado de un paracaidista francés, Imad Ibn-Ziaten, quien quería vender su motocicleta. El regimiento 1 de Ibn-Ziaten había estado en Afganistán y estaba ahora estacionado en Toulouse. Se estableció una cita.

El 11 de marzo a las 4 p.m., Ibn-Ziaten, 31, apareció en el estacionamiento como se esperaba. Merah lo identificó, luego sacó una de sus Colts y le ordenó tirarse boca abajo. El vídeo filmado por la cámara GoPro sobre el pecho de Merah nos permite escuchar la respuesta firme de Ibn-Ziatem. “Alejas esa pistola ahora mismo. No voy a echarme. Sal. Me quedaré de pie. ¿Quieres dispararme? Vamos, dispárame. Pero no voy a echarme.” Merah entonces le disparó en la cabeza. La película lo registra moviéndose hacia el cuerpo justo después de recoger la motocicleta, diciendo “Eso es lo que es el Islam, hermano. Tu matas a mis hermanos, yo te mato a ti. Él se encontró con el ángel de la muerte. Yo, no temo a la muerte.”

Cuatro días después en la media tarde, 50 kilómetros al norte en la ciudad de Montauban, Merah apareció sobre su scooter en un cajero automático enfrente de la base militar de Doumerc adonde un grupo de soldados estaba recogiendo algún dinero. Él mató a Mohamed Legouad, de 23 años, paracaidista zapador en el 17o regimiento, mientras estaba tecleando su código de PIN, disparándole en la espalda. Luego disparó al Cabo Loïc Liber, en la cabeza y en el pecho, quien estaba tratando de escapar. (Liber fue el único que sobrevivió a la masacre, aunque quedó discapacitado de por vida.) Después de recargar su pistola, Merah disparó hacia el Cabo Abel Chenouf, de 25, quien se estaba arrastrando en el suelo en un intento por escapar. Después de disparar a Chenouf, Merah le dio vuelta sobre su espalda y lo liquidó con una bala en la cabeza. Entonces volvió a montar su motocicleta y salió, gritando, según testigos, Allah u akbar. Esa noche, Merah invitó a su hermana Aïcha y a su hermano Abdelkader a cenar en una pizzería de Toulouse. Pasó la noche del siguiente sábado en un club nocturno en las cercanías de la ciudad.

En la mañana del 19 de marzo, Merah no pudo aproximarse a otro oficial militar al que había planeado matar, así que pasó al siguiente elemento en su lista de blancos, una decisión que aseguraría que su nombre fuera recordado y lo haría un héroe para una generación de aspirantes a yihadistas franceses. A las 8 a.m., Merah llegó a las puertas de la escuela Ozar ha Torah y comenzó a disparar a maestros y niños. Con su mini-Uzi, mató primero al Rav Jonathan Sandler, de 31, un ex estudiante de la escuela, y a sus dos hijos Arié, 6, y Gabriel, 3. Luego corrió detrás de Myriam Monsonego, de 9 años, mientras ella estaba tratando de buscar refugio en el patio de la escuela. Tomó por el pelo a la niña pequeña e intentó dispararle, pero su Uzi falló. Así que se tomó el tiempo para arrojar esa arma y sacar la Colt 45, con la cual le disparó a quemarropa en la cabeza. Entonces, sin ningún blanco discernible a la vista, los niños ahora a salvo dentro de un salón de clases, donde se ocultaron debajo de mesas. El asesino caminó calmadamente hacia atrás al scooter TMAX 530 del que estaba tan orgulloso. Mientras se alejaba, las cámaras de seguridad lo captaron manejando lleno de alegría por las calles.

La masacre de Mohamed Merah cambió a Francia. En particular, el asesinato de niños judíos dio una forma y contenido a las urgencias antisemitas espontáneas que habían brotado en las cités del país desde principios del año 2000, inspirando a aspirantes a terroristas en los años por venir. Por nombrar sólo los ejemplos más famosos: Mehdi Nemouche, autor de la masacre en el museo judío de Bruselas en el 2014, quien observó la cobertura mediática del asesino de Toulouse en la cárcel; los hermanos Kouachi, asesinos de los dibujantes y editores de Charlie Hebdo, un diario que ellos argumentaron era controlado por “los judíos,” mencionaron a Mohamed Merah como su fuente de inspiración.

