Contra el olvido

Enlace Judío México.- París rinde homenaje en una exposición a los Klarsfeld, “padres” del memorial de la Shoá.

ÓSCAR CABALLERO

Una hermosa joven alemana sacude de un bofetón al canciller de su país y así despierta a Europa, primero, y al mundo después. El año próximo se cumplirá medio siglo de aquella cachetada. Y el memorial de la Shoá (Holocausto), de París, anticipa el festejo al 7 de diciembre con la inauguración de la exposición Beate y Serge Klarsfeld o los combates de la memoria (1968-1978). En esa década, la pareja que se descubrió en una estación del metro parisino dedicará su talento a incordiar. En el 1978 que cierra la muestra Serge Klarsfeld publicará un documento definitivo: el memorial de la deportación de los judíos de Francia, antecesor del memorial de la Shoá creado el 2005 en el Marais, corazón del barrio judío de París.

Un mural acoge los 76.000 nombres de hombres, mujeres y niños judíos deportados de Francia entre 1942 y 1944. Y el centro de documentación conserva 280.000 fotografías, 2.500 testimonios, 3.000 filmes, 80.000 libros. Desde el 2007 hay sitio también para otros genocidios — armenios, tutsis de Ruanda…— del siglo XX.

El historiador Olivier Lalieu, comisario de la exposición, la dividió en seis episodios. El primero, biográfico, presenta a Serge entre Rumanía y París— y a Beate, la berlinesa crecida entre los escombros. Segunda parte, el dúo. El “acto fundador” de la cachetata al canciller protagoniza la tercera estación. La cuarta se llama “En pos de la verdad y la justicia”.

Sigue “El proceso de Colonia”. Y en fin, “Una vida de lucha”. Tras los juicios de Núremberg el mundo tendió un tupido velo, en nombre de la guerra fría y el anticomunismo. Tras ese velo, protegidos por el Vaticano, por España, por Perón, y naturalmente por el oro en que habían convertido sus exacciones a los judíos de Europa, los nazis, sus científicos, sus políticos, sus colaboradores, tuvieron su segunda oportunidad.

Klaus Barbie, el matarife de Lyon, asesoró al ejército boliviano; Adolf Eichmann se instaló en la provincia de Buenos Aires; Josef Mengele, profeta de la eutanasia en Auschwitz, viajó tranquilamente entre Argentina, Paraguay y Brasil como representante comercial de la maquinaria agrícola de la familia; Otto Horcher, cabeza visible del Maxim’s del París ocupado, abrió restaurante a su nombre en Madrid. Y en Estados Unidos Von Braun colaboró en la creación de la bomba atómica con el judío exiliado Albert Einstein.

La RFA ungió canciller a Kurt Georg Kiesinger, responsable en el III Reich de la propaganda radiofónica en el extranjero, cuya mejilla quedaría enrojecida después por la mano de Beate. Pero Kiesinger no era más que la imagen política de un silencio que amparaba la continuidad industrial de los Krupp, Opel, Thyssen, Agfa, Bayer, Siemens, BASF, Tele-funken, antaño beneficiarios de la mano de obra de los campos de concentración.

Así como De Gaulle borró de la historia a los republicanos españoles que liberaron París en una formación con mando norteamericano para inventar una liberación francesa, austriacos y alemanes expurgaron biografías. Hasta los británicos, que habían pagado cara su auténtica resistencia, cerraron los ojos en nombre de la guerra fría.

El periplo documentado por la exposición culmina con el veredicto del proceso de Colonia, el 11 de febrero de 1980, que condena a responsables nazis de la solución final en Francia gracias en gran parte al memorial firmado por Serge.

Lo peculiar de la implacable investigación de la pareja es que a la escritura o la exploración de archivos sumaban la persecución física de los prófugos, el acoso a sus anfitriones, la denuncia del antisemitismo.

Su década prodigiosa es también la de la guerra de los Seis Días, el feminismo y las revueltas estudiantiles y obreras, la inauguración del memorial de Auschwitz-Birkenau en 1967, las campañas antisemitas (1968-69) en los países del Este comunista, la difusión de la serie Holocausto, el negacionismo de Faurisson en Francia (“Las cámaras de gas no existieron”).

Exponer el pasado puede iluminar este presente en el que Alemania ve renacer la extrema derecha y nacionalismos y populismos son un fantasma que recorre Europa. No parece casual que los dos premios literarios más importantes de Francia, el Goncourt y el Renaudot, hayan recaido este año en una reconstitución de la anexión de Austria por los nazis y en las peripecias de Mengele en Sudamérica. El filósofo Michel Serres habla de “lenta digestión de los acontecimientos. La Revolución Francesa —explica— necesitó un siglo con emperadores, menarquia y comuna para que la democracia insinuada en 1789 se instalara en Francia. Y aún hubo que aguardar a 1946 para que las francesas votaran”.

 

 

Fuente: lavanguardia.com

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