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jueves 21 de noviembre de 2024

Las evoluciones del terrorismo yihadista

Enlace Judío México.- En el silencio de la biblioteca municipal suena insolentemente un celular. El adolescente se quita los auriculares y atiende: “Sí hermano, acá estoy, escuchando el Corán… sí, ya bajo…”. A veinte metros lo espera un amigo, también con gorrita de béisbol de los Yankees, pantalones raperos y calzoncillos que asoman por la cintura. Golpe de palma, contrapalma y puño como ritual de saludo acompañan el obligado salam aleykoum.

ANDRÉS CRISCAUT

Ambos se dirigen a McOmar y piden un shawarma con fritas y kétchup. Al lado del cajero, un cartel certifica que ahí la carne es halal, saludable, tratada como Dios manda. No estamos ni en Beirut ni en Bagdad ni en El Cairo, sino en el barrio parisino de Barbès, a cinco cuadras de la basílica del Sagrado Corazón, uno de los lugares turísticos más visitados de París y del mundo.

Gilles Kepel (París, 1955) no almuerza en McOmar; no es musulmán pero tampoco es un francés “de pura cepa” (padre inmigrante checo y comunista); sin embargo, es actualmente uno de los intelectuales que mejor conoce esa Francia que hoy se ubica incómodamente en “los suburbios del islam”, como tituló su impresionante estudio realizado en 1987 sobre la influencia del islam en Francia y sobre la realidad de los musulmanes allí; en síntesis, sobre el nacimiento de ese islam francés, que hoy representa la segunda religión del país.

Anduvo por escuelas, cárceles, ministerios, sindicatos y mezquitas: Kepel supo traspasar las fronteras del escritorio académico para ir al encuentro in situ de sus pasiones (Pasión árabe y Pasión francesa, otras dos de sus publicaciones de 2013 y 2014) y comprender esa religión que atrae a casi un 20 % del planeta y a un 7,5 % de franceses (5 millones), y que hacen del país de Voltaire el más importante de Europa en población musulmana. Pero si la carrera de Kepel es el producto de más de 40 años de haber recorrido y vivido a fondo la gran mayoría de los países musulmanes, su manejo perfecto del árabe le ha permitido ser uno de los pocos exploradores del nuevo mundo paralelo de la blogosfera yihadista, que tanto encandila a las nuevas generaciones. Un camino que le ha costado la amenaza de muerte de más de un joven radical.

Algunos, desde ya, lo señalan como el “experto islamista” del establishment, el asesor más importante y próximo al presidente Emmanuel Macron. De hecho, antes de recibirnos para este diálogo, hace una semana, integró la comitiva que, en viaje relámpago, acompañó al presidente francés a Riad, para saludar al heredero saudita, el príncipe Mohammed ben Salmane. En el último piso de la Escuela Nacional Superior de París no hay ningún cartel que indique su oficina. Cuando la puerta anónimamente blanca y cerrada con llave se abre, Kepel hablará junto a sus valijas, pocas horas antes de viajar a Argentina.

–El 13 de noviembre se cumplieron dos años de los atentados de París y Saint Denis, hechos que han marcado profundamente a la sociedad francesa.

–Los 130 muertos han sido la mayor masacre ocurrida en suelo francés desde la ocupación nazi. Pero ese ataque combinado del 2015, así como el perpetrado antes contra el semanario satírico Charlie Hebdo y un supermercado judío en enero del mismo año, o la serie de asesinatos del 2012 cometidos por Mohamed Merah contra tres militares y un profesor y tres niños de una escuela judía, no deben ser vistos como hechos aislados. Son el resultado de una realidad mucho más compleja que las simplificaciones de una islamofobia de la sociedad francesa o de las consecuencias aún vigentes de un pasado colonial. Son la conjunción tanto de un particular contexto internacional de mutación, especialmente ligada a Oriente Medio y el norte de Africa, así como a la realidad actual francesa. Lo paradójico es que estos ataques indiscriminados yihadistas de tercera generación, que buscaban galvanizar y sublevar a los musulmanes de los barrios desfavorecidos de Francia, han producido un efecto muy distinto del calculado. Las repercusiones de las redes yihadistas han sido bastante críticas ya que muchas de las víctimas fueron musulmanes. En el primer ataque en Niza, un tercio de los que murieron atropellados por el camión fueron musulmanes; y en el ataque al Estadio de Francia de Saint Denis, en uno de los distritos con mayor población musulmana, si el cinturón con explosivos de uno de los atacantes hubiera estallado, los muertos de esta religión habrían sido mucho más. No obstante, el modelo de yihadistas 3G está declinando. Si entre Charlie Hebdo y el verano de 2016 murieron 239 personas en suelo francés en múltiples atentados, el acorralamiento y caída del Estado Islámico y la desarticulación de varias redes por parte de los servicios franceses han hecho que este año no haya habido muertos en nuestro país, y que los ataques sean cada vez menos organizados y que empleen métodos cada vez más rudimentarios (como embestir con autos, el uso de armas blancas o garrafas explosivas, etc.).