Merah fue eliminado por la policía al final de un asedio la noche del 21 de marzo. Cuando estaba empezando a ser llamado “héroe” por una fracción importante de la juventud de la cité de Toulouse, su hermano Abdelkader fue arrestado y acusado de conspiración para cometer asesinato (un cargo al cual más tarde se agregaría conspiración criminal con intención terrorista). Siete meses después, el 4 de octubre, después que Yasmina, la esposa de Abdelkader, comenzara labor de parto, Abdelkader recibió una visita de su madre, Zoulika Aziri en la cárcel. La siguiente conversación tuvo lugar en árabe y fue grabada y luego traducida por oficiales de policía.

Zoulika Aziri: Ves, mi corazón está oprimido. Estoy preocupada por ti.

Abdelkader: ¿Por qué? Estoy bien mamá. ¿No sabes lo que significa Merah o Merat?

Zoulika Aziri: Lo sé. Merat, es ‘legado’. (…)

Abdelkader: ¿Y ‘regalo’? ¿Cómo dice uno ‘regalo’? ¡Mohamed, él me hizo el mayor regalo que existe!

Zoulika Aziri: ¿Si fueras a tener un hijo y lo llamarás cómo él?

Abdelkader: ¡Qué éxito si se volviera como él! ¡Que complazca a Allah!

(Cambiando el tema, ellos comenzaron a hablar del cuerpo de Mohamed en la morgue:)

No quisiste verlo en la morgue, fue difícil.

Zoulika Aziri: No pude. Era insufrible.

Abdelkader: ¿Les dijiste que tomen fotos?

Zoulika Aziri: Le dije a Hamid.(…) Le dije, ves, que Abdelkader quiere tener fotos de su hermano. Allah lo trajo de regreso a nosotros brillando, escuchas. Ellos dicen que él nunca fue eliminado. El cayó.

Abdelkader: El saltó como un león. (…) El abogado, él te dijo que va a visitar. … Dile que me traiga su informe de autopsia.
Zoulika Aziri: Insh’Allah…

Abdelkader: Todas sus fotos cuando cayó. Su cabeza. Cuántas balas recibió. Todo eso.

Zoulika Aziri: ¡Ah!

Abdelkader: ¿Cómo fue llevada a cabo la autopsia y todo?

Zoulika Aziri: ¡Ah! Está todo en fotos.

Abdelkader: ¡Un expediente entero así!

Zoulika Aziri: Allah es el más grande insh’Allah.

Abdelkader: Mi hermanito. Quiero verlo. Soy afortunado que él viene a visitarme en mis sueños. Lo ví. Estaba este enorme salón de pueblo lleno de mesas, lleno de gente, y todos estaban asombrados por Mohamed. Ellos seguían cantando, ‘¡Cuan buen mozo, cuan bello es!’ Y luego lo vi. Él estaba sentado en una silla. Le dije, ‘¿Cuál es el propósito del cielo?’ Y él respondió: ‘Ahora mismo, estoy manejando.’ Desperté y me pregunté, ‘¿Qué significa “estoy manejando”?’ Y, de hecho, Allah, el Magnífico, dice: “las almas, ellas llegan como pájaros bajo el trono del Misericordioso, ellas…”

Zoulika Aziri: Ellas se arremolinan.

Abdelkader: ¡Ellas se arremolinan! Donde quiera que les plazca. Así, de hecho, él maneja a los pájaros!

Zoulika Aziri: Él maneja a los pájaros. Ellos dicen que se alimentan en los mejores platos, escuchas.

Abdelkader: ¡Ja ja ja!

Zoulika Aziri: Y hasta la muerte de todos nosotros y al final del mundo. ¡Estaremos frente a Allah y allí está él! Justo ahora. Él está desposando a las huríes (las vírgenes).

Abdelkader: Él tiene a las huríes ahora. Ahora mismo. Lo juro por Allah. Sí, ahora mismo, él no está en la tumba. Él está en el cielo.

Zoulika Aziri: ¿Tiene a las huríes con él?

Abdelkader: Él tiene a las huríes y hace el acto vergonzoso con ellas. (Ellos dos se ríen) ¡Él hace todo! ¡Ja ja! ¡Alabemos a Allah! Él tiene una esposa, él tiene todo, él come.

Zoulika Aziri: Dicen que tiene muchas.

