Enlace Judío México.- El Presidente Trump declaró la crisis de los opioides una emergencia sanitaria nacional, pero aun tiene que nombrar un nuevo administrador de la Administración para el Control de Drogas (DEA) para enfrentarla.
EMANUELE OTTOLENGHI
El nuevo administrador de la DEA debe tener una visión clara para abordar la dimensión internacional de la crisis de drogas, tanto como la destrucción en casa. En particular, el presidente debe escoger un jefe de la DEA que no sólo comprenda la naturaleza compleja y global de los carteles de drogas pero que sea también consciente de la convergencia creciente entre el crimen organizado transnacional y grupos terroristas como Hizbalá.
En ese frente, el primer ítem en la agenda del nuevo jefe debe ser quitar las esposas que puso la administración Obama en los esfuerzos de la DEA para combatir a Hizbalá, por temor a desbaratar el acuerdo nuclear naciente con Irán.
En la década pasada, la participación creciente de Hizbalá en el crimen organizado transnacional ha evolucionado en una empresa global multimillonaria en dólares respaldada y coordinada por los principales líderes del grupo. La participación de Hizbalá en producir y vender medicinas falsificadas tales como Captagon — una anfetamina poderosa — está bien documentada y así lo está su creciente participación en tráfico de cocaína.
El consumo de cocaína no ha alcanzado los niveles pandémicos de la crisis de opioides pero no obstante es una amenaza aguda y creciente. El uso y disponibilidad de cocaína está en ascenso; las muertes por sobredosis en el año 2015 fueron las más altas desde el 2007. Menos comprendidos son los vínculos estrechos entre el tráfico de cocaína y el terrorismo. Una ilustración clara es la extradición reciente, desde Paraguay a Miami, del presunto traficante de drogas Ali Chamas, de Hizbalá. Documentos de los tribunales muestran que él fue parte de una red más grande, probablemente radicada en Colombia. En la época de su arresto, él estaba conspirando para exportar tantos como 100 kilos de cocaína mensuales a Estados Unidos por carga aérea.
Durante años, la DEA lideró la batalla contra el tráfico de drogas de Hizbalá a través del Proyecto Cassandra, una operación de una década manejada por la DEA a través de la División de Operaciones Especiales, un centro de coordinación entre múltiples agencias que y permite a las partes interesadas de las comunidades de la policía y la inteligencia compartir información y cooperar en forma más eficaz.
El Proyecto Cassandra tuvo algunos logros destacables, incluyendo la investigación del Banco Libanés-Canadiense, la que cerró el banco y llevó al enjuiciamiento en el 2011 del cabecilla de Hizbalá, Ayman Joumaa, un doble nacional libanés-colombiano que lavaba dinero para carteles mexicanos y colombianos por el valor de u$s200 millones mensuales. Un funcionario de la DEA discutiendo el caso dijo que Hizbalá operaba como “los Gambino con esteroides.”
El tenía razón — a principios del 2016, el Proyecto Cassandra sacó de juego a otra red. En una operación conjunta con agencias europeas, la DEA arruinó una operación de Hizbalá que estaba utilizando ingresos de las ventas de cocaína en Europa para financiar adquisiciones para sus combatientes en Siria.
El éxito de Proyecto Cassandra demostró ser su perdición — cuando la administración Obama estaba ocupada negociando un acuerdo nuclear con Irán, ir detrás de Hizbalá, el satélite de Irán en Líbano, se volvió cada vez más impolítico. El Proyecto Cassandra fue cerrado, y su equipo desperdigado a asignaciones no relacionadas. La estrategia de la agencia contra Hizbalá quedó en confusión.
Es hora que la administración Trump revierta eso. Proyecto Cassandra debe ser revivido y provisto de recursos, porque la amenaza narco-terrorista no se alejó — en todo caso se volvió más siniestra.
En junio pasado, dos libaneses-estadounidenses fueron arrestados por vigilar blancos potenciales para ataques terroristas contra Estados Unidos e Israel. Los blancos incluían el aeropuerto JFK y el Canal de Panamá. Las drogas, mientras tanto, continúan fluyendo dentro de Estados Unidos, mientras un liderazgo vacío y la negligencia de los años de Obama continúan debilitando a la DEA.
Ese es el motivo por el cual la administración Trump debe nombrar en forma urgente un nuevo administrador de la DEA. Debe ser un candidato fuerte que tenga la visión y experiencia necesarias para ir detrás de organizaciones criminales terroristas tales como Hizbalá y también tenga las habilidades para coordinar agencias gubernamentales, navegar la burocracia, y crear amistades y alianzas en el exterior a fin de seguir investigaciones internacionales.
De igual manera, a un nuevo administrador deben dársele las autoridades y recursos necesarios para revivir estructuras tales como Proyecto Cassandra o crear otras unidades especializadas que podrían funcionar con entidades sancionadoras y gobiernos aliados en el exterior para construir un enfoque integral liderado por Estados Unidos para desmantelar la red global de Hizbalá.
Hizbalá presenta una amenaza formidable tanto para la seguridad nacional de Estados Unidos como para los incontables estadounidenses que consumen sus drogas o ha visto a sus seres amados sucumbir ante la adicción. Sin más retraso, Estados Unidos tiene que poner gente igualmente formidable a cargo de combatir a este enemigo.
Fuente: The Hill- Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México.
Emanuele Ottolenghi es un miembro principal en la Fundación para la Defensa de las Democracias, un instituto de investigación no partidista que se enfoca en seguridad nacional y política exterior.
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