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domingo 22 de diciembre de 2024

El extraño ritual de apoyar a los palestinos

Enlace Judío México.- Los países musulmanes se han reunido y han declarado que Jerusalén Este debe ser reconocida como capital de Palestina. Al mismo tiempo, la Fuerza Aérea Saudita ha bombardeado Yemen causando 35 muertos y decenas de heridos. Pero nadie dice nada.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Algo anda mal, evidentemente. Hay algo que se escapa a simple vista, porque no es posible tanta aparente incoherencia.

Comencemos por preguntarnos qué tanto éxito se puede esperar del posicionamiento musulmán. Es decir: qué tanto esfuerzo (o dinero, e incluso tropas) están dispuestos a invertir al proyecto de que Jerusalén sea capital de un Estado palestino, lo que implica –por obligación– inaugurar el Estado palestino. Porque sin eso, no tiene sentido hablar de su posible capital.

El bombardeo saudí en Yemen nos lo responde: el proyecto conjunto de promover a Jerusalén Este como capital palestina no tiene futuro. Vamos, ni siquiera tiene presente.

Apoyar a los palestinos en instancias internacionales o diplomáticas se ha convertido en un extraño ritual al que no debe faltar ninguna nación musulmana. Es parte de un modo de vida al que le han invertido casi medio siglo de retórica y demagogia, pero que en términos prácticos no se ha convertido en absolutamente nada. En los peores episodios de violencia palestina-israelí (como la Segunda Intifada), o en los momentos en los que el ejército de Israel impuso su superioridad aplastando a Hamás (como en los operativos de 2009 o 2014), ningún país musulmán ha enviado tropas o dinero para apoyar a los palestinos. Organizaron marchas multitudinarias en París o Londres, pero no más.

Presentaron quejas en la ONU y obtuvieron resoluciones condenatorias contra Israel en el Consejo de Seguridad, pero no pasó de allí. Volvieron a usar como instrumento propio al Consejo de Derechos Humanos, pero no más que eso. En la realidad de la calle, en el verdadero conflicto, dejaron solos a los palestinos. Solos para que enfrentaran al poderoso ejército israelí armados con no más que su terquedad.

La reciente declaración a favor de Jerusalén Este como capital palestina es, en principio, otro episodio retórico. No pasa de un simple posicionamiento. ¿Hay expectativas de que ahora haya un compromiso objetivo y concreto para lograr algo en la realidad?

Veámoslo así: Arabia Saudita bombardeó Yemen porque la guerrilla huthi local está intentando imponer un gobierno chiíta, alineado con Irán y sus intereses hegemónicos. Justo lo que Arabia Saudita no quiere, y menos al sur de la península arábiga.

La Casa Real Saudí sabe que su peor enemigo es Irán. En 70 años no han tenido un solo conflicto serio con Israel, salvo aquellos en los que se vio arrastrada por Gamal Abdel Nasser (egipcio) y sus sueños panarabistas. Pero Israel nunca hizo ningún movimiento que realmente lesionara los intereses de Ryad. En contraste, desde 1979, los saudíes han visto cómo Irán poco a poco se ha ido apoderando de territorios árabes. Ya tiene en su bolsa a Siria y a Líbano, y su dominio es absoluto en una gran cantidad de territorio de Irak. Ahora quiere conquistar Yemen por medio de los huthíes. El objetivo es obvio: cerrar una pinza contra Arabia Saudita para tirar a la monarquía sunita e imponer el dominio del Islam Chiíta en Medina y La Meca. No es un secreto. Esa siempre ha sido la lucha entre las dos principales tendencias del Islam.

Por eso es que Arabia Saudita ha comenzado a mover sus piezas en el tablero. Lo primero y más urgente, ha sido detener a los huthíes en Yemen. Es pleito local entre árabes, así que ya se sabe que ni la ONU, ni el Consejo de Derechos Humanos, ni nadie, va a protestar por los bombardeos indiscriminados que han dejado y seguirán dejando cientos de civiles muertos.

Lo segundo es el acercamiento a Israel, el único país que puede garantizarle a Arabia Saudita que Irán será derrotada en cualquier eventual confrontación.

Eso ya pone a los palestinos en una situación precaria, porque la molesta realidad es que son un grupo insignificante, improductivo de acuerdo a los estándares árabes, y gobernados por una horda de fanáticos (Hamás en Gaza) o una tropa de corruptos (Al Fatah en Cisjordania).

Y peor aún, como si todo eso no fuera suficiente, está la proverbial e infalible capacidad de los palestinos para equivocarse del peor modo posible: su lealtad y devoción siempre se han inclinado hacia Irán. Obviamente, porque es Irán quien está financiando a los sectores más radicales de la sociedad palestina.

Así que sin muchos problemas, los saudíes podrían ver a los palestinos como verdaderos traidores.

Pero todo parece indicar que Mahmud Abás es demasiado torpe o tonto como para darse cuenta de lo que sucede a su alrededor. Ha salido de la última reunión sintiendo que tuvo un respiro, que logró una conquista política, al punto de declarar que Estados Unidos está fuera de las negociaciones de paz con Israel (negociaciones que, en primera, no existen; y que, en segunda, no pueden prescindir de Estados Unidos, y el tiempo se encargará de demostrarle el por qué a Abás y a su gang de matones disfrazados de políticos).

El bombardeo en Yemen tenía que haberle hecho entender que las cosas no son tan sencillas, y que es cuestión de tiempo para que choque de bruces contra la nueva política saudí, que marcará el rumbo inevitable de la política de todos los Emiratos Árabes.

En esa nueva política, Israel tiene mucho que ofrecerles a las monarquías sunitas. Palestina e Irán no tienen nada, absolutamente nada que dar a cambio. Sólo problemas.

En realidad, entregar Jerusalén a Israel va a resultarle una ganga a los árabes. La realidad histórica es que esa ciudad nunca les ha importado. A cambio, tendrán acceso a la complicidad de un ejército que puede poner a Irán en su lugar, y un mundo de desarrollo tecnológico que les va a resultar indispensable para sobrevivir en un mundo afectado por el calentamiento global, en el que el petróleo ya no será un negocio importante.

Mientras, los palestinos, ni en cuenta. Como de costumbre.

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