Yo edité este diálogo en nombre de la extensión, pero el contenido no está cambiado, y sigue y sigue…

Esta visión bizarra del Islam es alimentada por una furia incestuosa y ensueño apocalíptico. Nada podría ser más diferente de la religión ofrecida por las familias musulmanas de los soldados franceses asesinados por Merah, quienes dieron testimonio frente al tribunal penal especial que juzgó a Abdelkader el mes pasado en el Palais de Justice de París.

La mayoría habían permanecido callados por cinco años y medio. El hermano de Imad Ibn Ziaten, Atin, recordó al tribunal que la negativa de Imad a echarse al piso a pesar de la amenaza de Merah “fue un acto de resistencia. Él era un soldado y defendía a la república.” Dio testimonio de cuan disgustado estaba de que salafistas como los hermanos Merah pudieran “tomar como rehén a nuestra religión en el nombre de una ideología que trae el nazismo a la mente. Escuchar a Abdelkader decir que él desea a su hermano en el cielo es vergonzoso.”

La madre de Bin Zatin, Latifa, quien ha estado viajando a través de las cités de Francia desde que su hijo fue asesinado para tratar de trabajar con la juventud musulmana, entre quienes ella dice que ve “creciendo a muchos Merahs,” apareció en el estrado con un pañuelo alrededor de su cabeza. Ella habló de sus pensamientos de suicidio y cómo su fe, y el recuerdo de su hijo, la habían mantenido viva y le habían dado la fuerza para luchar. Pero para mí, la más impresionante de los familiares fue Radia Legouan, la hermana de 39 años de Mohamed Legouad, una empleada del correo y madre de dos hijos, quien en medio de su testimonio ante el tribunal, de pronto entró en un discurso improvisado estilo Antígona para su hermano muerto.

Aquí hay una cita. “Olvidar, ¿pero cómo? Hacer duelo, ¿pero cómo? ¡Tal muerte, oh Dios! ¡Tal muerte! Cada día durante los últimos cinco años hasta ahora, nuestros padres van a tu tumba. La familia ya no se reúne más. Eres el miembro fantasma de esta familia. Me acosas, mi hermano, me acosas.

Yo olvidé todo. Caí, mi hermano, me hundí. He descubierto el mundo de la depresión, de la psiquiatría, de los neurólogos.” La nieta de un imán, ella, también, habló del mundo del cual surgieron los Merah. “No comprendo. No. Mi padre, mi abuelo, nunca me hablaron en esa forma.”

La familia de la tercera víctima que llevaba un nombre árabe, Abel Chenouf, era católica. Fue la suegra de la víctima quien llegó para dar testimonio por su hija Carole, quien estaba embarazada de siete meses cuando le dieron la noticia de la muerte de su prometido. Ella contó cómo ellos habían tenido que identificar el cuerpo al día siguiente y cómo en la morgue, habían comenzado las contracciones y Carole tuvo que ser llevada al hospital.

La soledad de ellos era obvia—una soledad que cuenta probablemente para su lírica. Mientras testificaban, se volvió claro que las razones para su soledad no eran simplemente el resultado de haber perdido a un ser amado. Más bien, se derivaban del hecho que estaban absolutamente solos, alejados del radicalismo bizarro del asesino de sus hijos, un radicalismo que brotaba de las comunidades a las cuales se decía que ellos pertenecían por nacimiento o fe, todavía rechazados por los agentes oficiales de la sociedad francesa como un todo, en cuyo nombre sus hijos habían luchado y luego habían sido asesinados.

“El notario,” dijo Latifa Ibn Ziaten, “pensó que mi hijo estaba traficando drogas y que esa fue la razón por la cual fue asesinado. Él dijo, ‘Ustedes son todos iguales, de todas maneras, no me mienta.’ Él no me permitió ver a Imad diciendo que la morgue estaba cerrada. Al día siguiente, llevaron a cabo la autopsia antes que yo tuviera la posibilidad de verlo.”

Ella de ninguna manera fue la única. Todos ellos—todos ellos—mencionaron la misma actitud racista de los policías que dieron la noticia de los asesinatos encarándolos primero como sospechosos, por cuenta de sus nombres árabes y de sus apariencias. La otra razón para esa soledad, y no la menor, fue la falta de apoyo musulmán. Ningún representante de las organizaciones musulmanas en Francia se solidarizó para consolar a las familias musulmanas de las víctimas. Ni uno asistió al juicio o hizo el más mínimo gesto público o pronunciamiento en su nombre.

