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jueves 21 de noviembre de 2024

Mitos y realidades sobre el Plan de Partición del Mandato Británico de Palestina

Enlace Judío México.- Hoy se cumplen 70 años de la Resolución 181 de la ONU, surgida de la aprobación del llamado Plan de Partición de lo que entonces se llamaba Mandato Británico de Palestina, gracias a lo cual nació el moderno Estado de Israel.

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO

Es un tema de sobra controversial, y desde hace poco más de 50 años la propaganda pro-palestina se ha dedicado a promover la idea de que dicho Plan de Partición fue una injusticia “contra el pueblo palestino”.

Nada más falso y ajeno a la realidad.

La idea que esta propaganda ha intentado asentar en la mente del público es que a los judíos “se nos dio un Estado” como una especie de compensación por el Holocausto, pero que para ello se tuvo que proceder a un despojo del pueblo originario de Palestina: el “pueblo palestino”. Yendo todavía más lejos, se insiste en que si a los judíos se nos había cometido un agravio en Europa, entonces se nos tenía que haber dado un estado allí, en el continente donde había sucedido el problema. Y en sus versiones más radicales, se dice que el Holocausto ni siquiera existió, sino que fue un pretexto inventado justo para proceder a inventar el Estado de Israel y despojar a los palestinos de su tierra.

Pero todo eso es propaganda. Vulgar, imprecisa y falsa, carente de sustento histórico. Las cosas fueron más sencillas y normales, pésele a quien le pese.

En primer lugar, el proyecto de crear un Estado Judío no fue consecuencia del Holocausto. Si bien es cierto que el exterminio masivo de judíos en Europa representó una importante motivación para resolver de una vez el problema de que los judíos no tenían un lugar propio donde estar seguros, lo que realmente sucedió fue que entre 1946 y 1948 Inglaterra y Francia desmantelaron sus estructuras coloniales en Medio Oriente, e incluso un poco más hacia el este. La creación de Israel fue, en realidad, sólo un eslabón en ese proceso.

Demostrarlo es sencillo: los modernos estados de Jordania, Siria, Irak y Líbano se crearon en 1946. En 1947 se aprobó la creación de dos estados más, uno árabe y otro judío. Entonces no estamos hablando de hechos aislados, sino de un proceso al que se llegó porque la capacidad de Francia e Inglaterra para mantener y controlar sus colonias en la zona había llegado al límite, como consecuencia de los resultados de la II Guerra Mundial. Aunque ambos países habían sido parte de la coalición Aliada que derrotó a las Potencias del Eje, las pérdidas humanas y materiales fueron de tal magnitud que a partir de 1945 tuvieron que desprenderse de sus colonias.

La partición del Mandato Británico de Palestina no fue el único proceso similar en ese momento. También en 1947, aunque en Agosto, se aprobó la Partición de la India para crear un nuevo estado (sin antecedentes históricos) en donde colocar a la población musulmana. Fue así como nació Pakistán y, más tarde, Bangladesh. Dicha decisión de la ONU provocó el desplazamiento de unos 14 millones de personas (la migración forzada más numerosa de la Historia), y los enfrentamientos causaron alrededor de un millón de muertos.

Además, desde 1917 el Reino Unido había expresado su apoyo definido al proyecto de construir un “hogar nacional” judío en el territorio del Mandato de Palestina (Declaración Balfour, que recientemente cumplió 100 años). Así que la idea de fundar el Estado Judío no surgió como consecuencia del Holocausto, y menos aún fue un hecho aislado. Se inscribe en el proceso de redefinición política del Medio Oriente, del cual surgieron todos los modernos estados que siguen allí, hasta la fecha.

¿Se cometió una injusticia contra la “población palestina”?

Imposible. La pura premisa es incorrecta en términos objetivos, porque los judíos del Protectorado Británico de Palestina también eran “población palestina”.

Aquí es donde entramos al desmentido más políticamente incorrecto posible: recordar el hecho histórico objetivo de que nunca existió algo identificable como “pueblo palestino”. Desde que en el año 135 el emperador Adriano decidió, como medida punitiva, cambiar el nombre de Judea por el de Palestina (Filistea, en latín), la población de dicha provincia siempre fue mixta, albergando judíos y otros grupos que fueron cambiando (nabateos e ideumeos primero, árabes después).

Por lo tanto, “palestino” nunca fue el gentilicio de una etnia o nación en específico, sino el apelativo toponímico para referirse a los habitantes de una provincia inventada artificialmente, pero que se mantuvo bajo el dominio romano, bizantino, árabe, cruzado, mameluco, otomano e inglés.

En estricto, Israel es un “Estado post-palestino”, y lo propiamente palestino ya no existe, dado que los árabes locales no han acertado a constituir un Estado propio. La costumbre de llamarles “pueblo palestino”, y además de hacerlo como contraposición a lo “judío y lo israelí” sólo ha sido parte de la campaña para deslegitimar a Israel. Tiene motivaciones políticas, pero no sustento histórico.

Habrá que replantear, entonces, la pregunta y ser mucho más específico: ¿se cometió una injusticia contra la población árabe del entonces Mandato Británico de Palestina?

En general, se puede decir que sí. Alrededor de 600 mil de ellos quedaron reducidos a la condición de refugiados, en condiciones de miseria y marginación que no pueden sino definirse como injustas.

Pero también hay que decir que eso no fue culpa de Israel.

