La espiritualidad en las velas de Janucá. ¿Por qué celebramos 8 noches?

Enlace Judío México – Según lo marca la tradición, en el siglo II a.E.C. (3576 desde la Creación) los griegos seléucidas bajo el gobierno de Antíoco IV (llamado Epífanes) dominaron militarmente Jerusalén. Rompieron los tratos positivos que tenían los judíos con los griegos ptolemaicos y empezaron militarmente a imponer su religión. En pocos años prohibieron el estudio de Torá, la circuncisión, el Shabat, la santificación del mes e impusieron prácticas nefastas; como el derecho de generales griegos a cohabitar con recién casadas y la adoración a ídolos. Tomaron como posesión el Gran Templo, lo desacralizaron y colocaron un altar a su ídolo en él. Si los judíos no aceptaban estas condiciones eran sometidos a la muerte.

En el año de 166 a.E.C. hubo un hombre que decidió revelarse, su nombre era Matityahu. Rehusándose a sacrificar un cerdo en honor a un ídolo griego, gritó: “Quién esté con D-os está conmigo” y junto con sus hijos y una multitud inició la revuelta. Después de aniquilar a los militares griegos que habían tomado sus aldeas se escondieron entre las montañas y organizaron una guerrilla.

Matityahu murió en batalla, sin ver los frutos de su rebelión. Sin embargo, sus hijos continuaron la guerra y al año siguiente recuperaron el Gran Templo de Jerusalén. Quitaron todos los ídolos, limpiaron el recito y buscaron aceite para prender la menorá y santificar el lugar nuevamente. De lo poco que había quedado, encontraron únicamente un pequeño frasco aceite sellado. No duraría ni un día, pensaron; y ellos necesitaban ocho noches para producir más aceite. Aun así lo prendieron y para su sorpresa duró las ocho noches que necesitaban. Éste es el milagro de Janucá, ésta es la razón por la cual cada año prendemos velas ocho noches seguidas.

La guerra continuó diez años hasta que el pueblo judío recuperó nuevamente la soberanía de las tierras que les habían sido quitadas. Sin embargo, de todos los eventos que hubo durante la invasión seléucida, lo que el Talmud recalca y que hemos celebrado a lo largo de los años es el milagro del aceite. ¿Por qué? ¿Cómo un poco de aceite puede ser más importante que cientos de vidas salvadas, que tierras recuperadas, que independencia política? Finalmente ocho noches las cambiamos por más de un siglo de historia.

Sí, en efecto, celebramos el milagro de Janucá sobre todo lo demás, porque las luces guardan la esencia de lo que nos hace judíos. Más allá de la independencia militar, de la conservación de una cultura y una lengua, prender la menorá nos recuerda el pacto que hizo el pueblo judío con D-os en el monte Sinaí. Ese día escogimos a D-os y D-os nos escogió para ser una luz que se proyecte hacia el resto del mundo.

El Templo era nuestro vínculo más directo que teníamos con Él, al mismo tiempo era muestra de la Revelación Divina; el único lugar en toda la tierra capaz de sostener la Presencia Divina. D-os entraba ese recinto lo rodeaba y lo habitaba. El Sumo Sacerdote y el pueblo judío se conectaban conocían Sus deseos a través de él.

Sin embargo, el Templo, al igual que la Torá, no fue dado para los judíos únicamente para ser disfrutado por ellos. Les fue dado para convertirse en una “luz para las naciones”. Esta luz al contrario de otras ideologías expansionistas es interna. No debe ser impuesta sino debe surgir con el ejemplo, a través del individuo. El judaísmo plantea un camino de reto, de anhelo, de perfeccionamiento personal como ningún otro para que la persona crezca internamente y a través de su relación con D-os impulse a los demás al crecimiento. El hombre es el único que puede elevar lo material, que puede darle sentido, traer a D-os al mundo y contagiar de alegría a sus iguales. Eso es ser una luz para los demás.

Lo mismo se entiende del pueblo judío. Los hijos de Israel tienen la responsabilidad de hacer de este mundo el Edén, de traer a D-os para que lo habite nuevamente como habitaba el Paraíso. La única forma de lograrlo es a través de la Torá, el camino que Él mismo les dio. Sólo una vez que ese pueblo decide recorrerlo tal y como Él lo planteó es que se vuelve una luz para el resto del mundo. Es una luz interna, una luz espiritual.

El fuego que alimentaba la menorá del Gran Templo representa esa luz. Las ventanas que tenía el recinto eran angostas en el exterior y amplias en el interior, al contrario de las construcciones que buscan traer la luz del exterior al recinto, y por eso son amplias en el exterior, las ventanas del Gran Templo buscaban expandir la luz de la menorá hacia el mundo; la luz de la unión entre el hombre y D-os.

Las velas de Janucá representan todas estas luces juntas; representan la capacidad del hombre de generar su propia luz, de encontrar su espiritualidad y guiarse por ella en medio de la oscuridad; representan la luz de la Torá dada a Israel para engrandecerse y actuar éticamente; y representan la luz de D-os que se expande en el mundo a través de menorá. Son luces a la vez pequeñas e internas y a la vez enormes. Les deseamos qué tengan un gran Janucá.

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Aranza Gleason: Aranza Gleason se define a sí misma como una judía en el exilio. Nació con una raíz dividida como sus poetas favoritos; busca y ama al judaísmo, pero como a los personajes que lee, éste, también se le escapa de las manos. Estudió Lengua y Literatura Inglesa en la UNAM y ha trabajado en Enlace Judío desde el 2017. Le gusta leer, viajar y experimentar el mundo de forma libre.