El contraste con las familias judías no pudo haber sido más llamativo. La ex directora del CRIF de Toulouse, Nicole Yardeni, hizo el viaje con una delegación entera para escuchar a Samuel Sandler, quien perdió a su hijo y a sus dos nietos en la masacre. Ella llegó con Jonathan Chetrit, hoy de 23 años, quien improvisó con éxito el refugio y protección de los niños en la escuela Ozar Ha Torah durante el tiroteo, y Sharon Benitah, de 15 años hoy, quien presenció la muerte de su amiga Myriam Monsonego.

El abogado Jacques Gauthier, quien hablando por la escuela dio probablemente el discurso más profundo antes de caer en lágrimas, dijo que las víctimas estaban “todavía aquí con nosotros hoy y presiden estos debates. … ¿Por qué ellos? ¿Por qué no sus hijos, jueces? ¿O los suyos, mis colegas? ¿O los suyos, periodistas? ¿Y por qué no yo? Yo sentí el acto terrorista de Mohamed Merah a mi alrededor. Lo sentí como ustedes escuchan las balas en un campo de batalla. Porque yo nací en Toulouse, porque yo soy judío, y porque soy un ex estudiante de la escuela Ozar Ha Torah…”

No, los judíos, quienes están tan solitarios hoy en la sociedad francesa, no estuvieron solos en la sala del tribunal. Pero las familias musulmanas—estos musulmanes tan en el centro del debate público nacional hoy—lo estuvieron. Ningún imán se mostró en la sala del tribunal. Ninguno de los izquierdistas que están tan dispuestos a posicionarse contra la “Islamofobia” y a señalar los males del racismo y la discriminación social escribió una sola palabra de apoyo para las familias Ibn Ziaten y Lagouen.

Sin embargo, los paralelos entre los soldados franceses de orígenes árabes y su asesino no podían haber sido más llamativos. Todos eran de orígenes pobres. Todos, como probaron una vez más los policías, habían experimentado discriminación y racismo—no una vez, sino probablemente cientos de veces. Algunos tenían la misma edad exacta de su asesino. Pero mientras Mohamed Merah traficaba drogas y se entrenaba para matar en las zonas tribales pakistaníes, ellos se enrolaban en el ejército y mostraban orgullo al vestir el uniforme francés. De hecho la pregunta planteada por Jacques Gauthier es digna de ser planteada nuevamente: ¿Por qué ellos? ¿Qué hace que uno eligiera esto y los otros eligieran eso?

***
Estuvo claro desde el inicio que debido a que el principal perpetrador de las muertes estaba muerto, y debido a que había sido considerado un “lobo solitario” por los servicios de inteligencia interna francesa en el 2012, cualquier intento de juzgar a los cómplices cinco años después estaba destinado a generar frustraciones. Hubo dos de ellos. Abdelkader Merah, sobre quien se enfocaron todos los debates, y Fattah Melki, un delincuente acusado de vender su Uzi a Merah. Iniciando el 2 de octubre y planeado para durar cinco semanas, el juicio, el cual fue el primero en juzgar un gran ataque terrorista en Francia, empezó con el pie izquierdo desde el primer día.

Como ha encontrado la investigación policial, Abdelkader Merah se había unido a un grupo radical de salafistas llamado la red Artigat desde el 2006—cuatro años antes que su hermano menor. La red Artigat era liderada por un refugiado político de Siria, un ex Hermano Musulmán nacido en 1946 y llamado Abdel Ilat Al-Dandachi, también conocido como Olivier Corell, también conocido como El Jeque Blanco, de quien Abdelkader era un discípulo feroz. Los miembros más prominentes de la red ahora estaban o en la cárcel, muertos, o en Raqqa con el ISIS. De hecho, fue siguiendo las actividades de Abdelkader que los servicios de inteligencia locales de Toulouse habían descubierto a Mohamed Merah en el 2010, y comenzaron a crear un expediente de él también, luego de los viajes de Mohamed en el Medio Oriente, y en Pakistán.

Una de las razones por la cual los investigadores franceses habían sido incapaces de detener a Mohamed Merah fue que se enfocaron en su hermano mayor. Abdelkader era el pez gordo—no Mohamed, un delincuente de poca monta, mentalmente desestructurado, psicológicamente débil, incapaz para el entrenamiento que requiere un ataque terrorista planificado, y más versado en las entradas y salidas por tráfico de drogas y robos menores que en el Corán y las hadiths del profeta, acerca de los que no sabía prácticamente nada.