En primer lugar, el Plan de Partición no fue una arbitrariedad. Se designó un equipo internacional integrado por delegados de Canadá, Checoslovaquia, Guatemala, Holanda, Perú, Suecia, Uruguay, Australia, India, Irán y Yugoslavia. Su trabajo fue analizar la situación in situ (es decir, en el propio terreno) y proponer la solución más viable. India, Irán y Yugoslavia propusieron la creación de un solo Estado que incluyera a los dos tipos de población (árabe y judía); Australia se abstuvo; y los demás países propusieron la partición del territorio, basándose en lo más lógico: las zonas con mayoría judía pasarían a ser un Estado Judío, y las zonas con mayoría árabes pasarían a ser un Estado Árabe.

En segundo lugar, fue el rechazo de los demás países árabes el que detonó el inicio de una guerra desde 1947, que luego se prolongó durante 1948 y 1949, con el saldo sorprendente de una victoria contundente para Israel.

A menudo se habla de los “refugiados palestinos” como si su existencia fuese responsabilidad exclusiva de Israel. Pero la realidad es que esos 600 mil árabes quedaron en esa condición en lugares ocupados militarmente por Egipto, Siria, Líbano y Jordania. En principio, Israel no tuvo nada que ver con ningún refugiado árabe, porque todos los árabes que se quedaron en el territorio que vino a ser Israel –unos 700 mil– terminaron por asimilarse como ciudadanos israelíes, y hoy por hoy conforman la minoría más nutrida en el Estado Judío. En contraste, ningún país árabe concedió la ciudadanía a sus refugiados; ni siquiera a sus hijos (lo cual suele ser la norma a nivel internacional en el caso de cualquier refugiado: sus hijos nacidos en el país donde se han reubicado reciben la nacionalidad de manera automática).

Entonces, el hecho histórico indiscutible es que la miseria en la que quedaron cientos de miles de árabes fue responsabilidad directa de las naciones árabes, no de Israel. Por lo tanto, es absolutamente impreciso decir que la creación de Israel significó un despojo para “un pueblo”. Significó un problema severo, sin duda, pero esto se debió a la negativa árabe para aceptar la resolución de la ONU. Los refugiados que luego (unos 20 años después) pasaron a llamarse “pueblo palestino” aparecieron en el panorama como consecuencia natural de una guerra, y es que todas las guerras provocan ese mismo fenómeno: amplios contingentes de población teniendo que desplazarse involuntariamente (recuérdese el dato que ya señalé: la creación de Pakistán implicó el desplazamiento de 14 millones de personas).

Si los árabes no hubieran declarado esa guerra, el fenómeno de desplazamientos se habría dado en una cantidad ínfima, fácilmente solucionable.

Finalmente, es absolutamente falso que la creación de un Estado Judío fuese un despojo, porque la realidad histórica es que el único grupo que siempre mantuvo presencia en esa zona fue el judío.

Es cierto que en 1947 alrededor del 65% de la población en la zona era árabe, pero por “zona” nos referimos a algo mucho más amplio que el actual Israel. Según el censo de 1945, había un poco menos de 1.8 millones de personas en el Mandato, pero esto incluía también el territorio de la actual Jordania (que se independizó como estado en 1946). Para darnos idea de lo reducido que era este número de pobladores, basta con señalar que en la actualidad la población de Jerusalén es de unos 865 mil habitantes, y la de Tel Aviv es de unos 411 mil. Es decir, apenas dos ciudades israelíes tienen cerca de 1.3 millones de personas, 500 mil menos de lo que en 1945 había en todo el Mandato Británico de Palestina.

También es cierto que la implementación del Plan de Partición era problemática porque sin duda habría afectado a muchas personas, aún en el caso de que se hubiera hecho pacíficamente. Pero también es cierto que la zona no era pacífica. Tenía muchos problemas, y ya desde hacía casi dos décadas. De hecho, la necesidad de un Plan de Partición se debió a los conflictos que estaban afectando a todos los pobladores –judíos y árabes–, y ese fue el modo en el que la ONU intentó resolver dichos problemas.

Por lo tanto, la imagen idílica de que durante siglos hubo un “pueblo palestino” viviendo tranquilamente en “su tierra”, y que esa situación vino a alterarse con las migraciones de judíos y, finalmente, con la “invención del Estado de Israel” es, en términos simples y sencillos, una absoluta sandez.

La aprobación del Plan de Partición del Mandato Británico de Palestina en 1947 fue, en realidad, un acto de justicia histórica, y quienes mejor lo pueden constatar son los árabes que desde entonces se quedaron viviendo en Israel. Pese a todas las fricciones naturales como consecuencia de las guerras contra las naciones árabes circundantes, o al terrorismo palestino, hoy por hoy esos árabes son quienes más derechos civiles y libertades gozan en todo Medio Oriente. Por ello, cada vez es más frecuente encontrar árabes israelíes –lo mismo cristianos que musulmanes– que se declaran fervientes sionistas.

Así que no hay nada de qué disculparse. La existencia de Israel es legítima y justa desde cualquier punto de vista, si tan sólo se analiza la información fría y objetivamente.

La tan anhelada paz sólo estará realmente al alcance de nuestras manos cuando los hoy llamados palestinos renuncien a su lucha por deslegitimar a Israel, y con ello dejen de lado esa narrativa tendenciosa y basada en mentiras e imprecisiones históricas, y según la cual ellos son las únicas víctimas que, por lo tanto, no tienen por qué hacer concesiones.

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