–Usted habla de yihadistas 3G, de tercera generación; ¿cuáles son las dos anteriores y cuál es el componente particularmente francés de esta tercera?

–La primera generación se consolidó con la invasión de Afganistán por parte de los soviéticos, en 1979, con permanencia hasta 1989, cuando tuvieron que abandonar el país derrotados. Eran los tiempos de los famosos Freedom fighters de Reagan. El yihadismo pasó a ser nuevamente un tema internacional cuando los estadounidenses lo utilizaron contra los soviéticos. Pero Washington hizo pagar esa intervencion encubierta a los sauditas, y por eso hoy el príncipe Salmane dice que desde esa época estamos presos de un espiral que no podemos controlar. Luego hubo un intento de reproducir el mismo sistema en Argelia, Egipto y Bosnia, en ese caso el enemigo era cercano, o sea los gobiernos árabes apóstatas o infieles de esos países. Los tres casos fallaron. Estas derrotas hicieron pensar a personas como Bin Laden y Ayman al-Zawahiri, quienes conceptualizaron una segunda fase atacando a un enemigo distante, Estados Unidos, el Reino Unido, etc., y creando así un yihadismo internacional.

–¿En cuál atentado lo fecharía usted?

–Comenzó con los ataques a las embajadas estadounidenses en Tanzania y Kenia en 1998, y su punto cúlmine fue el ataque del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas en suelo estadounidense. Ese evento digamos que fue una respuesta a la caída del muro de Berlín y el comienzo del siglo XXI, el fin de un mundo y el comienzo de otro. Un evento adaptado a las técnicas masivas del momento, a la televisión satelital; ellos fueron así capaces de captar el centro del mundo mediático de aquel entonces. En ese aspecto podríamos decir que no hay Al Qaeda sin Al Jazeera. Su objetivo era atraer a los ejércitos de Occidente a territorio musulmán y derrotarlos haciendo una suerte de nuevo “Vietnam musulmán”, como ya lo habían hecho con los soviéticos en Afganistán. Esto no funcionó ni para los yihadistas ni para los estadounidenses: Washington se centró en la ocupación de Irak, reemplazando a Sadam Hussein, un dictador originario de la minoría sunita iraquí, por un gobierno que representa a la mayoría chiita. Resultado: Irak hoy se ha volcado hacia la órbita iraní y chiita. Esta derrota de la segunda fase hizo pensar al técnico sirio Abu Musab al-Suri, que estudió en Francia e Inglaterra y se casó con una española, y se formó en Afganistán. Él supo adaptar el yihadismo a la globalización y a la influencia directa de las nuevas redes sociales, Facebook, Twitter, etc. Esta tercera fase hay que entenderla no tanto como una organización sino como un sistema que se apoya en conexiones en redes y que apunta a las juventudes europeas y occidentales, de orígenes musulmanes o convertidas recientemente al islam, que están dispuestas a actuar a nivel local, de manera independiente o coordinadas con lo que ocurre en Oriente Medio. Su punto culminante será la creación del Estado Islámico y los ataques en Francia, realizado por comandos franco-belgas, de origen musulmán o convertidos, formados en Oriente Medio y que volvieron para actuar en suelo europeo. Pero esta tercera generación está también ahora declinando porque no son gente muy bien formada y porque los servicios de inteligencia, especialmente los franceses, los están desmantelando. En países con servicios de inteligencia menos centralizados, como Alemania, España, Inglaterra o incluso Estados Unidos, están recurriendo a elementos más rudimentarios como lanzar autos contra la gente, como el último ataque en Nueva York donde murieron cinco argentinos, víctimas de este combate que está muy alejado de la realidad de la Argentina pero que desgraciadamente muestran que es un fenómeno mundial.

–¿Es correcta la idea de que en este tipo de terrorismo se involucran personas desclasadas o frustradas, “loosers” que se radicalizan en solitario frente a sus computadoras, sin una ideología fuerte de fondo?