‘Todos se aman entre sí y todos se odian entre sí, todos se ayudan entre sí, y todos se roban entre sí en todo momento. Y todos nosotros mentimos. Y la persona que miente más constantemente es la madre.’

Abdelkader era el intelectual. Un estudiante permanente, estilo Raskolnikov, había sido enviado por la red Artigat a Egipto en el año 2009. Allí había estudiado en la escuela Al-Fajr, un centro salafista conocido por sus conexiones con redes islámicas. Él estuvo allí durante el ataque terrorista en Cairo de ese año, en el cual perdió su vida una estudiante francesa, Cécile Vanier. Permaneció en Egipto por un año y medio, regresando a Toulouse en febrero del 2011.

Aunque presuntamente en malos términos con su hermano, Abdelkader se reconectó con Mohamed justo a tiempo para ayudar a facilitar su ataque terrorista. Él estuvo cuando Mohamed robó la TMAX. Compró la campera de cuero que vistió Mohamed mientras estaba camino a los asesinatos. En la casa de Abdelkader, la policía encontró una gran biblioteca de propaganda islámica incluyendo libros, panfletos, cintas de audio de discursos llamando a la yihad contra infieles y judíos.

Pero ni una pizca de evidencia vinculaba a Abdelkader con los asesinatos en sí. Él no estuvo presente nunca cuando había sido asesinado Ibn-Ziaten, ni en Montauban o durante la masacre en Ozar Ha-Torah. No había nada que indicara que él sabía siquiera de los proyectos de su hermano, menos que él lo ayudó con la logística. Sintiendo esto, el juge d’instruction—el equivalente francés del fiscal de distrito—había sumado una acusación por conspiración criminal con intención terrorista en la esperanza que eso fortalecería la causa. Pero la definición de la association de malfaiteurs en vue d’une entreprise terroriste, el nombre francés para ese cargo, es muy vago. Como se tomó el trabajo de destacar el abogado estrella de Abdelkader,

Eric Dupont-Moretti, el cargo fue creado del vacío a fines del siglo XIX para combatir al activismo anarquista—ya que Francia en la década de 1890 fue el primer país europeo después de Rusia en experimentar terrorismo. El cargo fue revivido a mediados de la década de 1970 contra grupos izquierdistas. En ambos casos, la definición del delito pudo extenderse a prácticamente cualquier cosa, desde arrojar bombas a la impresión de tratados políticos. Así que Abdelkader puede haber sido un radical, pero el sentimiento fue que él estaba allí en el compartimiento en lugar de su hermano.

Entonces dos preguntas subrayaron los debates en la sala del tribunal: ¿Qué convirtió a los Merah—qué los diferencia de musulmanes tales como Ibn Ziaten y Lagouen? La otra pregunta fue: ¿Dónde comienza la complicidad?

***
Durante las primeras dos semanas del juicio, parecía que Dupont-Moretti se saldría con la suya. Grande, pesado, un matón bramando bajo el mármol del Palais de Justice contra lo que él llamó “justicia terrorista,” él presidía las audiencias en vez del propio juez. Frank Zientara, el juez presidente en cuestión, parecía una silueta torpe desapareciendo en el terciopelo rojo de su túnica de armiño, detrás del escritorio mahogany, aplastado por la violencia de los hechos del caso tanto como por la tensión diaria que reinaba dentro de la sala del tribunal. Veinte abogados de las familias de las víctimas y de los representantes de las víctimas parecían congelados en indignación e impotencia mientras la fiscal parecía perder su temple cada vez que hablaba Dupont-Moretti. La tensión era tan penetrante que en algún momento durante una de las interrupciones de las audiencias, dos de los abogados llegaron casi a la lucha física, mientras algunas de las familias de las víctimas rompían en lágrimas.

Mientras estaba sucediendo todo esto, Abdelkader Merah, sentado en su compartimiento, su silueta gordinflona moldeada en una túnica blanca limpia, su pelo largo enrulado en una cola de caballo y sus lentes sobre sus ojos, completamente en control de sí mismo. Su voz, mientras respondía preguntas del juez y protestas de los abogados de las víctimas, era pareja y calma. Él se levantó contra los 20 abogados y la fiscal por cinco semanas con la misma confianza en sí mismo que según se informa hizo cautos de reunirse con él a los capellanes musulmanes de su prisión, por temor que él los convencería a ellos que él hablaba el idioma del Islam verdadero. Y sin embargo, lo que realmente era llamativo en él no fue la apariencia de fuerza—fue la discrepancia entre su confianza intelectual y los clichés patéticos que ofreció cuando las preguntas se volvían personales. Era la mezcla de aura y mediocridad lo que era sorprendente.

“Leer es mi pasión,” diría. “Leo todo lo que abre la mente: biografías de pandilleros y libros religiosos.” “No escucho música porque lleva a la perversión.” “Amo las armas. Los hombres que no lo hacen son maricas.” “Mis padres tenían una relación muy feliz,” ofreció a pesar de informes de servicios sociales describiendo golpizas sistemáticas de su padre contra Zoulika Aziri. “Mi madre, ella era perfecta,” agregó aun cuando era enorme la evidencia que ella golpeaba a sus hijos. Presionado para que explicara más, “la nuestra es una cultura diferente de la francesa,” agregaría, aun cuando él era francés y nacido en el país. “Por ejemplo, nosotros nunca nos decimos unos a otros ‘te amo.’ No tenemos el mismo estilo de vida. Algunas cosas que se hacen en algunos países no se pueden hacer en otros. Tenemos una cultura argelina-bereber. Por ejemplo, cuando una mujer ingresa a una sala de estar con hombres, ella no puede llevar un vestido corto. No sé,” agregaría, en cierto modo en forma contradictoria, “Yo soy occidental, soy de aquí.

Pero allá en casa, en Argelia, las mujeres no pueden llevar un vestido corto.”

Soy occidental—allá en casa, en Argelia. Nada parecía tener sentido.

Fue en la tercera semana del juicio que en la sala del tribunal apareció el mundo disfuncional de la familia Merah. Un mundo de furia incestuosa y ensueños de apocalipsis en el cual—como lo dijo otro hermano Merah, Abdelghani—“Todos se aman entre sí y todos se odian entre sí, todos se ayudan entre sí y todos se roban entre sí todo el tiempo. Y todos mentimos,” agregó como una advertencia. “Y la persona que miente más constantemente es la madre.”

Primero, fue Abdelghani Merah, de 40, calvo, nervioso, desempleado, y sin hogar. Un ex alcohólico, golpeador de su ex mujer, ahora “el traidor del clan,” lo cual es decir, el chico bueno, quien en el otoño del año 2012—más o menos en la época donde, desde su cárcel, Abdelkader estaba pidiendo a su madre fotos de su hermano muerto desnudo y soñando de noche con él en el cielo—publicó un libro, Mon Frère ce Terroriste (Mi hermano el terrorista), escrito con la ayuda del periodista Mohamed Sifaoui, en el cual denunció la violencia, el antisemitismo y el radicalismo en que afirma fue criado; quien dice que su padre era cercano a islámicos argelinos. A raíz de la publicación del libro, y durante los cinco años que siguieron, él dio muchas conferencias denunciando el islamismo, y en marzo del 2017 emprendió una marcha solitaria redentora de Marsella a París, llegando a París el 19 de marzo, para el quinto aniversario de la masacre de Ozar Ha-Torah, a la que llamó “día Merah,” poniendo a su familia en el foco una vez más; cuya vida entera, en resumen, ahora está enmarcada en la luz de los asesinatos de su hermano pero quien, inexplicablemente, el día después que Mohamed Merah fue ejecutado por la policía, había dicho a su madre, “No estés triste, murió como un Muyahid.”

Luego llegó Aïcha Merah, la hermana que no llevaba velo o partió a Argelia. De treinta y pico y peluquera, fue la única en la familia en afirmar ser atea. Habiéndose mudado fuera del vecindario en Toulouse después de los asesinatos por miedo, estaba tan tensa en la cámara del tribunal esperando dar testimonio que vomitó y tuvo que ser hospitalizada brevemente. Su número de teléfono fue descubierto en un teléfono encontrado en la celda de Abdelkader Merah y por miedo, o solidaridad familiar, o porque no le importa, ella había negado haber escuchado alguna vez declaraciones antisemitas de sus hermanos. Ella había declarado, además, que su padre fue un gran hombre, en lo absoluto un islámico, no más que lo que Abdelghani era el bruto doméstico tiránico descrito por la policía y los informes sociales, por la buena razón que desde el divorcio de sus padres en 1993 todos los muchachos en la familia eran en algún punto violentos porque era la única forma de complacer a su madre.