–No, hay una base ideológica muy fuerte que se viene estructurando en los últimos 30 o 40 años, que pasa por la ideología del salafismo. Esta corriente, ligada a las petromonarquías del golfo arabo-pérsico, plantea una ruptura cultural profunda con los valores occidentales, al mismo tiempo que marca una diferencia tajante con los que ellos consideras como “falsos” o “malos” musulmanes. Precisamente ahora estamos presenciado los límites de ese modelo y donde las petromonarquias están buscando alternativas y planteando cambios. Pero esos cambios también están derivando en un confesionalismo del conflicto intramusulmán: para Al Qaeda la confrontación contra las minorías chiitas no era uno de sus objetivos principales, para el Estado Islámico sí.

–Pero también hay un componente local, franco-francés, digamos. Se calcula que un tercio de los supuestos 800 franceses que fueron a luchar con el Estado Islámico (el mayor contribuyente de la Unión Europea) ni siquiera eran de origen musulmán ni estaban ligados al pasado colonial francés, muchos eran convertidos. Sorprendentemente, muchas eran mujeres.

–Es que este salafismo-yihadismo de tercera generación va a darles un sentimiento de pertenencia e identidad a personas que no están satisfechas con sus vidas, a gente de origen argelino o marroquí con un pasado de delincuencia (una población francamente sobrerrepresentada en la prisión). Como reclusos, encontraron a predicadores en las celdas que los captan diciéndoles que es la sociedad la que los puso ahí, no sus crímenes, y que la forma de salir y redimirse es a través de la guerra santa y la violencia. Es un problema importante esta articulación entre la problemática social y política de marginalización y la falta de acceso al trabajo, y esa ideología que fabrica héroes negativos. Por eso hay que tratar el síntoma del problema con políticas antiterroristas, pero al mismo tiempo hay que atacar las causas sociales. También está presente en este fenómeno un componente de revanchismo de la historia colonial, que yo prefiero llamar retrocolonial y no post colonial, ya que es una reinterpretación de lo ocurrido desde un punto de vista reivindicativo.

–¿ Y la psicología cómo juega en todo esto?

–Es muy interesante cómo se articula aquí hasta el mundo fantástico y fantasmagórico de los juegos de video… Hay una semejanza sorprendente en los videos de extrema derecha y aquellos que apelan a la yihad. En ambos encontramos una mezcla y confusión entre el mundo real y el virtual. La decapitación es para algunos una especie de juego de video. El vocabulario que utilizan organiza el mundo en categorías que eliminan toda distinción moral, y donde matar en la vida real es semejante a eliminar un avatar en un juego de guerra.

–En sus estudios sobre la blogosfera yihadista, en Internet, usted mostró que para el imaginario de muchos de los jóvenes que siguen al Estado Islámico, Israel es la prueba de que se puede crear un Estado religioso. Por primera vez el conflicto palestino israelí pasó a un segundo plano.

–Hoy Israel se encuentra en una posición completamente nueva. Hasta ahora el conflicto árabe israelí era el punto más irritante de la región, pero ahora se encuentra ante sus fronteras con elementos radicales sunitas y chiitas que combaten entre sí, desviando la atención del otro conflicto tradicional. Por el momento, Israel está discretamente del lado sunita contra Irán, pero es una alianza que también puede cambiar porque por ahora el gobierno iraní tiene un discurso antiisraelí, pero sus intereses estratégicos a largo término no son particularmente antiisraelíes.

–A nivel geopolítico, ¿cómo se ve el tema de Oriente Medio?

–Estamos ante un gran período de recomposición, donde los estados de la región están midiendo sus fuerzas y debilidades. Un claro ejemplo es este flamante despertar de Arabia Saudita, cuyo príncipe ha decidido comenzar a actuar para intentar hacer un Estado mucho más centralizado y eficaz. Estamos realmente ante una Guerra Fría intermusulmana que está reestructurando la región de Oriente Medio. Justamente lo que va a intentar hacer Francia es funcionar como mediadora y recrear un diálogo en la región porque para París, la violencia en Oriente Medio es tema de política exterior, pero también un cuestión de política interna.

–Si hay un lugar donde un gobierno puede decir “acá no pasó nada, no hubo primavera árabe alguna” es el régimen sirio. El dictador Bashaar al-Assad sigue ahí.

–Sí, pero los que ganaron en Siria son los rusos, no hay ninguna duda de eso. El tema es que para la reconstrucción será indispensable el capital exterior, y políticamente ninguno de los actores actuales tiene el poder de actuar solo ni de imponerse a los demás. Los recientes movimientos democráticos en África del Norte y Oriente Medio han fallado quizás porque las clases medias que los generaron no fueron capaces de movilizar y captar a las juventudes pobres de la región.

 

 

*Andrés Criscaut es sociólogo; argentino residente en París.

 

 

Fuente:cciu.org.uy

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