Y la madre, por supuesto, llegó también—Zoulika Aziri, 61, un cuerpo gordo encerrado en un ajustado niqab, su rostro grasoso y gris, sus ojos sin expresión, un monstruo de mujer; quien según informes de servicios sociales solía golpear a Mohamed con un cable eléctrico y una vez, en 1997, viajando a Argelia, como hacía regularmente para ganar dinero al margen, simplemente partió al aeropuerto, dejando a su hijo Mohamed, entonces de 9 años sin dinero o comida—y ni siquiera un juego de llaves para ir a casa (Abdelghani y su entonces esposa, Anne, lo descubrieron en la calle y le dieron refugio); quien a fines de la década del 2000 dijo a Abdelghani que él debía dejar a su esposa y cuidar de ella, Zoulika, en su lugar, y ayudarla financieramente; quien en el año 2011 dejó que su otro hijo, Abdelkader, arreglara para ella una boda con un hombre al que apenas conocía, Mohamed Essid, cercano a la red Artigat y padre del yihadista Sabri Essid. Ella pasó tres horas en el estrado fingiendo no entender francés cuando las preguntas del tribunal se volvían duras, afirmando que no sabía nada o no podía recordar lo que había dicho a la policía cinco años antes. En sus respuestas, cuando respondió, utilizaba la palabra “normal” para calificar prácticamente cualquier cosa fuera de lo común, desde la violencia doméstica a los videos de decapitaciones que observaba Mohamed Merah y obligó a uno de sus vecinos a observar, videos que ella llamó “videos normales de guerra”; ella dijo que su hijo Abdelkader era “amable,” y que los Merah eran simplemente musulmanes “normales” que no guardaban ningún rencor en lo absoluto contra “los franceses o los judíos.”

Anne, ex mujer de Abdelghani, entró al tribunal—una mujer pequeña y frágil en sus treinta y pico de años, de origen católico, quien conoció a Abdelghani cuando ella tenía 16 años, quien algunos meses después, cuando la presentó a su madre, fue escupida por Zoulika que la llamó “una judía y una francesa,” y quien no obstante permaneció en la familia y en la casa Merah donde vivieron todos ellos—y donde Abdelghani solía golpearla regularmente; quien llevó el problema para explicarlo ante el tribunal, en un tono que sonó como una disculpa, que ella “ni siquiera” era judía, que fue su abuelo biológico a quien ella casi nunca había visto, sólo dos veces, cuando era muy pequeña (la poca información que había sido pasada a Zoulika por el propio Abdelghani). Su preferencia en la época, entre los hermanos Merah, era Abdelkader, porque él era el más inteligente, y “cuando yo tenía siete meses de embarazo y Abdelghani me golpeó fue Kader quien me protegió.” Ella miraba televisión y caía dormida lado a lado con Kader en el sofá de la sala de estar del departamento familiar mientras su esposo estaba afuera tomando.

Anne pensaba que Kader se había vuelto violento sólo una vez cuando era mayor de edad y se volvió lo suficientemente fuerte para enfrentar a Abdelghani. Él le dijo que, aunque él, Abdelghani, había asumido después que se fue su padre, su reino ahora había terminado—en cuyo punto él acuchilló siete veces a su hermano. Fue para demostrar que ahora él estaba a cargo, explicó ella, que comenzó a golpear y torturar a Mohamed regularmente y a insultarla a ella, Anne, llamándola judía sucia y francesa sucia, aunque ella se sintió recompensada cuando Zoulika, de pronto, le diría, “tú, para ser francesa, eres aún mejor que algunos árabes.”

“Yo, adoraba a todos entre los Merah,” dijo ella también. “Los veía como mis hermanitos y hermanitas. Solía llevarme muy bien con Souad”—el primero en unirse a los radicales. Es seguramente difícil imaginar una familia más infernal, como algo de una versión musulmana particularmente grotesca de Dickens. Los únicos momentos en que todos en la familia concordaban era cuando hablaban sobre Francia y Palestina.

“El único objetivo de este juicio es determinar si los acusados son culpables de los hechos que se les reprochan,” había declarado el Juez Presidente Frank Zientara el primer día del juicio. Pero cuando el último miembro de la familia Merah dejó el estrado, estuvo claro que la sala del tribunal se había desviado, por un momento, de las costas racionales de las cuestiones legales hacia los mares inciertos del terror mismo.
***

 

Fuente: Tablet
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

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